To Kill a Mockingbird (1962)

 029 - To Kill a Mockingbird - (1962)


  Tengo una deuda conmigo mismo si uno entra a la IMDB y busca el Top de las 250 peliculas mejor rankeadas de todos los tiempos de todo el mundo mundial de la historia de la humanidad, puede marcar cuantas pelis ya vio y pues ya saben que mi TOC no me permite dejas las cosas a medias, así que adivinen cuantas pelis me faltan para cumplir con mi meta, entonces para hacer más corta la brecha me dispuse ver esta cinta a la cual le traia muchas ganas desde hace tiempo: ¿Cómo matar a un ruiseñor?; es una peli basada en el libro de Harper Lee, ganador del Pulitzer en el 61 que trata sobre un abogado que tiene que defender a una persona negra acusada de violar a una mujer blanca, y uno que creia que despues de los premios Oscar ya no iba a ver más pelis de negros que sufren hahaha pues la verdad es que me gusto muchisimo la peli y la encuentran en casi todos lados online así que si pueden y no tienen nada mejor que hacer hoy yo se las recomiendo, ojala pronto les cuente que ya termine con esta pinche lista.



Yobailopogo!
 -Miss Jean Louise. Miss Jean Louise, stand up. Your father's passing.

Logan (2017)


 028 - Logan - (2017) 



Bueno ya los deje descansar un poco, espero que ya hayan visto todo lo que les recomende en tres meses, ahora vengo a confirmar lo que dicen Logan es la leche de la virgen en ayunas. Una cosa barbara, en verdad increible, crean todas las cosas buenas que escuchen sobre esta cinta. En verdad es de mis favoritas hasta ahora de "super heroes", ya saben como les encanta encasillar cosas, pues está peli es buenisima. se despide en grande de este personaje y se roba la cinta, te dan muchas ganas de seguir con ella. Soy fan, haganse un favor y vayan al cine a ver esta cosa chingona. Como nota les comento que en el cine no te venden boletos si no llevas tu IFE así ya saben sin pinche sentido comun ni tantito pensamiento critico, pero bueno, ¡Viva México! el país que va a pagar el muro y permitir que la corrupción premie el control genetico. No estoy llorando al escribir esto. Para lo que se lo preguntan la peli que estan viendo en el hotel es Shane (1953) de y ya saben que pronto estara reseñada por acá.




