Asalto al cielo



El cardenal Burke ha pedido a todos los fieles unirse este jueves 1 de diciembre en un "asalto al cielo", rezando el Santo Rosario y uniéndose a él que celebrará la Santa Misa en Roma por varias intenciones, entre ellas:

"Para que los obispos y sacerdotes tengan la valentía de enseñar la Verdad y defender la Fe contra todos los enemigos de dentro y de fuera de la Iglesia. Y que así, toda confusión sea expulsada de la Iglesia".

Pido a todos los lectores del blog que en este momento tormentoso que nos toca vivir, nos unamos en esta plegaria.

Fuente: EWTN UK

Cito veniet salus tua

La terraza de la casa de los Paz se abría hacia el sur y, ubicada sobre lo alto de la barranca, permitía una extensa mirada al río y, más allá, a las montañas que rodeaban el pueblo de San Etelberto. Habían tomado el té, recurso inevitable cuando se hallaba presente la señora Paz, y varios litros de jugo de frutas porque había sido una tarde calurosa. Ahora, el cielo se había llenado de nubes gigantescas, con volutas que trepaban sobre otra hasta cubrir todo el firmamento. El sol se estaba poniendo. Al oeste, las nubes hervían en un blanco incandescente al calor de los últimos rayos del sol pero, a medida que se alejaban, hacia el sur o hacia el norte, comenzaban a tornarse azules y se iban poco a poco oscureciendo, hasta terminar en las profundas sombras del negro.
- Color de adviento -dijo la señora Alvear señalando un sector del celaje que había cambiado hacia un violeta profundo.
- ¡Qué oportuno! -dijo don Gabino-, el adviento es el tiempo más cosmológico de la liturgia.
- Toda la liturgia es cosmológica -aseguró con convicción Pablo Paz- Se mueve con los meses y los días; con las estaciones, con el frío y con el calor; con la luz y con la oscuridad.
- Sí, así es. Sin embargo, me parece que en adviento la presencia del cosmos está todavía más marcada
Hernán Alvear se levantó de su asiento y comenzó a mirar hacia donde la línea irregular de las montañas atravesaba las pesadas nubes oscuras que caían sobre ellas.
- Aspiciens a longe, ecce video Dei potentiam venientem, et nebulam totam terra tegentem -dijo con solemnidad.
- “Al mirar hacia lo lejos, veo que la potencia de Dios se está acercando y a las nubes cubriendo toda la tierra” -tradujo la señora Paz, que sabía latín.
- Es el responsorio de los maitines de hoy... -dijo Alvear pensativo.
Se quedaron en silencio. Las dos mujeres comenzaron a mirar a sus hijos que seguían corriendo por el parque persiguiendo a un conejo mientras un gato negro, trepado en una rama, se lavaba con parsimonia su cara mientras miraba con indiferencia las desgracias del gazapo en manos infantiles. El desasosiego, y hasta un cierto temor, había comenzado a extenderse en el alma de los cinco. Así como las nubes refulgentes de la derecha iban apagándose, y así como los nubarrones oscuros ya casi no dejaban ver las estrellas que estaban comenzando a nacer, así un amargo desconsuelo poblaba las almas.
- ¿Por qué nos hemos puesto tristes? -pregunto la señora Paz.
- Es imposible no estar un poco tristes en adviento. La misma liturgia se pone pone triste: se viste de morado y comienza a describir con crudeza el estado del mundo: “Yo crié hijos y los hice crecer, pero ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su amo y el asno, el pesebre de su dueño; ¡pero Israel no me conoce...!” Y así sigue, volviendo una y otra vez al profeta Isaías- dijo don Gabino.
El señor Alvear comenzó a cantar despacio algunas estrofas del Rorate coeli:
- Ecce civitas Sancti est deserta: Sion deserta facta est: Jerusalem desolata est: domus sanctificationis tuae et gloriae tuae, ubi laudaverunt te patres nostri. (“He aquí que la ciudad del Santo está desierta; Sión ha quedado desierta; Jerusalén está abandonada; la casa de tu santificación y de tu gloria, donde te alabaron nuestro padres” (Is. 64-9-10).
- Si la Iglesia nos manda cantar y rezar día tras día en el adviento estas palabras, que son palabra inspirada, por algo será -insistió don Gabino.
- ¿Qué nos queda entonces? ¿Esperar sentados a que caiga la tempestad? -preguntó la señora Alvear mientras se levantaba a buscar a los niños que seguían corriendo despreocupados por el jardín.
- No, esa no puede ser la solución. No sería propia de un cristiano -le dijo su marido.
- Y no lo es -afirmó don Gabino-. Yo creo que si hurgamos un poco más en la liturgia, allí mismo encontraremos la respuesta.
- ¿Y usted ya hurgó?
- Sí, y creo haber encontrado algo: oración, vigilancia y esperanza. Lo que acaba de cantar don Alvear tiene un estribillo que se repite incansablemente: Rorate coeli desuper, et nubes pluant justum (“Destilad, cielos, desde lo alto, y que las nubes lluevan al justo”). Observen: otra vez la referencia al cosmos; se le pide al cielo y a las nubes que hagan descender al Deseado. “Veni, veni Emmanuel”; Mitte qui missurus est (“Envía al que debe ser enviado”).
- Si no pedimos, no va a venir.
- Si no pedimos, seguirán extendiéndose la tristeza y las nubes oscuras sobre el mundo y sobre nuestras almas. 
- ¿Y la vigilancia? -preguntó impaciente la Señora Paz.
Esa es la que más me cuesta entender, pero su presencia en es muy marcada. Ite obviam ei, et dicite: Nuntia nobis si tu es ipse, qui regnaturus es in populo Israel (“Acercaos a Él y decid: Dinos si Tú eres quien habrá de reinar en el pueblo de Israel”), sigue diciendo el responsorio. Desde lejos se ven lo signos majestuosos y terribles y, sin embargo, igualmente debemos ir a preguntar si es Él. Pareciera que Dios nos pide que discernamos, que obremos según nuestra naturaleza, es decir, que pensemos. 
- Lo que dice el Evangelio del primer domingo de adviento -dijo Paz- Estar atentos a la higuera y los otros arboles.
- Así es. Discernir, porque ese mismo Evangelio nos dice que en esos días por venir las gentes temerán el sonido del mar y de las olas, y que las estrellas del cielo se moverán -concluyó don Gabino.
Todos se quedaron en silencio un rato, con la mirada fija en el cielo oscuro que, de tanto en tanto, se agrietaba con la línea ardiente de un relámpago. Las montañas habían desaparecido atrapadas por la noche y solamente brillaban, bamboleadas por el aire de la tormenta que se avecinaba, las antorchas que la señora Paz encendía en su jardín los días de visitas.
Sentados aún en sus sillones, con los niños acurrucados en sus regazos, los cinco amigos no podían dejar de observar el espectáculo de la tempestad que tenían frente a sus ojos. El fulgor de los relámpagos se había multiplicado y el ruido retumbante de los truenos se sabía cada vez más cercano.
- Le falta la tercera: la esperanza -dijo Alvear dirigiéndose a don Gabino.
- Y esa es la más bella de todas. Escuchen el Rorate Coeli. Luego de describir a lo largo de varias estrofas el estado desesperante del mundo caído, se escucha, al final, la voz tranquilizadora del Padre: Consolamini, consolamini popule meus: cito veniet salus tua; quare maerore consumeris, quia innovavit te dolor? Salvabo te, noli timere, ego enim sum Dominus Deus tuus, Sanctus Israel, Redemptor tuus (Consoláos, consoláos, pueblo mío [Is. 40,1]: pronto llega tu salvación. ¿Por qué te consumes de tristeza? ¿Por qué se renueva tu dolor? [Miq. 4,9] Te salvaré, no temas. Yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu Redentor [Is. 43, 1]). 
- Cito veniet salus tua -dijo la señora Alvear mientras abrazaba a su hija que dormía tranquila en su halda. 
Y aunque los relámpagos seguían tejiéndose sobre ellos, hacia las montañas del sur, las nubes ya no eran más que un tenue velo a través del cual la luz de la luna comenzaba a filtrarse. Y, más allá, se adivinaba ya un puñado de estrellas. 

