Charla en el café de la esquina

- Exageran, todos exageran. Bergoglio no es tan malo. Es más de lo mismo.
- ¿Solamente más de lo mismo? ¿No es más grave que “lo mismo”?
- No. Es una versión vulgar, grasa y repugnantemente ordinaria de lo mismo que fueron Pablo VI y Juan Pablo II.
- Es decir, estamos frente a una particular “hermenéutica de la continuidad”.
- Exactamente. Bergoglio no es más que el emergente natural, aunque en avanzado estado de putrefacción, del proceso que culminó en el Vaticano II.
- ¿Qué culminó o que empezó?
- Que culminó. Había empezado mucho antes; décadas o siglos antes. 
- Es decir, lo que estamos viviendo no es la catástrofe de la Iglesia, sino más de lo mismo, en versión grasa. ¿Eso es lo que usted piensa?
- Eso es lo pienso. 
- No me convence.
- Piénselo de esta manera. Pablo VI y Juan Pablo II, cuando se mandaron sus propias catástrofes, buscaban a buenos artistas para que las disfrazaran y pasaran desapercibidas. El dibujo se los hacía Miguel Angel o Rafael. En el caso de Bergoglio, el dibujo lo hace él, o le pide ayuda al Tucho. Y es por eso que nos espantamos. Pero se trata de lo mismo: dibujar con el fin de tapar la manipulación que está haciendo. 
- ¿Qué entiende por manipulaciones?
- Me refiero a cambiar la doctrina en aras de conveniencia o sensibilidad pastoral. Es lo que hizo Bergoglio en la Amoris Laetitia.
- Y usted dice que Juan Pablo II también hizo lo mismo. Deme ejemplos.
- Le pongo dos. El limbo y la anáfora de Addai y Marí. 
- A ver...
- La sensibilidad pastoral de nuestros días no admite que se diga que los niños que mueren sin bautizar -incluido los bebés abortado- no pueden entrar al cielo sino que van al limbo, u orla del infierno, donde el fuego no los alcanza pero tampoco gozan de la visión de Dios. En consecuencia, la Comisión Teológica Internacional redactó un documento en el que dibuja y enjuaga la cuestión de modo tal que cada uno pueda pensar lo que quiera, que el limbo exite o que no existe y los niños van derechito al cielo, aunque no estén bautizados. Ahí lo tiene: necesidad pastoral sobre doctrina.
- ¿El segundo ejemplo?
- Varias comunidades caldeas o siríacas unidas a Roma querían seguir utilizando la anáfora de Addai y Marí, que utilizan para la celebración de la liturgia, y que no contiene las palabras de consagración. En principio, entonces, no había transustanciación del pan y el vino, pero negarles esa antiquísima tradición no era pastoralmente bien visto. Por tanto, la Congregación de la Doctrina de la Fe determinó que esa anáfora era válida y podía seguir celebrándose. Una vez más: pastoral sobre doctrina aunque, eso sí, todo muy bien dibujadito por la mano de los teólogos -como Ratzinger- de la Curia Vaticana. Lo mismo pasó con la Amoris Laetitia; la única diferencia es que los dibujantes son nada menos que Bergoglio y Tucho. Pero en el fondo es lo mismo.
- Pastoral mata a doctrina.
- Así es. Pastoral mata a doctrina. 
- No me convence. Con respecto al limbo, en el mejor de los casos, su existencia es un teologúmeno, es decir, una definición teológica sobre la que no hay certeza y, mucho menos, definición dogmática. Y por eso, la Congregación para la Doctrina de la Fe definió: “No siendo la existencia del Limbo una verdad dogmática, sí es una hipótesis teológica, y por tanto, no quita la esperanza de encontrar una solución que permita creer, como verdad definitiva, la salvación de los niños que mueren sin haber sido bautizados”. Es decir, no lo niega sino que deja abierta la posibilidad. 
- Como Francisco: no admite a la comunión a los recasados, pero deja abierta la posibilidad...