Yobailopogo! 
-As I live and breathe, "the Wolverine"-

Espejos inminentes

por Ludovicus
La crítica ha comparado los episodios de Black Mirror con la vieja serie clásica Dimensión Desconocida. Ciertamente hay analogías, pero hay que reconocer una calidad eminente en el rigor de esta ciencia ficción distópica y sobre todo, la eliminación de la fantasía pura, reemplazada por una proyección relativamente realista. La técnica es sencilla; a partir de uno de las tres puntos de partida asimovianos de la ciencia ficción (¨como que esto siga así...¨), se extreman los actuales avances tecnológicos y se extraen las consecuencias en la vida humana. Uno ve los resultados, y calcula mentalmente a cuánto estamos de estos o similares escenarios de deconstrucción de la naturaleza humana (15 años,  20, el año que viene).
Lo más evidente del impacto de estas aproximaciones tecnológicas es el cambio de la futura vida cotidiana, en definitiva de la naturaleza social del hombre. En uno de los mejores episodios, dos cónyuges discuten apelando no a su memoria sino a los registros exactos de cada momento que quedan grabados en un artefacto (recurrente en la serie) que llevan insertos todas las personas. No hay más memoria, sino reproducción del pasado al estilo del Funes borgiano, pero perfectamente grabado.Esta reproducción del pasado gravita permanentemente sobre el presente, como una suerte de penosa eternidad desquiciada, (spoiler) en que el matrimonio se deshace enfrentando  los registros.
En otro capítulo, un premier británico es forzado por las encuestas (spoiler) a realizar un acto nefando de bestialismo , públicamente transmitido. En este caso, prácticamente no hay ciencia ficción sino quizás sátira y una ligera hipérbole. Quien se haya asomado a los abismos del marketing político o de la forma en que inciden las encuestas sobre las posiciones de los políticos (en la última elección, Trump usó en forma muy exitosa para lograr ganancias marginales en los Estados una empresa de manejo de big data que le permitía apuntar exactamente a cada grupo específico en cada Estado) apenas nota la exageración un tanto burda y humorística, en realidad una parábola de la netpolitics.
En otros casos, no hay tanto distopía cuanto proyección de alguna de las más caras fantasías de la posmodernidad. Aquí realmente la serie funciona como espejo de los deseos. En uno de los episodios (spoiler) una pareja (homosexual, si tiene algún sentido eso en la virtualidad) vive y sobrevive a la muerte en una existencia virtual, que al final del capítulo se revela como una vasta matrix de subsistencias virtuales que reemplaza a los prosaicos nichos. Se ha logrado la vida eterna, aunque -aclara uno de los personajes- esta existencia virtual, prácticamente idéntica a la real, no es aceptada por la ¨gente muy religiosa¨. Aquí la ficción se resuelve en un deseo tan antiguo como el del cantar de Gilgamesh traducido por la tecnología, y resulta casi irresistible comparar el pasaje del Génesis donde la pareja primigenia es apartada del Paraíso, para evitar que luego de comer del Árbol del Bien y del Mal lo haga del Árbol de la Inmortalidad terrena, ruina definitiva de la especie humana. Algunos pensamos que esa fue la primera bendición de Yaveh.