San Ireneo de Arnois

El libro de Natalia Sanmartín Fenollera El despertar de la señorita Prim es un best seller mundial, traducido a múltiples lenguas, y que permaneció en el sector de los libros más vendidos durante varios meses y en varios países. Como ya comentamos en este blog, es una novela que admite diferentes niveles de lectura pero me interesa hacer una reflexión sobre el registro en el cual lo leímos nosotros, y en el cual lo concibió su autora. 
En pocas palabras, ella plantea la vida de los habitantes de un pequeño pueblo a partir de los acontecimientos que vive la protagonista. Este historia sencilla ha disparado en mucha gente que yo conozco y en muchísimos más que no conozco el deseo y el anhelo de recrear un San Ireneo de Arnois o, desde otra perspectiva, una cierta nostalgia por lo que no tenemos pero que alguna vez tuvimos, al menos como miembros del género humano e hijos de la Iglesia. Lo que me llama la atención -aunque admito que no es fácil caer en la cuenta de ello-, es que el objeto de ese profundo deseo es algo muy sencillo, natural y humano: vivir, es decir, desarrollar lo más básico, elemental e importante que hace el hombre, en un poblado pequeño, en el que sus habitantes se conozcan, en el que se trabaje pero que también haya tiempo suficiente para la amistad, en el que las mujeres se junten por la tarde a tomar el té con tortas y pasteles, y los hombre lo hagan a la noche a tomar cerveza y fumar; en el que haya una verdulería y una carnicería a cuyos dueños conozcamos y confiemos, una papelería y una florería. 
Debemos reconocer que la propuesta de vida en San Ireneo es bastante básica. No existen allí edificios sofisticados como una piscina en el décimo piso y una cancha de golf en el vigésimo; autos inteligentes con GPS y que obedecen órdenes orales; aerolíneas low cost que nos pueden transportar a cualquier lugar paradisíaco del mundo en poco tiempo y por poco dinero; restaurantes de cocina molecular en que nos sirvan helado de aire de zanahoria a la parrilla y gel de spaghetti y caviar. Nada de eso. Lo que nos presenta la novela es una vida simple, sencilla y humana.
Por supuesto, han saltado y siguen saltado los hombres poseedores de sentido común. “Es una utopía” o “Es puro escapismo”, es lo que dicen. “Nada más que inútil ciencia ficción”, opinan otros. Lo más curioso de todo es que, si bien vemos, utópica sería si la novela hablara de edificios de categorías, autos inteligentes y comida molecular. ¿O es que, acaso, todo eso no es más que ensueño, o más bien una terrible pesadilla hecha realidad? ¿Cómo es posible pensar, en nombre del sentido común, que vivir humanamente es utópico? ¿Y cómo es posible pensar, en cambio, que la vida artificial del mundo contemporáneo es humana y normal? La inversión de la visión del mundo es pavorosa, sobre todo porque no caemos en la cuenta que estamos viendo al mundo completamente invertido, y creemos que es una utopía verlo en su posición normal.
El hombre del sentido común exigirá, con toda razón, que yo pruebe que esa vida sencilla y humana que presenta la novela realmente existió en algún momento y en algún lugar, y que no se trata de la pura imaginación de la escritora. Y la respuesta es que ciertamente existió y que tenemos abundantes testimonios al respecto, y no debemos irnos tan lejos en el tiempo para encontrarlos. Ya hablamos en esta página de José María de Pereda, a mi entender una las mejores plumas de la literatura española, completamente olvidado y desconocido para muchos por ser, justamente, conservador, carlista y católico. En una de sus novelas, Peñas arriba, escrita en 1895, narra la vida en un pequeñísimo poblado, o caserío más bien, perdido en las montañas de Cantabria. Bien podría ser San Ireneo de Arnois, aunque en Tablanca no habrían seguramente papelerías o florerías y, en vez de tomar cerveza o whisky, tomarían vino. 
Y me objetarán aún: “Usted está probando la veracidad del estilo de vida narrado en una novela con otra novela. La prueba es inválida”. Pues bien, aquí va otra prueba.
Maurice Baring fue un diplomático y hombre de letras inglés que se convirtió al catolicismo y tuvo el enorme privilegio de ser amigo de G. K. Chesterton, Hilaire Belloc, Ronald Knox y Evelyn Waugh. En sus memorias (The Puppet Show of Memory), narra que cuando terminó su colegio secundario, su padre lo envió una larga temporada a Alemania a fin de que aprendiera la lengua. Se radicó en Hildesheim, que en esos momentos -fines del siglo XIX-, eran un pequeño poblado. Allí vivía en una casa de familia, compartiendo justamente la vida de familia tal como se vivía en ese momento. Y relata: 
“La simplicidad y el encanto se encontraban en la casa de los Timme en Hildesheim. En las acogedoras noches de invierno, en la pequeña sala con una estufa que calefaccionaba el ambiente, la lámpara se ubicaba sobre la mesa frente al lugar de honor, que era el sofá, contra la pared y al fondo de la habitación, se traía una botella de cerveza y vasos, y el Dr. Timme encendía un cigarro y proponía algún juego de naipes. El tío Adolfo me decía al oído: “Nein, Herr Baring, das dürfen Sie nicht spielen”. En ese momento, quizás la madre de la señora Timme entraría y ocuparía el sofá, o quizás lo hiciera la tía Inés, o la tía Emilia, o una vecina como la señora Schultzen o la señora Ober-Förster. Y entonces, la madre del Dr. Timme sacaría su tejido y comenzarían a hablar sobre los niños. El tío Adolfo y el Dr. Timme hablarían de política y, seguramente, se lamentaría por el actual estado de la situación; quizás estaría allí Herr Wunibald Nick y cantaría alguna canción y deploraría la cantidad de operas de compositores conocidos que nunca fueron estrenadas. Y mientras él seguía hablando sobre estos temas musicales, la señora Timme y la señora Ober-Förster comentaría en voz baja las últimas novedades sobre las enfermedades de los vecinos, y la conversación llegaría a su climax cuando alguna dijera: “Y entonces pidió que llamaran al médico”. Entonces se produciría una pausa y alguien inevitablemente preguntaría: “¿Qué doctor”?, porque habían varios doctores en Hildesheim. Y cuando la respuesta fuera dada, se dividirían las opiniones y, finalmente, algunos se sentirían aliviados, mientras que otros dirían: “Pobre mujer. Se equivocó”. Y la conversación seguiría, y las personas mayores dirían que las grandes ciudades habían arruinado todo y que la vida allí no era más que prisas y apuros.
Toda esta escena, que era diaria, me envolvía por su calidez y afecto (cosiness) y Gemüthlichkeit, y se tenía la sensación de la total simplicidad y bienestar profundo que me daban los cuentos de Grimm”.
San Ireneo de Arnois, alguna vez, existió.


