Mudanza

Nuevamente me mudé de habitación. Durante la Cuaresma, estuve residiendo en medio de las ruinas de Whitby, entre los vientos y las lluvias del mar del Norte. Pero, como me decían los amigos, el lugar era demasiado inhóspito y, por eso, para Pascua me mudé a una habitación que resultó ser demasiado oscura, con un solo sillón y un solo vaso, lo cual daba la impresión de que al Lagavulin me lo tomaba yo solo. No era esa la idea, pero era lo que parecía ser. Por eso, y con la ayuda del generoso Alex, elegí una nueva habitación para las charlas que tenemos en este blog. Es más amplia y tiene con varios sillones a fin de que el grupo de amigos, que ¡velay! suelen ir a las reuniones con sus mujeres, pueda estar cómodo. Las lámparas ofrecen una luz cálida que invita a la conversación y y al afecto amical que, entre los cristianos, es condición necesaria para la santidad.
Y a tal punto esto es así, que los medievales tenían un particular cuidado en conservar y profundizar la amistad. Y quiero ponerles un ejemplo. El Misal de Leofric es un libro litúrgico  datado hacia fines del siglo IX o inicios del X. Fue compilado para Plegmund, arzobispo de Canterbury. El texto posee cuatro misas completas denominadas pro amico. De acuerdo a los usos litúrgicos de la época y del lugar, cada una de las misas comprende la oración colecta, la secreta, el prefacio, el hanc igitur o in fractione y la oración ad complendum o postcommunio, la que en algunos casos presenta dos opciones. Destaco aquí algunas de la cosas que los cristianos medievales pedían a Dios para sus amigos. 
En el Hanc igitur de la primera misa, se pide que el amigo pueda “vivir bien” (valeat bene vivere). El verbo utilizado, valeo, expresa tanto la posibilidad como el ser capaz de algo. Ambas acepciones pueden ser admitidas y son pertinentes en este caso. Se trata no sólo de vivir, sino de vivir bien y esta condición de vida es también don de Dios. Sólo Él puede otorgar al hombre la “capacidad” de vivir bien y, quien de ese modo viva, se hará acreedor de la felicidad eterna: “... et ad aeternam beatitudinem feliciter pervenire”, termina la oración. 
En otras de las misas aparece la mención a un nuevo don que se suplica para el amigo: el gozo de la redención. La primera de las oraciones de postcomunión suplica a Dios que el amigo, siempre gobernado por el don divino, merezca alcanzar los gozos de la eterna redención (“... et praesta ut tuo semper munere gubernetur, et ad gaudia aeterne redemptionis, te ducente peruenire mereatur”). La religión cristiana es una religión caracterizada por la esperanza y, en ese sentido, por la alegría. Ese gozo fluye de la redención obtenida de una vez y para siempre por Jesucristo, y hacia él deben dirigirse todos los esfuerzos del cristiano. El mayor deseo de un amigo hacia otro se encamina en ese sentido: alcanzar el gozo eterno. Es sugerente que se menciona en este caso el concepto de gaudium que en los casos  anteriores se habla de beatitudo. Si bien la diferencia es sólo de matices, éstos son relevantes ya que, mientras la beatitudo hace referencia a una felicidad plena y abarcadora de todo el ser humano, el gaudium acentúa también el aspecto sensible de tal estado. 
Todos los amigos laicos que participamos de este blog agradeceríamos a los sacerdotes que lo leen que, de vez en cuando, rezaran algunas de estas misas por todos nosotros. Pueden bajar el Misal de Leofric desde aquí. Y no se les ocurra poner la excusa de que ese Misal está abrogado, porque en ese caso, el año próximo se les van a ordenar diaconisas cinco viejas de la parroquia, y ahí va a ver lo que es bueno.