La omnipresente tecnología comienza a alterar, no sin grave daño, la naturaleza humana, para los que todavía creemos en su existencia. Las posibilidades, como nos muestra la serie, son pavorosas e ilimitadas; desde el sexo y hasta un erzatz del amor con los androides, pasando por la dependencia absoluta de las redes virtuales, hasta una cadena perpetua a un criminal subjetivamente eterna, un sueño de los partidarios de la mano dura y ante la cual la pena de muerte se revela como un don piadoso.
Asomarse a los espejos de Black Mirror, en suma, conlleva la posibilidad y la maldición de encontrar o bien una imagen del hombre distorsionada al extremo o bien ninguna, una vez más, como en la vieja leyenda del hombre sin reflejo, que es quizás la mejor síntesis que encierran estos escenarios inminentes. Los espejos pueden cambiar, los mitos jamás.

Zoom

Lucardo me pregunta en uno de los comentarios del post anterior qué ha ocurrido ya que pareciera que estoy cambiando de opinión en las tres últimas entradas del blog, sobre Bergoglio y su pontificado. Y tiene toda la razón para preguntarlo.
Conviene aclarar entonces, que no he cambiado de opinión y que sigo considerando al Papa Francisco y a su pontificado tal como lo consideré el primer día: una catástrofe para la Iglesia y causante de grandes males. Más aún, si es que aún queda historia, este será recordado como uno de los papados más oscuros y tristes, tal como consideramos ahora a los papas de los llamados "siglos de hierro".
Las reflexiones de la semana pasada son nada más que un intento de ejercer la prudencia tal como nos enseña Santo Tomás. Y esta virtud cuenta con varias partes integrales o virtudes derivadas. Y he intentado aplicar dos de ellas: 
Memoria de lo pasado, es decir, recordar lo que fueron los pontificados anteriores. Si se quiere, alejar el zoom o bien, no enfocarse en analizar cada una de las arrugas de la flor de la papa y tratar de explorar un poco el tubérculo. En mi caso, guardo muy pocos recuerdos de Pablo VI y de su pontificado, pero guardo muchos del larguísimo periodo de Juan Pablo II. Lo que nos ha ocurrido fue que Benedicto XVI, con su figura, sus palabras, sus gestos y sus decisiones, tendió una suerte de niebla sobre los horrores que vivimos en el pasado, y casi nos olvidamos de ellos.
Si lex orandi, lex credendi, entonces en el papado de Ratzinger comenzó una restauración litúrgica que, poco a poco, hubiese llevado a una restauración doctrinal. Por el contrario, los papados de Montini y de Wojtila, aunque sus documentos no ofrecieran grietas doctrinales, su liturgia -la lex orandi-, era una claro indicio que la lex credendi se caía a pedazos. Y, en todo caso, esos documentos rebosantes de ortodoxia no hacían más que enmascarar la realidad. Por más Humanae vitae, la mayoría de los sacerdotes católicos seguía absolviendo a las mujeres que usaban anticonceptivos, y que aún se confesaban de ello. Por más Familiaris consortio, la mayoría de los sacerdotes católicos seguía dando la comunión a los recasados. El papado de Francisco no es más que un sinceramiento de la situación. 
Inteligencia de lo presente, es decir, ver las cosas tal como son, en su más cruda realidad para, de esa manera, tomar las decisiones más acertadas. Y lo que hemos visto en la realidad de los últimos meses, es que los conatos de resistencia frontal a Bergoglio han fracasado rotundamente. Lo que me pregunto, entonces, es si desde el punto estrictamente prudencial y estratégico, conviene meterse en tales reyertas para terminar perdiendo la partida y, lo que es mucho peor, arruinando otras posibilidades y otros triunfos que se alcanzarían sin estridencias. 