Nota: La fotografía que ilustra esta entrada es de un pequeño pueblito de Oxfordshire, llamado Great Tew, que bien podría ser San Ireneo de Arnois. Casas pintorescas -y que no son los simples cubos que gustan diseñar los arquitectos actuales-, un pub, una iglesia, y un par de negocios que venden lo básico. Esos lugares aún existen. 

La (nueva) Europa y el patriotismo

por Francisco Soler Gil

El mito de la sociedad multicultural se está derrumbando ante nuestros ojos. En todo Occidente se percibe ya con nitidez la tendencia, amplificada elección tras elección, al fortalecimiento de movimientos políticos que incluyen en su discurso un fuerte componente identitario. Este fenómeno resulta tanto más notable cuanto que, en la antesala de las elecciones, los más importantes medios de comunicación intentan emplear justo ese elemento identitario como punto de ataque contra los que hacen uso del mismo. Se habla una y otra vez de «intentos de dividir la sociedad», «populismo», «discursos xenófobos», «perdedores resentidos de la globalización», «deplorables» etc. De manera que, ¿cómo podrían votarse opciones así? Y, sin embargo, semejantes campañas mediáticas no sólo no producen el efecto buscado, sino que incluso parece que tales reproches más bien elevan que disminuyen las opciones electorales de los partidos así combatidos.
Lo que está ocurriendo actualmente es, al menos en parte, expresión de una profunda inquietud. Hemos vivido un periodo de tiempo afortunado, en el que los ciudadanos y países occidentales se organizaban pacíficamente bajo el manto protector de las constituciones y el estado de derecho. Pero ahora comienza a dar la impresión de que los derechos fundamentales anclados en la constitución, y que constituyen los pilares básicos de la vida civil, no se encuentran irreversiblemente garantizados de cara al futuro. De manera que la propia constitución va cambiando cada vez más su papel de protectora por el de necesitada de protección. Los movimientos migratorios masivos de los últimos años juegan en esta nueva sensibilidad un papel en modo alguno desdeñable, ya que la mayor parte de la creciente marea inmigratoria en los países de Europa proviene de regiones dominadas culturalmente por imágenes del mundo que no está claro que sean en general compatibles con nuestros valores constitucionales.
El llamado «patriotismo constitucional», que autores como Dolf Sternberger y Jürgen Habermas desarrollaron tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial como alternativa a una concepción del estado basada en el nacionalismo étnico, atraviesa en estos momentos una grave crisis. Se duda, y con razón, de que el compromiso de la ciudadanía con el orden político básico pueda ser lo suficientemente íntimo y efectivo como para estabilizar dicho orden, sin que concurra algún tipo de «fundamento moral prepolítico» ―por emplear la expresión de Joseph Ratzinger en su debate al respecto con Habermas―.
No obstante, surge la pregunta de cuáles podrían ser esos fundamentos morales prepolíticos del orden constitucional, que tanta falta nos están haciendo hoy.
Bajo tales circunstancias, resulta grande, y hasta cierto punto comprensible, la tentación de volver a las formas y las concepciones del viejo nacionalismo étnico. Por eso, no sorprende que en el discurso de las fuerzas políticas emergentes se perciban cada vez más temas, conceptos y enfoques nacionalistas. De lo que se sigue obviamente, y ha de seguirse en el futuro inmediato de forma cada vez más definida, un debilitamiento de la Unión Europea, e incluso el peligro de su ruptura definitiva.
Ahora bien, lo que tendríamos que plantearnos, con toda seriedad, es si el regreso al nacionalismo supone una manera adecuada de contrarrestar las debilidades de nuestro sistema político, y muy en particular las del patriotismo constitucional. Pues, ¿cuánto cabe avanzar por este camino sin que nuestro continente termine decayendo de nuevo en una situación de pequeños estados enfrentados y de pensamiento tribal? ¿Y podrá frenarse un desarrollo así en algún momento, una vez puesto en marcha? ¿O nos conformaremos de buena gana con un renacer de las fronteras entre los distintos estados europeos? ¿Queremos de verdad que los ciudadanos europeos tengan que sentirse de nuevo completamente extranjeros, con solo volar de España a Italia, o de Francia a Alemania?
Quizás el afán de novedades de una generación que no ha llegado a conocer el doloroso desgarro de nuestro continente a lo largo de casi toda su historia pueda encontrar algún aliciente en el renovado escenario tribal que ya se vislumbra. Bien es sabido que los pueblos y las personas cada cierto tiempo se aburren de lo mismo, y que esto constituye incluso una de las leyes básicas del comportamiento humano. Pero, ¡el Cielo nos libre de la vuelta a un escenario así! Y nos libre sobre todo a los españoles. Pues no siendo España, como es obvio que no es, la fiera más fuerte en esa hipotética nueva selva de naciones desvinculadas y en competencia, tenemos muchísimo que perder en el naufragio de la Unión Europea.
Sin embargo, permanece el hecho de que apenas si existe una ligadura sentimental con las instituciones y estructuras abstractas que conforman esa unión. Y que una ligadura sentimental es imprescindible de cara a constituir una comunidad viva y fuerte, que sea capaz de afrontar los retos del futuro (...¡y los del presente, que no son pequeños!).
Ciertamente, se está echando en falta una forma viva de patriotismo europeo. Pero no podrá llegar a desarrollarse un patriotismo así mientras que nos neguemos a reflexionar a fondo, y con toda franqueza, sobre la esencia de lo europeo. Y esa reflexión viene siendo desde hace décadas escamoteada por culpa del empeño por entender nuestro continente como una sociedad multicultural en donde todo cabe. Pues ocurre que Europa no es simplemente un contrato asumible sin más desde cualquier fondo cultural o civilizatorio. Al contrario: Europa es una civilización muy concreta, que ha surgido de la confluencia de tres corrientes de pensamiento básicas: la filosofía griega, el pensamiento jurídico procedente del derecho romano, y la religión cristiana. Del encuentro y la interacción entre estos tres componentes ha nacido la idea de los derechos humanos, de la separación entre religión y estado, de la igualdad entre hombre y mujer, y en general los valores ético-políticos recogidos en nuestras constituciones. Mientras que estos fundamentos prepolíticos de nuestro ser y nuestra identidad como europeos no se adviertan con claridad, y mientras que los políticos de los diversos partidos no reconozcan su deber de esforzarse por el mantenimiento de los pilares sobre los que descansa nuestra cultura y nuestra civilización, no habrá forma de que los europeos lleguen a ser conscientes del gran legado intelectual y ético del que son herederos, y que los une muy por encima de todas sus diferencias nacionales.
Mientras tanto, subsiste el hecho de que ni la sociedad multicultural ni el nacionalismo étnico constituyen una solución, y ni siquiera proporcionan caminos viables para nuestros países hoy. Sólo puede salvarnos aún un patriotismo de nuestra cultura y nuestra civilización occidental ―tantas veces calumniada y ridiculizada desde la revolución del sesentayocho para acá―. El multiculturalismo es una quimera. Pero el viejo nacionalismo no conduce más que a un empobrecimiento inaceptable. En todos los sentidos.

