Calle de Humilladero

Feb. 18 2009 | Orlando Barone
Chau

¿Cómo se dice adiós sin despedirse para siempre? Un adiós sentimental pero episódico a la vez. Una anécdota, pero no suelta sino ligada a la historia de un hombre. Y ese hombre soy yo. Lo dice el tango de Gardel y Le Pera: “... Y el mundo sigue andando”. Los humanos estamos para no estar, no para quedarnos para siempre. La tierra se mueve y todo en ella se mueve. Y esto no es una metáfora. Hoy digo adiós a Continental. Adiós a La Mañana y a Víctor Hugo Morales. Y a cada uno de mis colegas del programa a los cuales nombro sin nombrarlos. Ni ellos ni yo sabemos qué porción, qué beneficios mutuos nos hemos dado sin esperar contraprestaciones. Porque lo que uno tiene como propiedad no es sino el continuado fluir de préstamos sin intereses que va recibiendo a su paso por la vida. Es el resultado de la incesante e inconsciente combinación con los otros. Adiós a todos quienes trabajan en esta casa. Y a quienes allá afuera reciben mi mensaje, y a quienes no quieren recibirlo. Un chau personal no es para tanto. Me planteo un nuevo desafío y tengo ganas de asumirlo. Siempre creo irme conmigo a cualquier parte donde vaya. No importa la nueva geografía en el dial o el nuevo soporte que me contenga, importa que uno se vaya sin cambiarse por otro. Se va de la orquesta un instrumento, un sonido determinado, pero no se va la música. Ni se va la armonía ni la batuta. Me voy yo.

Y me voy como cualquiera que al irse de un lugar no ha cancelado el sentimiento y siente algo natural. Algo humano, sin aspavientos. Un adiós que se resiste y que desea dejar entornada la puerta. Tengo la limitada libertad que me permite mi modesto deseo de libertad. Sé que hay deseos de libertades más grandes que el mío. Ejercito mi oficio y me pagan por eso. Me voy como quien se va de una fiesta y tiene la esperanza de que va a entrar a otra. Chau.