Deseo para ti: que algún día te encuentre esa persona que te ha estado buscando como Chiyoko al pintor de la llave




Me preocupa que no pudiera darte las gracias.
Quiero verte, pero esta guerra...
...es más intensa cada día.
Cuando acabe, y llegue la verdadera paz...
...volveré a mi casa de Hokkaido y acabaré ese cuadro.
Algun día me gustaría mostrarte ese cielo estrellado...
...como prometí que haría.
¿Esto?
Esto es la llave de la cosa más importante.
¿La cosa más importante?
¿Prometido?
Ultima llamada para el tren de las 19:37
Express Cielo y Nieve...llegando por via 12.
¡Estás enamorada de alguien!
No hasta mañana.
Con la 14ª noche, aún hay mañana...
...y esperanza.





Yobailopogo! 

Colación de grados

Imágenes del acto de graduación de los delincuentes argentinos:


lo que pasa es que tu no confias en mi
















Yobailopogo! 
-claro que si, 
pero no quiero que salgas con ese pendejo que te quiere garchar-

El Chino Mañarro: tufo a oveja

Hace ya tres años Ludovicus había estudiado una de las notas características de Bergoglio: el “canibalismo institucional”, que consistía en “alimentarse de la mala fama de la institución a la que se pertenece, aceptando las versiones peyorativas, los prejuicios y las calumnias, oponiéndose a ellos y en consecuencia salvar la cara en forma personal. Cuando lo ejerce la persona que ostenta la representación suprema de la institución, puede alcanzar el rango de traición”. El Santo Padre ha dado ya, al menos en lo que respecta a la Iglesia en Argentina, un paso más: la autofagia. Es este un proceso natural que consiste en la nutrición que determinados organismos vivos realizan a expensas de sus órganos menos útiles como medio de supervivencia ante un ayuno prolongado. Francisco es un autófago perverso, pues el proceso de canibalismo al que ha sometido a la Iglesia y al episcopado sobre el que se fundan las mismas raíces de nuestra religión, no se origina por una situación de ayuno extremo sino por su simple perversión, o traición.
Durante los años del comunismo en países católicos como Ucrania -años de ayuno-, se justificaba que la jerarquía superviviente confiriera la consagración episcopal clandestinamente a hombres que no tenía la preparación suficiente, al menos en el plano intelectual. En concreto, no sabían teología. Eran, quizás, buenos operarios o buenos ingenieros, católicos piadosos y con vida espiritual, y eso bastaba para conservar la Misa y el sacerdocio en circunstancias tan duras. Pero, cuando esas condiciones pasaron, la Iglesia nuevamente miró a la élite espiritual e intelectual para elegir a sus obispos. Como el organismo que, pasada la temporada de ayuno, deja de comerse a sí mismo para gozar de un buen banquete. Bergoglio, en cambio, se ha decidido por una fagocitosis perversa, o invertida. Si este proceso consiste en que ciertas células y organismos unicelulares capturan y digieren partículas nocivas, el Papa da muestra de querer encumbrar a este tipo de partículas venenosas y, en cambio, capturar y destruir a las mejores que posee su organismo que es la Iglesia.
Ya habíamos hablando en más de una ocasión de La Cámpora de Francisco o la chusma episcopal que estaba siendo “empoderada” por el actual Pontífice. Pero pareciera que esta tendencia ha llegado ya a extremos que no solamente producen bronca y fastidio, sino también asco. La Oficina de Prensa de la Santa Sede informaba ayer: “El Santo Padre ha nombrado al reverendo Oscar Eduardo Miñarro como obispo auxiliar de la diócesis de Merlo-Moreno”
¿Quién es la nueva Excelencia Reverendísima? Lo tienen ustedes en la fotografía que inicia este blog; en la de la izquierda lo pueden ver con sus congéneres, el clero de la diócesis de Merlo-Moreno y, un poco más abajo, asistiendo a un recital de Roger Waters, uno de los fundadores de Pink Floyd. Las tres imágenes nos llevan rápidamente a una primera, y apresurada, constatación: Mons. Miñarro es un eximio representante más de la chusma episcopal bergogliana o, más brevemente, un lumpen
Ya sabemos que es ese el tipo de gente con la que el Santo Padre se siente a gusto. No son los pobres de Cristo ni los necesitados. Él se siente a sus anchas con el lumpenaje, los bajos fondos, lo chabacano y lo grosero. Por eso, sus amigos son, por ejemplo, Gustavo Vera y Guillermo Moreno. Por eso -porque en el fondo de su alma anida un profundo resentimiento- desprecia y se burla de los buenos modales y así, goza dejando plantada una orquesta, vistiendo una sotana transparente y adoptando gestos vulgares. Y porque es justamente esa la calaña que más le simpatiza, nos la está imponiendo a todos los argentinos como obispos. 