Tu me pixeleas mami tu me pixeleas tricki tricki tribal














Yobailopogo! 
-guapa te soy muy 
honesto sueño con tus tétrix cada que me acuesto 
-

Charlas de café con Jack Tollers. Versión para extranjeros


Una nuevo encuentro con Jack Tollers en su pub, esta vez para hablar de: "Juicio Particular, Purgatorio, Finimondo y Parusía". Versión sin música que puede ser vista fuera de Argentina.

¿donde andas CHIP TORRES?

















Yobailopogo!
 -la chiptonita y la torta de buevito-

Los tres mosqueteros y sus dubia

La noticia apareció en medio de la turbulencia y de los ataques de pánico provocados por el triunfo de Trump y, por eso mismo, paso poco menos que desapercibida para muchos. Me refiero a la publicación de la carta con cinco dubia en relación al confuso texto de Los amores de Leticia que enviaron al Santo Padre algunos cardenales, los tres mosqueteros que en realidad son cuatro, en el mes de septiembre. 
Algunos detalles para tener el cuenta:
1. Los cardenales firmantes no ocupan actualmente ninguna función específica lo cual les da mayor libertad dado que no pueden ser misericordiados. Sin embargo, Magister asegura que “no es un misterio que su apelación ha sido y es compartida por no pocos cardenales que están todavía en plena actividad, también por obispos y arzobispos de primer nivel, en Occidente y en Oriente, pero que han decidido mantenerse en las sombras”. Y esto lo sabe Bergoglio. 
2. Si bien los cuatro cardenales firmantes no tienen “fierros”, como sí los tienen el cardenal Dolan de Nueva York o el cardenal Collins de Toronto firmantes ambos de la “carta de los trece”, son autoridades en lo suyo, y lo suyo es materia particularmente sensible en este caso: Burke es canonista, prefecto de la Signatura Apostólica antes de ser misericordiado; Brandmüller, reconocido historiador de la Iglesia; Caffarra, el teólogo más respetado durante el pontificado de Juan Pablo II y autoridad, si la hay, en temas de matrimonio y familia y, sorprendentemente, firma también el cardenal Maisner, emérito de Colonia y representante durante décadas del establishment episcopal alemán.
Luego de un mes de espera y de no obtener respuesta, los purpurados hicieron pública la carta, a fin de proceder según el mandato evangélico, y encerrar de ese modo a Bergoglio que, presumiblemente, debería dar una respuesta. ¿Qué tenemos hasta ahora?
1. El silencio del papa Francisco porque su respuesta exigiría, necesariamente, jugarse en un sentido o en otro, que es justamente lo que evitó hacer en Los amores de Leticia, donde apenas si incluyó una nota a pie de página que desató la confusión. A los tres mosqueteros cardenalicios no puede responderle lo que le respondió a los periodistas hace algunos meses cuando le hicieron una pregunta análoga: “Pregúntenle al cardenal Schönborn que es un gran teólogo”, les dijo. En este caso, Burke y su grupo le preguntan explícitamente a Bergoglio como sucesor de Pedro y maestro en la fe. Es él, y no otro, quien debe dar la respuesta. 
2. Respuestas por elevación, que son las que le gusta disparar Bergoglio. En la audiencia del último miércoles habló de “soportar a las personas molestas”. Dijo: “Enseguida pensamos: «¿Cuánto tiempo tendré que escuchar las quejas, los chismes, las peticiones o las presunciones de esta persona?». También sucede, e veces, que las personas fastidiosas son las más cercanas a nosotros...”. Muchos consideran que estas palabras expresan la actitud que tiene el papa hacia los molestos preguntones. 
O bien, lo que dice en el reportaje aparecido el viernes pasado en L’Avvenire. Dijo: “(Algunos tienen)... una concepción cristiana teñida de un cierto legalismo, que puede ser ideológico, con respecto a la Persona de Dios que se hizo misericordia en la encarnación del Hijo. Algunos -piense en ciertas réplicas a la Amoris laetitia- continúan a sin comprender; o es blanco, o es negro, incluso si todo sucede en el flujo de la vida donde se debe discernir”. El Papa Francisco prefiere permanecer en los tonos pastel, donde nada es definido, todo es difuso y casi todo es permitido. Y a ese colorinche él lo llama misericordia.
En en el mismo reportaje añade: “Otras veces se ve de inmediato que salen críticas aquí y allá para justificar una posición ya asumida, no son honestas, se hacen con espíritu malo para fomentar la división. Se ve de inmediato cierto rigorismo escondido de una falta, de querer esconder dentro de una armadura la propia triste insatisfacción. Si ve la película La fiesta de Babette existe ese comportamiento rígido”. También estas palabras parecen estar dirigidas a los cuatro cardenales, y esto lo piensa nada menos que un bergogliano de primera línea como Andrea Tornielli. En este caso, el papa recurre a la vieja táctica jesuita de descalificar al enemigo sin brindar argumento alguno. Los criticones lo que hacen es sembrar “mal espíritu” que conduce a la división. Nadie sabe bien en qué consiste el mal espíritu, pero lo importante es rotular con un epíteto que resulte fácilmente identificable y repudiable. Y, además, les adjudica una patología: esta gente debe tener algún problema interno que resuelven creándose una armadura. Por eso mismo, porque se trata de un caso patológico, hay que ser cuidadosos para evitar el contagio y no molestarse en responder sus argumentaciones. Notemos las fuentes teológicas a las que recurre Bergoglio para fundamentar su respuesta. La mención a una “armadura” hace referencia, sin duda, al viejo libro de autoayuda de Bob Fisher “El caballero de la armadura oxidada” y, de modo explícito, se refiere a la película de Gabriel Axel La fiesta de Babette, y pone a los cuatro cardenales en el lugar de Martina y Filipa, las dos rígidas solteronas protagonistas del filme. Como no podía ser de otro modo, el Santo Padre recurre a la interpretación comunísima y más que discutible de la película. Más allá de esto, es llamativa la profundidad y solidez de las argumentaciones pontificias...