- En cuanto a la anáfora de Addai y Marí, es verdad que no contiene las palabras de la consagración pero sí está la epíklesis y, como usted sabe mejor que yo, no hay definición de la Iglesia sobre en qué momento se produce la transustanciación. Podría ser en las palabras consecratorias, podría ser en la epíklesis o podría ser en toda la anáfora. Por otro lado, se trata de una de las anáforas más antiguas y claramente tiene intención consecratoria. 
- Por eso, se aprovechan de un intersticio en la doctrina para hacer el dibujo que pide la pastoral.
- Pero el caso de los Amores de Leticia, es distinto por varias razones. La indisolubilidad del matrimonio y la necesidad de la gracia para recibir la eucaristía son verdades aceptadas por la Iglesia y se encuentran en la Tradición; sobre eso no hay dudas ni medias tintas. Y no venga con que Francisco no firmó nada porque, en todo caso, los cambios están en una nota a pie de página. Y estén donde estén, los cambios están. En los ejemplos que usted menciona, la Santa Sede se expidió de un modo claro y que despeja todas las dudas. Por otro lado, los efectos prácticos son inconmensurables. Los juristas dirían que el limbo o Addai y Marí son cuestiones abstractas: no afectan la vida diaria de los fieles y no hay percepción de cambio. En el caso de Leticia, en cambio, los efecto son inmediatos y evidentes para todos.
- Es decir, usted juzga la gravedad de un hecho por los efectos prácticos... Bergoglio entonces puede suprimir el dogma de la Trinidad que, en la práctica, no va a tener efectos y, consecuentemente, no tendría gravedad, según su opinión.
- No exagere. No es eso lo que estoy diciendo. Francisco, como cualquier gobernante, debe tener la prudencia política necesaria para su cargo. Lo que él dice es replicado al instante hasta en el último rincón del globo. Es por eso que debe ser muy cuidadoso y claro en lo que dice. Cuando voluntariamente es confuso y ambiguo, la gravedad del desvío doctrinal se aumenta por el escándalo que produce en quienes lo escuchan. 
- Entonces me está dando la razón: la gravedad de Francisco no son los “cambios” o “desvíos” de la doctrina, sino los modos. O, siguiendo mi analogía, el problema es el dibujante.
- El problema, en todo caso, es que usted está rebajando los modos, o las formas de decir y hacer las cosas en la Iglesia, a cuestiones secundarias, a trazos más o menos artísticos, pero yo creo que las formas, al menos en la Iglesia, son casi tan importantes como la doctrina.
- Usted pone los accidentes a nivel de la sustancia...
- Si usted me viene con aristotelismos, yo le salgo con Chesterton, en Ortodoxia: “En ciertas cosas, la Iglesia no podía permitirse el desviarse ni del grueso de un pelo, si había de continuar su grande y osado experimento del equilibrio irregular. En cuanto una idea se hiciese menos potente, alguna otra se haría demasiado fuerte. No era un rebaño de ovejas lo que guiaba el pastor cristiano, sino un tropel de toros y tigres, de ideales terribles y doctrinas devoradoras, cada una de ellas lo bastante fuerte para convertirse en una falsa religión y asolar el mundo. Recuérdese que la Iglesia abordó concretamente ideas peligrosas; era un domador de leones. La idea de nacimiento por obra de un Espíritu Santo, de la muerte de un ser divino, del perdón de los pecados, del cumplimiento de las profecías, son ideas que, como cualquiera puede verlo, sólo necesitan un toque para convertirse en algo blasfemo y feroz... Una frase mal redactada acerca de la naturaleza del simbolismo habría roto las mejores estatuas de Europa. Un desliz en las definiciones podía detener todas las danzas; podía marchitar todos los árboles de Navidad y quebrar todos los huevos de Pascua”. Ahí lo tiene a su amigo el Gordo. El problema de Bergoglio no es que está cambiando más o menos la doctrina, porque es verdad que se desliza jesuíticamente entre la verdad y el error, y no pone la firma en nada que lo comprometa. El problema de Bergoglio son las formas y, en este caso, las formas son tan importantes como el contenido. El Papa Francisco, con sus formas oblicuas, está deteniendo todas las danzas, marchitando todos los árboles y rompiendo todos los huevos.