La prudencia es un juicio práctico sobre una realidad concreta, y el juicio es personal. Por tanto, puedo equivocarme en este análisis.
De lo que tengo certeza y sobre lo que no temo equivocarme es sobre el enorme daño que Bergoglio le está causando a la Iglesia y sobre la maldad superlativa de este personaje.  

Flor de papa


Decía Muriel Spark que las mentiras son como moscas que vuelan de aquí para allá, chupando la sangre del cerebro de las personas en las que se posan. La crítica continua y desasosegada a Bergoglio  puede someternos a ese mismo tipo de insectos.  No estoy sufriendo el síndrome de Estocolmo ni de cualquier otra ciudad sueca. Estoy pensando, sencillamente.
Como bien decía un comentarista, centrarnos en la crítica encarnizada a Bergoglio, nos hace perder la perspectiva. O bien, hace que nos concentremos en la flor blanca de la papa y nos olvidemos que, en realidad, lo más peligroso e importante es el tubérculo que está enterrado y no vemos. No digo que debamos quedarnos callados frente a la vulgaridad de la flor de la patata, pero no vale la pena que comencemos todos los meses una batalla planetaria para erradicarla. Es cuestión de tener un poco de paciencia. El sol la agostorá a su tiempo, que será más temprano que tarde, o bien, algunas otras plantas voraces terminarán por abrazarla. (Al respecto, apareció ayer una nota en The Times de Londres, en la que Philip Willan, corresponsal en Roma, afirma que muchos de los cardinales que votaron a Bergoglio, así como toda la Curia, están tomando distancia de él y quieren persuadirlo para que se retire y así evitar un posible cisma. Un miembro de la Curia que cita el Times sin dar su nombre dice que aunque el malestar existe, no cree que sea posible presionar a esta Papa [¿pero al anterior sí?], debido a su carácter autoritario hasta que no complete las reformas revolucionarias que tienen en carpeta, y que -según esta fuente- están causando un daño enorme).
Repasemos las dos asonadas más importantes de los últimos meses contra la blanca flor de la papa:
1. Los Cuatro Mosqueteros con sus dubia. No pasó (ni pasará) nada. Todo quedó en aguas de borrajas. Bergoglio no se dignó responder, y ciertamente no lo hará. Para lo que sirvió el batifondo que se armó fue para encender la hoguera para el cardenal Burke y para que muchos obispos que discretamente habrían prohibido la comunión a los recasados en sus diócesis, hoy anden a tientas y con sus propias dudas, a fin de no quedar pegados con el grupo de cardenales preguntones y rebeldes. Ya sabemos que la valentía no es una característica episcopal, y muchos están temerosos a oponerse y jugarse por la doctrina del Evangelio sencillamente porque temen ser misericordiados.
2. La gallarda declaración de guerra de los caballeros de la Orden de Malta. No pasó de ser una bravata que terminó en un paso de comedia: el Gran Maestre renunciando al primer grito de Bergoglio. Lo que se obtuvo como resultado fue la incineración total del cardenal Burke, que ya no servirá ni para usar la cauda púrpura y el desmantelamiento de la Orden de Malta. Me juego a que durante el periodo de “normalización” en el que se encuentra, cambiarán los estatutos a fin de eliminar la exigencia de que el Gran Maestre sea un caballero de justicia, con lo cual la Orden dejará de ser religiosa, y pasará a ser la competencia de la Cruz Roja.
Me auguro que el último disparate que se está proponiendo - el pedido de dimisión de Mons. Paglia y Mons. Sánchez Sorondo- terminará de la misma manera, o peor. A quién se le puede ocurrir que Bergoglio -¡nada menos que Bergoglio!- se dejará presionar por el pedido de quinientos fieles y tres asociaciones. Se matará de la risa mientras toma mate con Tucho Fernández. Por supuesto que a Paglia y, sobre todo a Sánchez Sorondo, habría que mandarlos de confesores a algún carmelo de la zona más inhóspita de África, pero el modo no es pidiendo a los gritos su dimisión encaramados en un atalaya medieval. ¿Qué se pretende lograr con eso? ¿El éxito del pedido? ¿O más bien un protagonismo altisonante?
Una vez más: Bergoglio no es más que la blanca flor de la papa. El problema no es él. El problema es el tubérculo que está debajo. Dicho de otro modo, Bergoglio es la exposición vergonzosa de la realidad de la Iglesia Católica, y me parece saludable que salga a la luz. Mientras el pus está escondido y no se manifiesta, la infección continúa su camino devastador. Pablo VI y Juan Pablo II, con documentos más o menos ortodoxos y con gestos más o menos elegantes, cubrían la podredumbre que había debajo. Francisco la muestra casi con orgullo en cada una de sus palabras y de sus actitudes. Recuerda al “día del villero” institucionalizado los kirchneristas: “Soy villero, y qué”. 
Es por eso que el pontificado de Francisco puede ser la oportunidad de una verdadera renovación católica de la Iglesia. Si es que aún queda historia (como acotan varios comentaristas, puede que estemos ya en el final), quien lo suceda tendrá la oportunidad de construir de nuevo lo que comenzó a agrietarse en Trento, a desmoronarse desde hace al menos un siglo y medio y terminó de derrumbarse en los ’60, durante el fatídico Concilio. La condición es atacar la papa y no entretenernos en cortar la flor. 

El mito de Sísifo (1942)


El mito de Sísifo - Albert Camus (1942)


 Albert Camus nos entrega este ensayo en el que nos afirma que la vida es absurda pero no por ello no tenemos que vivirla, disfrutarla y gozarla, encontarle el modo, si la vida no tiene sentido, disfrutemos del camino más allá de la meta o el más allá, increible libro, les dejo el índice, mi parte favorita y el pdf para que pongan en los comentarios que les parecio o el pretexto para no leerlo, yo voy a seguir leyendo.






Yobailopogo! 
-Así como a mi me lo dedico Sam
yo les deseo que ustedes tambien encuentren su propia piedra-