En la homilía pronunciada durante la creación de los nuevos cardenales, habló de evitar "polarizaciones", las que cuales pueden infectar también a los cardenales. No apeló esta vez a la gama cromática del blanco y del negro, pero la idea es la misma. Para Bergoglio no hay sí sí, no, no; ni cosechas o desparrames, como enseña el Evangelio. Para él, todo es igual: prefiere navegar por el medio.
Todas estas respuestas indirectas, en el fondo, no hacen más desacreditar a Bergoglio. Justamente él, que ha reprochado duramente a la Curia y a los obispos por la merecida fama de "chismosos" y ha condenado los chismes y habladurías, ha caído en el mismo vicio porque, como bien afirma Marco Tossati, las respuestas por elevación terminan siendo puros chismes, es decir, el recurso de aquél que no quiere enfrentarse con su oponente y otorgarle la respuesta que con toda licitud reclama, y prefiere desacreditarlo con habladurías, aunque en este caso sean públicas. 
3. La defensa de los progresistas. Como no podía ser de otro modo, los progresistas en teología se comportan del mismo modo que los progresistas políticos. La defensa que han hecho de Bergoglio es muy llamativa y causa gracia. Su argumento más fuerte se reduce al siguiente: “¿Cómo se les ocurre a cuatro cardenales pedirle aclaraciones al Papa, ¡nada menos que al Papa!, que a nadie debe  explicaciones”. Justamente los mismos que se rasgaban las vestiduras cuando, durante el pontificado de Benedicto XVI, alguien osaba reclamar algunas de las prerrogativas magisteriales pontificias, alegando que eso no eran más que rémoras del pasado, ahora se erigen en defensores acérrimos de la infalibilidad pontificia, aún en el magisterio ordinario, yendo mucho, pero mucho, más allá de lo que el mismo Vaticano I definió. Caso emblemático de todo esto son las columnas aparecidas recientemente en el sitio Religión digital
El clarinetista Julio Algañaraz titula su informe sobre el sínodo advirtiendo que Francisco "cruzó a los cardenales rebeldes". Ahora está bien visto, parece, ser autoritario, enérgico y hasta cruel. A los ultraconservadores nada; ni justicia, habría dicho Perón. Lo curioso del caso es que una amplia mayoría de los lectores que comentan la nota están de acuerdo con Burke. Impensable hace un par de años: los lectores de Clarín le dan la razón "al cardenal rebelde partidario de Trump". 
4. La cancelación, en la práctica, del consistorio. Se trata de la respuesta más patética de todas y la que demuestra el grado de nerviosismo de Francisco y los suyos. El periodista Edward Pentin, corresponsal americano en el Vaticano, dio a conocer que "el Papa está hirviendo de rabia" debido a la carta de los cardenales.  El caso es que el consistorio que se celebró el sábado pasado contó solamente con el acto público de creación de los nuevos cardenales. Tal como detallan algunos sitios, según lo establece el derecho canónico, (c. 353), en todo consistorio el papa debe mantener reuniones reservadas con todo el colegio cardenalicio a fin de tratar cuestiones del gobierno de la Iglesia, y es eso lo que se hizo siempre. Pero resulta que ahora, con un pontífice que se la pasa hablando de sindalidad, colegialidad y diálogo, cancela las reuniones en las que podía darse ese intercambio enriquecedor de ideas entre el sucesor de Pedro y sus colaboradores más inmediatos. Según se especula, y es la única explicación razonable, el papa Francisco no quiso enfrentarse al colegio cardenalicio porque debería haberse expresado, y esta vez sin recurrir a libros de autoayuda o películas taquilleras, sobre las dubia planteadas por los “tres mosqueteros”. Y sabe también que a los cuatro cardenales se le habrían sumado muchos más, y sabe finalmente que no habría sabido qué responder y que los machetes que pudiera haberle pasado Tucho Fernández no le habrían servido de nada.
¿Qué hará Bergoglio? Yo creo que, jesuíticamente, no hará nada. No responderá la carta, no se reunirá con cardenales peligrosos y seguirá mirando para otro lado, rodeándose del aplauso de la prensa laica y de sus secuaces progresistas. 
¿La publicación de la carta de los cardenales no servirá de nada? A los fines inmediatos que perseguía, no, porque Bergoglio no responderá. Sin embargo, creo que tendrá un efecto positivo a mediano plazo. La autoridad y peso de los cardenales que la suscriben terminará de abrirle los ojos a otros miembros de la jerarquía sobre el rumbo que Francisco le ha impuesto a la Iglesia, que termina en su disolución, y actuarán en consecuencia. Quizás tímidamente; quizá con un poco más de estridencia, pero servirá, creo yo, para que en el próximo cónclave los cardenales piensen muy bien el nombre que escriben en la papeleta. Y un buen ejemplo de esto lo podemos ver en la elección de las autoridades de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, que se realizó el martes pasado. Se la entendió como un referendum sobre el papa Francisco y, una vez más, perdió. Todos los puestos fueron ocupados por los obispos más alejados de su pensamiento. Mons. Cupich, su preferido, arzobispo de Chicago, creado cardenal el sábado ni siquiera estuvo entre los nominados. Magister escribe  un buen análisis de la situación. 