Desde estas páginas hemos criticado con fuerza y con frecuencia a muchos prelados argentinos, por ejemplo, a Mons. Eduardo Taussig. Debemos reconocer, sin embargo, que al menos cuenta en su haber ser una persona educada -se formó en el que es hoy todavía uno de los mejores colegios de Buenos Aires, el San Pablo-, estudió varios años teología en Roma y conserva modales humanos. El cardenal Poli podrá ser todo los desleído y amargo que queramos, pero es una persona que sabe en serio historia de la Iglesia; Mons. Martín de Elizalde podrá ser culpable de muchas agachadas, pero conoce como pocos en Argentina a los Padres de la Iglesia. La nueva camada episcopal bergogliana sabe, con suerte, usar cuchillo y tenedor para comer.
La semana pasada el papa Francisco advertía que “el mundo está cansado de los obispos de moda”. Por supuesto, él rechaza a los obispos que están de moda en ciertos ámbitos, pero no tiene reparos en elegir para el episcopado a sacerdotes que están de moda en otros. Mons. Chino Miñarro es, de hecho, un cura de moda, El 14 de diciembre pasado, firmaba una carta de despedida a Cristina Kirchner en la que, entre otras cosas, decía: “Pronto todos comenzaremos una nueva etapa. Etapa que muchos vislumbramos dura y triste. Y no quisiéramos que la comiences sin nuestro abrazo”. Y en 2014 se lo nombró vecino destacado de la municipalidad de Merlo. 
Pero vayamos a lo importante. Su Excelencia Reverendísima será, de ahora más, un maestro en la fe de nuestros padres para todos los argentinos. ¿Cuál es la fe del Chino Miñarro? En 2012 concedió una entrevista a un grupo de estudiantes de, nada menos, la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Es allí donde aparece en toda su extensión su opera omnia y la profundidad de su pensamiento filosófico y teológico además, claro está, de las condiciones necesarias para apacentar y conservar a su rebaño en la fe. Nos dice que “Para mi no existen las certezas. Yo voy haciendo camino”. Afortunadamente, un poco más abajo, aclara que sí tiene certeza que Dios existe, y afortunadamente también a la entrevistadora no se le ocurrió preguntarle si creía en la Eucaristía o en la virginidad de Nuestra Señora. 
Sus conocimientos de bioética son asombrosos: “Con el tema de los embriones, estás en un teme filosófico, no meramente científico. Yo creo que si nos planteamos la pregunta de cuándo un embrión tiene vida, estás en un tema filosófico. Lo que podemos plantear es que en filosofía no existe una verdad absoluta. Que lo que existe son preguntas que generan distintas respuestas y que todas pueden ser aceptables en la medida que la justifiques. Pero ¿quién puede decir si el embrión tiene vida o no? Yo creo que ni el religioso ni el científico, queda en una cosa muy compleja”.
Por supuesto, su compromiso con las minorías sexuales es inobjetable: “Sí, estoy a favor [del matrimonio homosexual]. Además, si yo digo que no se promulgue el matrimonio igualitario, ¿va a dejar de existir por eso? No, va a existir igual. Entonces, si existe la situación, ¿no tengo que favorecer que esa situación sea de dignidad para las personas que la están viviendo? ¿Que favorezcan una inserción mayor en toda la sociedad? Y yo, como Iglesia, ¿no puedo hacer sentir también que Dios acompaña esa situación?
Hace algún tiempo, dirigió una carta a la Conferencia Episcopal Argentina en la que, entre otras cosas, pedía:
“Revisión de los modos de vida que separan a los presbíteros del pueblo, incluyendo trabajo, vestimenta, celibato obligatorio, casa, pobreza...
Revisión de la liturgia a fin de alcanzar la inculturación creativa que permita que el pueblo, y particularmente los pobres, la experimenten como lenguaje propio para acercarse a Dios;
Revisión de lo que se pide principalmente a los presbíteros, recordando que la centralidad debe estar puesta en el reino y la evangelización antes que en el culto;
Revisión de toda espiritualidad que no sea una evasión platónica sino un verdadero caminar según el Espíritu y lleve a poner un oído en el Evangelio y un oído en el corazón del pueblo”.
Resumiendo: Mons. Miñarro considera que los curas deben trabajar, casarse y no distinguirse por una vestimenta en particular; que la liturgia debe ser creativa; que el culto no debe ser el centro de sus vidas y que la espiritualidad no debe consistir en evasiones platónicas -es decir, rezar, meditar, contemplar- sino escuchar a los pobres. 
Bergoglio clamaba por “obispos con olor a oveja”. Ahora nos está llenando de “obispos con tufo a oveja”. Como dice un cura amigo, “lo peor de Bergoglio no es Berglglio sino el postberglolismo: esas mil bombas activadas que nos va a dejar al irse”.