Cuando pase el vendaval

Propongo una reflexión ulterior al post publicado el día de la Cátedra de San Pedro en Antioquía. Y parto de una realidad que cada vez se hace más evidente: todo el ámbito católico está harto de Francisco. Algunos lo expresan más, otros menos y otros se callan la boca, pero ya pocos lo soportan. Ni tradicionalistas, ni conservadores ni progresistas están contentos. Hasta pareciera que la misma prensa progre se está cansando de sus discursos vacíos: ellos querían más que palabras, y son palabras, y muy gastadas, lo único que Francisco les ha dado hasta ahora. Los únicos que nominalmente siguen con entusiasmo su divergente camino son los irremediables neocones eclesiales. Y para muestra basta un botón: lean la demencial carta que emitió hace algunos días el fundador de Fasta. 
Si acierto en este diagnóstico, lo que sucederá cuando el papa argentino ya no se siente más en el solio de San Pedro, es decir, cuando pase el vendaval, es que todos, rápidamente, se olvidarán de él y de este periodo oscuro y desatinado, y volverán... ¿dónde? Porque esa es, en definitiva, la cuestión.  El postfrancisco, cuando nadie dudará que Bergoglio fue la supuración más hedionda de una infección que corroe a la Iglesia desde hace décadas y, por eso mismo, pasado su pontificado, sería la ocasión propicia para reiniciar, hacer borrón y cuenta nueva y deshacernos del pus que infecta muchos rincones de la Esposa de Cristo. 
Pero aquí está el primer peligro a evitar: creer que el papa Francisco es el mismísimo demonio y que todo lo que hace, lo hace buscando el mal de la Iglesia. En realidad, mal que nos pese a muchos -y a mi el primero-, la crítica que él hace del mundo liberal y consumista hace rato que queríamos escucharla pero, viniendo de quien viene, ni siquiera hacemos el esfuerzo de escucharla. ¿No será que se nos va la mano y que, con el afán de pegarle, no distinguimos los garrotes que utilizamos? Abundando en lo que dije en el post anterior, ¿no será que nos olvidamos de lo que pasó hace algunos años y concentramos el mal solamente en los últimos cuatro? Y permítanme un par de ejemplos: todos -yo incluido- pusimos el grito en el cielo cuando Bergoglio recibió a la casquivana Wanda Nara y a su concubino. Pero nos olvidamos que Juan Pablo II recibió a Brigitte Bardot quien, ganándole a la Samaritana, ha tenido diecisiete parejas reconocidas, quien no quiso conocer a su hijo apenas nacido porque - aseguró-, no podía superar los “nueve meses de infierno” que el bebé le había hecho vivir y es aún hoy una entusiasta militante pro-aborto. ¡Nada menos que el Papa defensor de la familia recibía a semejante personaje! 