Escolio: Yo tengo un dubium. ¿Por qué los Tres Mosqueteros hicieron públicas sus dubia apenas  pocos días antes del Consistorio? ¿No habría sido más eficaz pedirle al Papa que respondiera delante de todo el Colegio Cardenalicio?
Posibilidad 1: Burke es un pésimo estratega político; fue un error debido a su impericia. En última instancia, lo que quería era que se hicieran públicos los errores doctrinales de Bergoglio.
Respuesta: Es verdad que al cardenal Burke le falta cierta sagacidad propia del hombre político. Varias veces se ha ido de boca y ha terminado perjudicado. Pero no puedo pensar que la decisión de publicar las dubia haya sido tomada en solitario. Entre los cuatro firmantes, Meisner y Caffarra -sobre todo el primero-, son personajes político experimentados. Por otro lado, es inverosímil que los cuatro se hayan cortado solos; creo más bien, y es lo que afirma Magister, que detrás de ellos hay muchos más y, lo más lógico es que entre ellos estén los trece que firmaron la famosa nota durante el sínodo. Si es así, la publicación de los dubia seguramente fue consultada con varios de ellos, al menos con los más poderosos. Y Dolan no es ningún ingenuo. Yo creo que lo pensaron bien. Por eso me inclino por la
Posibilidad 2: Fue una encerrona a Bergoglio. Si las dubia no se publicaban y encaraban al Papa en pleno consistorio exigiendo una respuesta, lo más probable hubiese sido que éste pateara la cosa para adelante, como hace siempre. "La Congregación para la Doctrina de la Fe se está ocupando del asunto. Les pido un poco de paciencia", podría haber sido su respuesta. Y las tres mosqueteros no habrían obtenido nada, si siquiera la simpatía de los otros purpurados que los habrían mirado como violentadores del Sucesor de Pedro. Y no podrían haber publicado la carta.
Al publicarse las dubia, a Francisco le quedaban dos opciones: seguir adelante con el Consistorio tal cual estaba previsto, es decir, con las reuniones con todo el Colegio, o suspenderlas.
En el primer caso -es decir, si se hubieran realizado como corresponde y como siempre se hizo reuniones del Papa con sus cardenales-, todos los purpurados estarían al tanto de las preguntas y esperarían una respuesta. No se habrían conformado con una dilación. Y la respuestas eran muy simple: Sí o No. Y Bergoglio no podía darlas. Ni siquiera la astucia y doblez en las que fue entrenado en la Compañía le habrían servido en la ocasión. ¿Le iba a decir a Kasper que hablara por él? Imposible. Las preguntas las debía responder él y solamente él, y cualquiera hubiese sido la respuesta se hundía.
En el segundo caso -suspender el Consistorio dejando solamente la parte ceremonial que fue lo que finalmente hizo- fue, creo yo, el peor error de Bergoglio y el mejor batacazo de los tres mosqueteros a mediano plazo. Ha quedado públicamente demostrado, al menos a ojos de los cardenales y obispos del mundo entero, que Francisco es un autócrata caprichoso, que le importa un bledo la colegialidad y el diálogo con los que se llena la boca y que, consecuentemente, le importa un bledo la opinión de sus hermanos en el episcopado. Es decir, perdió credibilidad, y la perdió muy feo.
Por supuesto que los obispos progres seguirán prendidos a su pollera transparente, simplemente por una cuestión ideológica. Pero los que están en el medio; los que aún tienen fe y buenas intenciones pero seguían creyendo todo el verso bergogliano, y que son la mayoría, comenzarán a mirarlo con desconfianza: el Sucesor de Pedro es incapaz de responder cinco simples preguntas que, con todo derecho, le hacen algunos de sus cardenales. Y no solamente eso, sino que ningunea a todo el Colegio y a sus opiniones. Para muchos, este traspié significará también una caída estrepitosa de la imagen de Bergoglio.
Los cuatro cardenales dubitativos han suspendido sobre la cabeza del Soberano Pontífice una espada de Damocles. De esta no saldrá fácilmente, sencillamente porque no tiene modo de salir. Como explica Marco Tossati, responder a los cardenales diciendo que aquel que está en pecado mortal objetivo (con todos los atenuantes del mundo) puede comulgar es romper con todo lo que la Iglesia enseñó hasta ahora. Lo de Bergoglio con el sínodo y la Amoris Laetitia fue una avivada, pero la avivada de un puntero peronista, con las patas muy cortas: no contaba con las dudas cardenalicias.
Lo positivo se verá en el mediano plazo (que esperemos que sea lo más mediano posible), es decir, en el próximo cónclave. Tal como se están dando las cosas, podríamos llevarnos una grata sorpresa.
¿Qué va a pasar? Nada, porque ya pasó. No creo que haya una aclaración sobre la cuestión de los recasados porque, cualquiera que fuese, no haría más que oscurecer el panorama. Lo que pasó, y esto es lo más trascendente, es que Bergoglio perdió, y perdió mal. Ya no solamente seremos los argentinos quienes abramos los ojos acerca de quién es verdaderamente este personaje, sino que serán los obispos del mundo entero (excepto los argentinos, por cierto) quienes sabrán con qué buey están arando.
En definitiva, Bergoglio volcó.

