El poder bifronte queda atrás.

El escenario
Por tercera vez, el poder bifronte queda atrás
Pablo Sirvén
LA NACION
Jueves 28 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa


Ayer el peronismo vivió la tercera muerte más dramática de toda su historia. De las dos anteriores -la de Eva Duarte, en 1952, y la de Juan Perón, en 1974- conocemos sus complicadas derivaciones. Ahora se abren varios interrogantes respecto de lo que sucederá con el abrupto e involuntario abandono del centro del escenario por parte de Néstor Kirchner.

Como la historia nunca se repite, habrá que estar muy atentos a los significados singulares de este deceso en el seno del principal partido político de la Argentina, sabiendo que sucederán acontecimientos distintos y seguramente imprevistos para todos. Sin embargo, es posible establecer algunas similitudes y diferencias entre los fallecimientos de los fundadores del justicialismo y el de quien fue hasta ayer su titular.

¿En qué se parecen? En varias cosas: en que la muerte impacta en la cúspide de un poder bifronte que provoca incertidumbre hacia adelante; en que quien sobrevive ocupa la máxima jerarquía institucional (la presidencia de la Nación) y en que la muerte viene a destruir una sociedad de hecho que trastoca profundamente el tipo de modus operandi que se venía dando.

Veamos: en el primer caso, Juan Domingo Perón acababa de asumir su segundo mandato presidencial y había establecido con su esposa un muy sagaz reparto de tareas. Perón concentraba el poder formal de la Argentina desde 1946 y Evita, el informal, ya que jamás asumió cargo público alguno (sólo un intento frustrado de ser candidata a vicepresidenta). La fundación que llevaba su nombre, que tenía una sede más que monumental en lo que hoy es la Facultad de Ingeniería, a metros de la Confederación General del Trabajo, funcionó como un megaente paraestatal de acción social, muy controvertido por ciertos modales ásperos y formas de financiamiento, pero bastante eficaz para resolver las necesidades más urgentes de los humildes.

Tras su muerte, el Gobierno se resintió y perdió esa dualidad ambivalente que marcó los "años felices". En 1955 fue derrocado.

El deceso de Perón, en 1974, dejó a su movimiento huérfano en medio de una embozada guerra civil entre elementos de extrema derecha y extrema izquierda. La vicepresidenta, a la sazón, su tercera esposa, Isabel Martínez, ocupó el trono vacante, quiso respaldar su poder sólo en el influyente superministro José López Rega, pero la presión sindical terminó desplazándolo en 1975. Acorralada por la violencia, la inflación y las cruentas luchas internas de su partido, fue derrocada en 1976.

El caso de Néstor y Cristina Kirchner es bien distinto: Evita e Isabel fueron, de alguna manera, "discípulas" forjadas por Perón
. Aquéllos, en cambio, crecieron y se formaron juntos políticamente. Mientras él se destacó en la labor ejecutiva, ella se inclinó por lo legislativo. Sin embargo, a partir de la asunción de Kirchner como presidente de la Nación (2003-2007), y luego como jefe partidario, esa paridad de fuerzas que venían teniendo se inclinó a favor de Néstor, que nominó a dedo a su esposa como su continuadora formal en el poder. Nunca Kirchner perdió el comando, pese a su promesa de irse a un "café literario", que quedó sólo en un amago. Así, siguió dando órdenes y gobernando informalmente con gran visibilidad en actos públicos y se reservaba la última palabra en reuniones clave.

Después de décadas de entender la política de manera simbiótica con su marido, la Presidenta deberá aprender pronto a encontrar nuevos soportes.


En el año que falta hasta las elecciones tendrá que recrear los cimientos de su poder para llegar a buen puerto.