La semana pasada, algunas gatúbelas acróbatas de un circo hicieron algunos de sus osados números artísticos delante del Santo Padre durante la audiencia general de los miércoles. ¡Escándalos! ¡Vestiduras rasgadas! ¡El Papa se deleitaba en contorsionistas casi pornográficas! Parecería que nadie recuerda las misas con danzarinas señoritas presidía Juan Pablo II en la mismísima basílica de San Pedro, y algunas de ellas con partes de sus vergüenzas al aire. 
¿No seremos un poco injustos, entonces, con Francisco? El mal viene desde mucho, mucho atrás, y necesitamos una limpieza a fondo que no se reducirá al llamado que más pronto que tarde le hará al Papa el Padre Eterno. 
Vuelvo a plantear el tema: ¿qué pasará cuando Bergoglio ya no esté? Los unos querrán volver a los ’50: que todo sea igual a como estaba en esa década, la última esplendente según ellos, cuando los Papas eran casi una semidivinidad hipostasiada. Los otros querrán volver a los ’80, con un papado carismático y arrasador como el de Juan Pablo II, con un triunfalismo manifestado en las enormes multitudes que lo seguían. En mi opinión, ambos están equivocados, y cualquiera de las dos opciones que se tomara, no significaría más que haber soportado el vendaval en vano. En pocas palabras, es la oportunidad para una verdadera reforma de la Iglesia. 
No estoy hablando aquí de una nueva Contrareforma, o Recontrareforma. Ya tuvimos suficiente con la original que nos trajo casi tantos males como los que nos evitó, un tema que ya hemos tratado aquí y aquí, por ejemplo, y sobre el que no insistiremos. No podemos volver a la religión surgida de Trento, descalificando al cristianismo anterior como forma poco evolucionadas de la fe y como periodos de “doctrina poco segura”. Es una desconfianza que se observa en algunos tradicionalistas y es con la que tratan a todos aquellos a los que se les ocurre mirar un poco más atrás del siglo XVI, y es por eso también que se resisten a estudiar o a leer siquiera a los Padres de la Iglesia, y se sienten cómodos en cambio con la manualística tomista decadente de la primera mitad del siglo XX. 
¿En qué consistiría esa reforma entonces? Es mi opinión que, en términos generales, debería encaminarse por el sendero que pretendió transitarla el papa Benedicto XVI, y no pudo. No lo dejaron, o no se rodeó de la gente adecuada, o no tuvo la sagacidad política suficiente. O todo eso junto. Y señalo aquí dos aspectos fundamentales que, a mi entender, deberá tener esa reforma:
Debería comenzar, necesariamente, por una reforma litúrgica. Como antológicamente dijo Ludovicus hace años, “Es la liturgia, estúpido”. Porque si la Iglesia es la Esposa de Cristo y el medio universal de salvación, necesariamente debe estar centrada en el culto a Dios. O, dicho al revés, el culto a Dios debe ser central en la Iglesia. Yo todos sabemos que la reforma ejecutada por Pablo VI a una liturgia de más de 1500 años, fue en realidad una “revolución litúrgica”: el culto dejó de estar centrado en Dios para centrarse en el hombre. Mientras la Iglesia no regrese en su liturgia a la adoración a Dios y a la celebración de su gloria, la Iglesia no será otra cosa más que una ONG gigantesca y sofisticada. Y para hacer una reforma litúrgica no necesitamos eruditos como los que contrató el Papa Montini: basta con retomar los misales anteriores a la reforma de Pío XII -que fue quien comenzó con el estropicio, no lo olvidemos-, los que se encuentran en cualquier biblioteca conventual. 
El segundo punto será poner al papado en su lugar. Muchos de los males que hoy padecemos se deben a la hipertrofia del papado romano, que comenzó en el segundo milenio y se tornó una mortal macrocefalia durante el pontificado de Pío IX, patología que fue incrementándose con el correr de los años hasta que llegar al disparate actual en el que pareciera que todos los papas, por el hecho de ser tales, son santos y canonizados, y se convierte en crimen de lesa santidad animarse a criticarlos,  aunque en esto rigen matices: los unos critican a San Pío X por su rigor con los modernistas pero se horrorizan frente a la más mínima crítica a Juan Pablo II; los otros, critican a Juan Pablo II pero declaran la guerra contra quien se anima a expresar una opinión negativa sobre algún aspecto del pontificado de San Pío X. 

El Papado tal como lo conocemos ahora no pertenece a la Tradición de la Iglesia. El Papa no es la cuarta persona de la Santísima Trinidad, no es equiparable a los santos ni es uno de los tres “amores blancos” de San Juan Bosco, junto con la Eucaristía y la Santísima Virgen. El Papa es el obispo de Roma y, como tal, tiene el primado sobre todos los obispos del mundo y constituye el tribunal de última apelación en lo que hace a la interpretación de los misterios de la fe católica.
“Securus iudicat orbis terrarum”, decía San Agustín . “Es seguro el juicio del universo”. Y escribía Newman al respecto: “... El juicio deliberado, sobre el cual la Iglesia finalmente descansa y consiente, es una prescripción infalible y una sentencia final contra las partes que de ella protestan y se separan”. Es esa la función de Pedro y sus sucesores: definir, cuando llega el caso, los conflictos en la interpretación de la fe. Y no es, en cambio, pasearse entre el aplauso y vítores de las multitudes, aparecer en las revistas de modas, recibir a personajes del espectáculo o hablar y perorar diariamente sobre cualquier cosa que se le pasa por la cabeza. Y tampoco es función de los sacerdotes y obispos de la Iglesia citar más al Papa que a los Evangelios o los escritos de los santos en sus homilías, ni es función de los laicos colgar “estampitas” del Papa en la casa.
En pocas palabras, que el vendaval no nos nuble los ojos y terminemos tan extraviados que, cuando pase la tormenta, no sepamos cómo volver a casa.