Tres golpes

por Ludovicus

Tres elecciones, tres sorpresas, tres aldabonazos, marcan la irrupción del votante silencioso. Brexit, Colombia, Estados Unidos. A la Naturaleza le gusta ocultarse, escribió Heráclito, y en estos casos, bajo la apariencia de una pacífica hegemonía del progresismo –que no es otra cosa que la negación sistemática de la existencia de una naturaleza- se ha revelado como latente una discrepancia, una disonancia, una dynamis de sentido contrario.
“Son votantes vergonzantes”, explican los medios al intentar razonar lo inexplicable. “Tienen miedo de declarar sus ideas”.  Pero el fenómeno dice más sobre las características del actual sistema hegemónico de ideas que sobre los votantes. Es hora de darnos cuenta de que vivimos bajo la dictadura del progresismo. Esta dictadura es tanto más opresiva cuanto que es omnipresente. Asoma en los textos escolares, en los medios de comunicación, en las oficinas públicas. Tiene su propia Inquisición, que no duda en examinar a quien exprese opiniones contrarias, iniciarle acciones administrativas, enjuiciarlo. Tiene una cosmovisión en temas que van desde la sexualidad hasta la integración cultural, un sentido de la Historia, una moral y una antropología que debe compartirse bajo diversas penas. Hemos ganado la batalla cultural, pueden decir los progres; ya no hay necesidad de hacer prisioneros.
Aun más: en todo Occidente, quizás con excepción de Inglaterra, se ha consagrado por diversos medios el delito de opinión, por ejemplo en materia de discriminación de géneros (y es metafísicamente imposible, si se habla de géneros, no discriminar). Un pensamiento contrario al progresista te puede llevar a perder el empleo, a sufrir una multa o a la cárcel. Todo transgresor es instantáneamente burlado – ya que no refutado, pues ni siquiera se argumenta hoy a favor de los axiomas progres, que se consideran evidentes de suyo como los metafísicos. Y el campo de la persecución se ha ido ampliando aún más: no sólo opinar, sino describir una realidad cruda que contradiga el dogma progre puede constituir una infracción mortal. Ay de aquel que lee en la TV un estudio estadístico sobre una minoría sexual, racial o étnica que indique algún tipo de constante negativa. Ay del que establezca una relación de causalidad entre un vicio y una consecuencia desgraciada; vergüenza sobre quien diga que un Dios tiene que ser justo, un macho es un macho y el pasto es verde.
Podríamos decir que la Progresía se engolosinó, creyéndose su propio relato, suicidándose por complaciente. Si asomaban descontentos, como manchas de hierba quemada en un prado magnífico y unánime, siempre se podía recurrir al arsenal de descalificaciones: son homófobos, islamófobos, sexófobos, globalófobos cualquier cosa menos deífobos. Son pobres, son descastados, son blancos de cuello azul, son obreros de cinturones oxidados, son campesinos cuidadores de cerdos, son resentidos víctimas de la guerrilla. Son, con palabras de la candidata Clinton, una canasta de deplorables. Basura de la Historia, una versión posmoderna del lumpenproletariat de Marx. Los yanquis resentidos, los colombianos rencorosos, los ingleses reaccionarios.  Si alguien discrepaba se le oponía la ineluctable corriente de la globalización, la teoría del género o la desnacionalización como fenómenos irreversibles e irresistibles.
Pero no se argumentaba. Ya no. El dogma, en particular el progre, no se argumenta. La opinión contraria debe ser amonestada, ahogada y silenciada, hasta el punto de hacerlo desaparecer del ágora público. No hay que razonar con deplorables. Tolerarlos, y sólo por un tiempo.  Circula por internet el video de un agudo pensador progresista agarrándose la cabeza por el error cometido; se da perfecta cuenta de que la hegemonía ideológica y la complacencia universal genera inmediatamente una reactividad, una dialéctica que a su  vez no es medible precisamente por la existencia de esa hegemonía que oculta las corrientes subterráneas como la capa de hielo en la superficie de un río en invierno.  Tan luego les ocurre a los progres, que olvidan el lema de Rousseau espetado por Demoulins al Inquisidor Robespierre, “brûler n´ est pas répondre”.
Pues bien, estas elecciones –quien diría- han venido a demostrar, contra viento y marea de los medios, las dirigencias y la “opinión pública”, que existe un sentido del hombre común que se parece al sentido común. Es una tardía reivindicación de Chesterton, que justamente hacía residir el valor de la democracia en ese hombre ordinario. Que calla ante la matonería universal de los medios, que disimula sus discrepancias por miedo o quizás por prudencia, pero que surge con la fuerza brutal de un géiser cuando se le abre una urna. No es suficiente, claro que no. No es la irrupción de la verdad ni de la salvación de nuestra civilización, pero celebremos esta triple victoria de la realidad: la expresión de una percepción genuina, la valiente disonancia y un rasgo de sentido en un mundo que lo ha perdido. 