Yo soy un bautizado y, como tal, miembro del pueblo elegido de Dios y heredero de las promesas por virtud de la sangre de Nuestro Señor, que es la Iglesia. Y, como tal, participo del sensus fidelium y por eso digo: Mons. Oscar Miñorro no tiene fe católica. Y la prueba está en lo que ha dicho y escrito. Quien consagre a esta persona en el episcopado comete un acto de traición a la fe de la Iglesia como lo ha cometido quien lo eligió para el episcopado. 

Doragon Bōru










 


Yobailopogo! 
-vamos a buscar-

Det sjunde inseglet (1957)





¿Ya berreas otra vez?
- Es que yo la quiero.
 Conque ésas tenemos.
Te diré una cosa, tonto.
"Amor" es sólo una palabra bonita para decir que felicidad más felicidad
es igual a engaños, mentiras, falsedades y disgustos.
- Pero duele igualmente.
Sí, también es verdad.
El amor es la más negra peste.
Ojalá se muriese de amor.

 Pero de eso se cura uno.- No, mi amor no pasa.
Claro, el tuyo también, como todos. y, muy de vez en cuando, muere de amor una pareja de idiotas.
Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto...
el amor es lo más perfecto de todo...
precisamente, por su perfecta imperfección.
-Qué suerte. Tienes una elocuencia como nadie.
Crees en tus propias palabras.

¿Creer? ¿Quién dice que yo creo algo?
Doy buenos consejos.
Si me pides uno, te doy dos.
Piensa que soy un hombre instruido.






Yobailopogo!

