
Se le encontró en un bolsillo al infortunado soldado inglés un pequeño poema, anticipando su muerte, que estremece a quienes lo leen, aun en su versión traducida. Comenzaba así:
Oh, campos de amapolas blancas
¿Cuándo volveré a veros?
¿Y los quesos de
vaca bien curados,
Quien se los comerá ahora?
La Primera Guerra Mundial fue una verdadera escabechina. Solamente en Verdún hubo más muertos que en toda la Primera Guerra Civil Española (no se sabe todavía cuántas bajas causará la Segunda, pero se asegura que la Tercera causará pocos porque se librará con palos y piedras).
Enfrentó a alemanes (bigotes, cascos con pincho y dirigibles), austro-húngaros (berlanguianos) y turcos (barato-barato) contra franceses (comedores de ranas), belgas (lectores de Tintín), británicos (hijos de la Pérfida Albión), rusos (coleccionistas de huevos), servios (entonces se escribía con uve), canadienses (asesinos de focas) y más adelante italianos (comedores de spaghetti) y yankis. Incluso acudieron algunos indios, australianos y neozelandeses. Entre otros.
Que el ejemplo de Kevin C. Smith nos sirva para desconfiar de aquellos que afirman eso de que "solamente mueren los que abandonan".