Guardame en tu memori no me vayas a olvidar dejame jugar con la bolita de tu mouse















Yobailopogo! 
-Traigo lo mas chilo en tecnología
tengo el cargador para llenar tu batería
-

La persecución de los curas

Muchas veces nos olvidamos de mirar al costado y, yo el primero, criticamos y exigimos a los curas que lleven cargas que a duras penas pueden soportar porque ya sus vidas los ha cargado de otras inesperadas. Y me refiero a esos pobres curas invisibilizados la mayoría de las veces y que soportan una vida heroica o, más concretamente aún, una vida de persecuciones. Y lo más desgarrador del caso es que no son arrojados al anfiteatro para ser devorados por leones sino por bestias mucho más crueles y despiadadas: sus propios obispos.
Como enseña la buena filosofía, la gracia no destruye la naturaleza. Lo natural del cura, que es loa de cualquier humano, sigue permaneciendo tan humana como siempre, y sus afectos, sus emociones y deseos siguen siendo los mismos. Y debe mantener el equilibrio de todo ese complejo bajo las circunstancias adversas que le tocan vivir. “Tienen la gracia”, dirán algunos. “¡Que recé!”, dirán otros. Pero la oración y la gracia no disuelven la naturaleza. Lo humano, y es humanidad caída, sigue estando allí. 
Conozco un cura que, además de la persecución de su obispo, debe atender cada fin de semana cinco capillas y recauda, en concepto de colectas, $170 en total. Es decir, debe vivir con menos de 10 euros por semana, mientras su obispo cobra un salario de juez y está atento a cualquier movimiento de Roma a fin de alinearse correctamente según soplen los vientos.
En las últimas semanas he conocido dos casos indignantes, protagonizados por obispos “buenos”, es decir, de los mejor y más granado de la ortodoxia episcopal argentina. Uno de ellos, que lleva el mismo nombre que el Príncipe de los Apóstoles, encubrió, a pesar de varias denuncias, a un sacerdote que durante años mantenía conductas homosexuales hasta que, finalmente, el escándalo se filtró nada menos que en la redes sociales, con escabrosas fotografías incluidas. La reacción del prelado fue la prevista: trasladarlo a otra diócesis hasta que las aguas se calmen. Pero, al mismo tiempo, no cesó de perseguir a otro sacerdotes por sus posturas demasiado católica en cuanto a la defensa de las verdades de siempre relacionadas con la fe y con la doctrina. En concreto, ese sacerdote fue invitado a retirarse de la diócesis.
Otro prelado, titular de una de las diócesis más conservadoras del país, ha tenido en los últimos años tres sacerdotes con fuertes escándalos mediáticos por escalofriantes casos de pedofilia, -y hay otros cuatro en espera por la misma situación- y, sin embargo, sus preocupaciones de padre y pastor de su clero, pasa por reconvenir fuertemente a aquellos sacerdotes que no permiten que se toque la guitarra en sus misas, o que son reacios a distribuir la comunión en la mano y que suelen ser, como es habitual, denunciados por las propias monjas de la parroquia.
¿Cómo pueden los buenos sacerdotes resistir? ¿Qué pueden hacer, cuando se llega a puntos límites, para salvar su sacerdocio y no desmoronarse? Porque, en medio de todo esto, tengamos en cuenta que el demonio “sicut leo rugiens, circuit quaerens quem devoret”; el diablo está presto a encontrar una presa, y si es carne consagrada mucha mejor, para devorar. La ley canónica de la Iglesia, sabiamente establecida para el bien del clero y para evitar que se colaran en sus filas avivados y vividores, se ha terminado convirtiendo en una trampa para los buenos curas que, necesariamente, deben depender de un obispo que los persigue sin piedad pero que no los deja salir de la jaula de la incardinación. Y, aún cuando los dejara, no sabrían muy bien donde refugiarse, porque no es negocio dejar la jaula del león para caer en la de la pantera o en la del oso.
¿Estaríamos los laicos dispuestos a sostener y proteger a un cura sin licencias? ¿Hasta dónde llegarían nuestros escrúpulos canónicos y nuestra generosidad económica? ¿Qué otra opción les quedará a algunos de ellos tal como se presentan las cosas?
Desviemos la mirada por un minuto, y pongamos atención a un dato. Mientras los seminarios diocesanos se vacían, se cierran o se fusionan y mientras las congregaciones religiosas languidecen y muchas de ellas han entrado en un irreversible proceso de extinción, la FSSPX acaba de inaugurar hace apenas unos días en Estados Unidos un nuevo seminario que, en estructura, no tiene nada que envidarle a las antiguas y monumentales abadías medievales. Y el motivo de la nueva edificación es muy sencillo: el seminario que durante décadas tuvieron en Winona les quedaba chico. Ya no tenían espacio para albergar en él a la cantidad de vocaciones de habla inglesa que solicitaban ingresar. Y traigo a colación el hecho porque desde una mirada completamente extraña a ese mundo, como es la mía, me pregunto si no será posible que, en un futuro cercano, sea justamente la Fraternidad un lugar de refugio para esos buenos curas de los que hemos hablado. 
Nolens volens, Bergoglio va a algo positivo en su pontificado: consagrará la carta de ciudadanía incondicional que tiene la tradición, y lo tradicionalistas, dentro de la Iglesia, ciudadanía que le había sido retirada por Pablo VI y por Juan Pablo II, y que volvió a ser adquirida merced al motu proprio Summorum Pontificum del papa Benedicto XVI. Sin embargo, con la creación de la prelatura personal de la FSSPX, se disipará ya cualquier posibilidad de sospecha o de vituperio por parte de obispos y curas, como es el caso aún hasta el día de hoy. El blog Rorate Coeli publicó hace una semana una entrevista a Mons. Fellay en la que afirma que los arreglos con Roma están “casi listos”, y sólo queda algún detalle de “sintonía fina”.
¿Qué fuerza podría tener una decisión como esta? ¿Qué posibilidad de cambio real? No se sabe, pero no sería de extrañar que fuese mayor al esperado. Recientemente se dio a conocer una serie de estudios y encuestas, realizadas de modo profesional en varios países de Europa, que revelan que más del 60% de los fieles católicos que asisten habitualmente a la misa dominical del rito moderno, asistirían gustosamente a una celebrada en latín según el rito tradicional, y que solamente un 10% de ellos se resistirían a hacerlo. El dato es significativo.
Si el mismo se confirmara, y si otro tanto sucediese en nuestras pampas, quizás los buenos curitas perseguidos por sus obispos, podrían obtener refugio en la nueva prelatura y, luego de un periodo de noviciado o como quieran llamarlo, podrían fundar nuevos prioratos, situación frente a la cual los obispos diocesanos no podrían más que emitir alguna opinión no vinculante.
Si fuera esto posible, corresponderá a nosotros, los laicos, hacerlo posible.