Prójimos y lejónimos

Más de una vez, Ludovicus ha hecho notar la dialéctica entre prójimo y el lejónimo propia del discurso bergogliano, por ejemplo en este post. En síntesis, mientras el prójimo es real y concreto, por eso Cristo se refirió a él, el lejónimo bergogliano es abstracto, más bien un ente de razón. Y así, el obispo de Roma puede lamentarse y llorar enternecedoramente por los sufrimientos que soportan los refugiados sirios, y pasar de largo frente al marido y a la hija de Asia Bibi, sin siquiera ofrecerles una palabra de consuelo o esperanza. Esta actitud psicopática y manipuladora del pontífice es nada más que un emergente del colapso posconciliar y que venía de larga data. 
Una de las flores más perfumadas de las últimas décadas que pueblan el jardín posconciliar es el protagonismo que la Iglesia adquirió frente a la opinión pública como la institución líder en la defensa de los pobres y la promoción humana. Pensemos, por ejemplo, en la Pacem in terris  de Juan XXIII, de los lejanos años ’60. Sería muy difícil, por otro lado, encontrar en los documentos del episcopado argentino de los últimos años alguna referencia a la conversión del corazón, a la búsqueda de la Verdad o a la adoración de la Trinidad. Los intereses episcopales pasan exclusivamente por alertan acerca del aumento de la pobreza y de los vaivenes del desempleo. Y los curitas de parroquia centran sus homilías en la importancia de sentirse comunidad, de buscar la paz y de dar de comer a los pobres, y presentan a Cristo como el protagonista del nacimiento de una suerte de Green Peace universal dedicada a socorrer al hombre en sus necesidades materiales. Hasta el misterio más grande de nuestra fe, la Eucaristía, se ha convertido en un símbolo del pan que debe ser compartido con el necesitado. 
Se trata, por cierto, del misterio de iniquidad obrando en la Iglesia, y del modo que han tenido los miembros de su jerarquía de legitimarse frente a un mundo apóstata. Si la sociedad ya no cree ni tiene consideración por lo sobrenatural, ¿de qué modo presentarse frente a ella y no ser rechazado? Uno de ellos, y es por el que se ha optado, es camuflándose en una ONG que agote su razón de ser en la inmanencia. Es este el camino que eligió la Iglesia luego del Vaticano II y para constatarlo, basta ver los videos mensuales protagonizados por Bergoglio, de los que dimos cuenta hace poco. 
Pero ¿es que la Iglesia no debe ocuparse de los pobres y necesitados? Por cierto que sí, y siempre lo hizo. El problema es cómo entender y desarrollar esa acción. Las palabras del salmo 126, Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los constructores indica que el centro absoluto de la vida de la Iglesia es Cristo y no el hombre, por más pobre y menesteroso que sea. Es por eso que siempre miró con cierta sospecha a las “organizaciones sociales” (pensemos, por ejemplo, en la opinión que tenía la Iglesia sobre el Rotary Club), o bien se las consideraba tareas secundarias que poco tenían que ver con los procesos auténticamente divinos y misteriosos que se cumplen en el alma de los fieles y que el Espíritu Santo dispensa a través de la acción de la misma Iglesia. Para eso fue fundada por Nuestro Señor, y no para dar de comer a los pobres. Luchar por la igualdad entre los hombres, eliminar la pobreza y el hambre, obtener la paz entre las naciones del mundo -hacia todo lo cual se dirigen los esfuerzos del papa Francisco- posiblemente puedan lograrse pero “cuando se diga: ‘paz y seguridad’, entonces, de improviso, vendrá la ruina” (I Tes. 5, 3). 
¿Y si al mundo le viene bien bien el sufrimiento y la pobreza? ¿Y si una vez que el mundo alcanzara el bienestar, la humanidad se volviese presuntuosa y se olvidara de Dios? ¿Y si la saciedad acallara las conciencias? ¿Y si el ocio y una vida sin dolores despertara vicios desconocidos? Son preguntas que se hacía Pavel Florensky a principios del siglo XX y que vale la pena rever. Me refiero a la obsesión que siempre demostraron algunas congregaciones religiosas contrareformistas por influir y hacerse de puestos mundanos ad maiorem Dei gloriam, por supuesto. Y podemos preguntarnos nuevamente: ¿será que los caminos de la Iglesia son los de una organización que hace propaganda de sus productos a fin de atraer consumidores? ¿Será que su éxito consiste en organizaciones firmes y jerárquicas que consigan infiltrarse en los centros del poder -las cortes reales, en el caso de los jesuitas de los siglos XVII y XVIII-, o en los centros económicos , en el caso del Opus Dei de nuestros días, por ejemplo? ¿Será que la misión de los laicos comprometidos consista en estar presentes en todos los ámbitos humanos, incluidos los partidos políticos de la democracia liberal? 
La verdad es que no. Nosotros, como dice San Pablo, no combatimos por la carne; las armas de nuestro ejército no son los instrumentos de la carne, sino que la fuerza la tenemos en Dios. Nuestras armas son la coraza de la justicia, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, la espada del espíritu, la palabra de Dios y la oración.
El cristianismo propiamente tradicional desprecia las formas humanas de lucha y teme confundir como divinas aquellas gestas que son solamente de los hombres. Esto no significa que haya que negar todas las obras humanas; significa que hay que ser cauteloso a fin de no confundir lo terreno con lo divino. No se trata de negar las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo o visitar a los enfermos. Todas ellas son virtudes que adornaron a los más grandes santos, pero tienen sentido solamente en cuanto son actos de amor y de caridad, y no como dirigidos a transformar este “valle de lágrimas” en el jardín de las delicias. Las miserias de este mundo no se cambiarán por los esfuerzos humanos, aun cuando sean liderados por el Obispo de Roma. La beneficencia (hacer el bien), desde el punto de vista cristiano, se dirige hacia el prójimo, que es una persona concreta y determinada, y no hacia el lejónimo, que es un colectivo indeterminado. Se hace el bien porque se ama a un hombre determinado que sufre y no porque se tenga la intención de cambiar las condiciones de vida de la humanidad, o de ganar el premio Nobel de la Paz.