Cosquillas

Una y otra vez nos asombramos de que, en tan poco tiempo, todo haya cambiado tanto. Cordera y sus corderitos habrían sido impensables hace treinta años, y no sólo por sus últimos dichos sino por toda su carrera. Ya nos explicó Ludovicus que gran parte de la extraordinaria velocidad del desbarranque de la cultura argentina tiene su origen en el progresismo latinoamericanista, es decir, primitivo y brutal, que instaló la recua kirchnerista durante sus doce años de poder, aplaudida y apoyada -hay que recordarlo-, por el todo el peronismo. Pero hay un detalle que no se nos debe pasar por el alto: todo esto fue posible porque la población estaba ya amansada; le habían sacado las cosquillas. 
Cuenta un hombre de campo: “Cuando comienzo a amansar un caballo, lo primero que hago es una versión de “sacarle las cosquillas al caballo”. Lo trabajo en un corral redondo, con el caballo embozalado y el cabestro en mi mano, empiezo usando una pequeña bandera en la punta de un palo de 90 centímetros. Yo froto esa bandera por todo su cuerpo, eso hace que él luego esté preparado para ponerle la montura y luego montarlo”. Ningún caballo se deja montar si antes no “le sacaron las cosquillas”, y lo mismo sucede con la sociedades.
Veamos el caso de la Iglesia. La catástrofe del Vaticano II, que comenzó siendo litúrgica, fue posible porque a los hombres de la Iglesia ya le habían sacado las cosquillas. No puede explicarse de otro modo que miles de obispos y centenares de miles de sacerdote hayan aceptado mansamente y en el término de pocos meses, un cambio tan dramático en el concepto y la forma de celebración de la Santa Misa, el monumento cultural más precioso que tenía la cristiandad occidental. ¿Y cuáles fueron esas cosquillas? Ya hablamos alguna vez del tema aquí y aquí. La primera de todas fue la reforma del breviario romano llevada a cabo por el papa San Pío X. Fue la primera vez en dos mil años de historia que alguien se atrevía a meter mano y reformar propiamente, dando vueltas y volviendo a armar a piacere, por el solo de su voluntad. La segunda fue la reforma de la Semana Santa realizada por el papa Pío XII a través de una comisión manejada, en las sombras, por el mismo Bugnini que años más tarde reformaría el ordo missae completo. Difícilmente los teólogos, el episcopado y el clero habrían aceptado el tamaño crimen litúrgico de los ’60 si antes no les hubieran sacado las cosquillas.
¿Cuándo comenzaron a sacarle las cosquillas al país? Los historiadores y memoriosos podrán citar varios acontecimientos. Yo quiero rescatar aquí uno de ellos. Este fin de semana largo vi La tregua, película estrenada en agosto de 1974, dirigida por Sergio Renan sobre el libro homónimo de Mario Benedetti. Fue el primer film latinoamericano en competir en los Oscar y perdió nada menos que con Amarcord (Es muy difícil ganarle a Fellini). Yo era muy niño, pero recuerdo que los adultos hablaban bajito del escándalo que significaba el estreno de tamaña inmoralidad. El argumento, más allá de las cientos de variantes que se pueden interpretar, abre varios frentes progres y saca varias cosquillas. El protagonista, un viudo cincuentón, tiene una aventura fugaz con una mujer casada con la que se cruza en el colectivo; se enamora y convive con una subordinada del trabajo veinticinco años menor y uno de sus hijos se revela homosexual y se va de la casa. Y todos estos hechos, que hoy nos parecen de lo más corrientes, son justificados: un viudo dedicado a su trabajo y un marido que se despreocupa de su mujer justifican el adulterio touch and go; el amor que viene a redimir el otoño de una vida triste justifica el adulterio sostenido en el tiempo; la normalidad de la homosexualidad y el derecho a la felicidad de todos justifica la conducta del hijo. 
No sé cuánto habrá impactado efectivamente La tregua en la sociedad, pero no cabe duda que fue un hito, hace cuarenta años, en el proceso de “corderización” de la sociedad argentina.