He terminado de leer la traducción española del best-seller “Män som hatar kvinnor”. Aquí lo han titulado “Los hombres que no amaban a las mujeres” aunque hubiera sido mucho más descriptivo utilizar la traducción literal del sueco y haberlo llamado “Los hombres que odiaban a las mujeres”, como se ha hecho por ejemplo en la versión portuguesa. Los ingleses han llegado mucho más lejos y han titulado “The girl with the dragon tatoo”, que es similar a traducir la película “Star Wars” como “El Wookiee con malas pulgas”. Además, titular “los hombres que no amaban a las mujeres” puede llamar a error, llevando a pensar en homosexuales y no en misóginos, como quería en realidad hacer el autor, Stieg Larsson. Aunque podemos dar las gracias, siendo como son los españoles, que no les haya dado por titular "El portero tiene caspa". El muchacho le daba mucho al cigarrillo y a la comida basura y falleció subiendo las escaleras de su edificio un día que el ascensor se había averiado, al estilo de las muertes absurdas que apasionan a Javier Marías.
La novela engancha, que es lo que se le pide a este tipo de productos policiacos. Tenía ganas de leerla para sumergirme en el ambiente sueco en el que pensaba se desarrollaría la novela. Aunque prefiero quedarme con Andrea Camilleri y su saga sobre el inspector Montalbano, porque de momento me satisface más leer sobre el sibarita comisario degustando pescados frescos delicadamente cocinados y deliciosos platos típicos sicilianos, siempre bien regados con buen vino del terruño, antes que leer sobre esos tipos raritos suecos, con sus mubles de Ikea, sus pasteles de panceta con mermelada de arándanos, su glögg navideño y sus asquerosos vinos calientes y especiados. Ahora voy a comenzar “Las alas de la Esfinge” de Camilleri (al que alternaré con el libro sobre el Día D de Antony Beevor).
En cualquier caso, hablando de odios, tengo que desenterrar aquí el que me vienen profesando últimamente panameños y afines, a raíz de un post escrito en este blog de la serie “países que me caen gordos”.
La novela engancha, que es lo que se le pide a este tipo de productos policiacos. Tenía ganas de leerla para sumergirme en el ambiente sueco en el que pensaba se desarrollaría la novela. Aunque prefiero quedarme con Andrea Camilleri y su saga sobre el inspector Montalbano, porque de momento me satisface más leer sobre el sibarita comisario degustando pescados frescos delicadamente cocinados y deliciosos platos típicos sicilianos, siempre bien regados con buen vino del terruño, antes que leer sobre esos tipos raritos suecos, con sus mubles de Ikea, sus pasteles de panceta con mermelada de arándanos, su glögg navideño y sus asquerosos vinos calientes y especiados. Ahora voy a comenzar “Las alas de la Esfinge” de Camilleri (al que alternaré con el libro sobre el Día D de Antony Beevor).
En cualquier caso, hablando de odios, tengo que desenterrar aquí el que me vienen profesando últimamente panameños y afines, a raíz de un post escrito en este blog de la serie “países que me caen gordos”.
Algunos panameños, haciendo gala de un nacionalismo pueril, habían proferido amenazas contra mi persona y también en cierta medida contra la persona del Pitxi (aunque ya sabéis que el Pitxi no se mete nunca con nadie) y eventualmente contra el resto de colaboradores y lectores eventuales del blog. Hemos dado temporalmente de baja ese post sobre Panamá y otro más sobre Escocia. De momento el de Francia y el Kosovo de la misma serie los he mantenido porque es harto conocido que franceses y albano-kosovares son gentes bonancibles y de costumbres moderadas. Muchos panameños que han visitado el blog en cambio, han demostrado tener pésima ortografía, nulos conocimientos de la historia de su propio país, por no decir del resto de América o del planeta en general, y un humor de perros.
¿Qué esperaría encontrarse el fulano que reconocía que había aterrizado en el blog buscando en google “panamá es una mierda”? Con el post panameño por un lado quería subrayar el origen de este país prefabricado por los intereses yankees en la zona, y por otro aumentar las visitas al blog desde este país centroamericano. Ambos objetivos han sido ampliamente cumplidos, pero no tengo nada contra los panameños en general, ni odio a este país. Simplemente me cae gordo. Algunos comentarios me acusaban de fomentar el odio entre países, cuando aprovechaban para cargar contra mi país o contra sus países vecinos. Una sueco-panameña (desconocía la existencia de productos tan exóticos) llegaba al extremo de cargar contra el artículo diciendo que, de los países “ninguno es perfecto n isiquiera mi país natal que por querer paz en el mundo ahora son el refugio de muchos inmigrantes que dañan el país con sus malianterias”. Otros panameños, germano-panameños y useño-panameños cargaban contra indios en general, del país o foráneos, ecuatorianos en general, costarricenses y colombianos.
Por todo ello, y demostrado que el post realmente estaba fomentando el odio entre naciones (dado que a esta buena gente le han entrado unas ganas tremendas de partirle la cara a nacionales de países vecinos, compatriotas que de otras etnias o a inmigrantes dañan sus países de acogida con sus malianterías”), y antes de que comiencen las auto-inmolaciones y el boicot a los productos que exportamos al Panamá (principalmente embarcaciones y cosméticos) he decidido realizar un ejercicio de responsabilidad, no escuchar nunca más a Federico y abandonar la serie “países que me caen gordos” y sustituirla por otra que se va a titular “Panamá mola”. Y es una lástima, porque tenía en mente algunos subproductos que podrían haber recibido nombres tan sugerentes como “Provincias que me caen gordas”. Algún día puede que alguno de los innumerables monos que aporrean eternamente máquinas de escribir complete este incomprensible vacío en la literatura.
Por todo ello, y demostrado que el post realmente estaba fomentando el odio entre naciones (dado que a esta buena gente le han entrado unas ganas tremendas de partirle la cara a nacionales de países vecinos, compatriotas que de otras etnias o a inmigrantes dañan sus países de acogida con sus malianterías”), y antes de que comiencen las auto-inmolaciones y el boicot a los productos que exportamos al Panamá (principalmente embarcaciones y cosméticos) he decidido realizar un ejercicio de responsabilidad, no escuchar nunca más a Federico y abandonar la serie “países que me caen gordos” y sustituirla por otra que se va a titular “Panamá mola”. Y es una lástima, porque tenía en mente algunos subproductos que podrían haber recibido nombres tan sugerentes como “Provincias que me caen gordas”. Algún día puede que alguno de los innumerables monos que aporrean eternamente máquinas de escribir complete este incomprensible vacío en la literatura.