En modo avión

Tenía previsto escribir un reportaje del periodista Juan Berretta comentando sus desventuras en el vuelo pontificio de regreso de Cracovia. Sin, embargo, luego de leer las declaraciones de Francisco hechas “en modo avión”, me parecieron demasiado poco serias para escribir sobre ellas un texto en broma. La gravedad de las insensateces proferidas esta vez en el aire dejan atónito a cualquiera que aun conserve el sentido común. 
Hay que reconocer, sin embargo, que Bergoglio tiene una extraña capacidad: puede decir con rampante seriedad, como si fuesen profundos principios sólo por él escrutados, las evidencias y tautologías más crasas y, con la misma seriedad, negar otras evidencias que no le convienen. Y a tal punto llega el descaro pontificio que ayer, la misma Elizabetta Piqué dio cuenta de su asombro, medio a desgano, en su artículo de La Nación. Pongamos un ejemplo. En su viaje de ida, el Papa dio a conocer a los países de la tierra que “el mundo está en guerra porque no hay paz”. Me trajo recuerdos de infancia: Carlitos Bala nos preguntaba: “¿Qué gusto tiene la sal?”, y todos respondíamos: “¡Salada!” Y, a renglón seguido, sostuvo que la guerra desatada por el Estado Islámico no es una guerra de religión sino una guerra de intereses por el poder y la riqueza. Yo le pregunto, entonces, al Señor Papa, ¿por qué el Isis degolló a un anciano de ochenta y cinco años que vivía modestamente en un pueblito francés? ¿Qué factor de poder o de dinero manejaba este buen señor? Ninguno. Lo mataron simplemente por su condición de sacerdote católico, es decir, lo mataron por un motivo religioso. Ergo, se trata de una guerra de religión.
Pero las palabras pronunciadas durante el viaje de regreso son aún más asombrosas. Había dicho también en su viaje de ida que los atentados que estaban sucediéndose en Europa no eran casos de inseguridad sino una verdadera guerra. Pero ahora, a la vuelta, para explicar que el islam no tiene nada ver con los actos terroristas adujo que también los católicos son violentos porque él lee en los diarios que hay muchos crímenes en las ciudades (un novio que mata a su novia, o un yerno que mata a su suegra), es decir, casos de inseguridad. “Santo Padre, póngase de acuerdo. O son peras, o son mandarinas. Y si son peras, no las ponga en el mismo cajón de las mandarinas. Pero, y más grave aún, no pueden poner en el mismo plano, y sólo para denigrar a los católicos, casos de violencia doméstica que existen en todos los países y en todas las culturas, con los atentados terroristas. ¿No le resulta básica la distinción?”
En esa misma desopilante respuesta, explicó que en el islam hay un pequeño grupo de fundamentalistas, que es el Estado Islámico, como también lo hay dentro de los católicos, aunque en este caso se dedican a matar con la lengua. ¡Sinvergüenza! Que nos diga el Papa qué grupo armado católico, identificado como tal, entra en un local de rock o en un restaurante al grito de “¿Quién como Dios?”, disparando a mansalva. Según él, la diferencia es mínima: mientras que los musulmanes fundamentalistas matan con balas, los católicos fundamentalistas matan con la lengua, “lo dice el apóstol Santiago, no yo”, advierte. Con lo cual tenemos que los católicos fundamentalistas, que nadie sabe bien quiénes son, son tan malos como el Isis, lo cual está refrendado por las palabras de Santiago. 
-Santo Padre, efectivamente hay muchos que matan con la lengua. Piense usted en la cantidad de católicos con tendencia homosexual que vivían en castidad y que, cuando escucharon de su boca que nadie puede juzgar a los homosexuales, comenzaron a llevar libremente una vida de pecado. O piense en las personas que se habían separados de sus cónyuges por el motivo que fuera y evitaban entablar una nueva relación porque así lo mandaba la Iglesia y, luego de enterarse a través de su pluma de las correrías de Leticia, comenzaron a vivir en adulterio. Tiene usted razón. Hay palabras que matan, que matan la gracia de Dios en las almas.
Bergoglio terminó el capítulo del islam contándonos que él tiene un montón de amigos musulmanes que son más buenos que Caperucita Roja, y que en algún lugar de África son tan pero tan buenos, que viven como hermanos con los católicos. Enternecedor, convincente y conclusivo: el islam es tan bueno como el catolicismo. Tiene algunos bellacos, llamados fundamentalistas, como también los tiene la Iglesia católica. Por lo tanto, no podemos decir nada. En todo caso, son tan culpables como nosotros.
Es que, efectivamente, cuando se leen las palabras pontificias, la impresión que queda es que da absolutamente lo mismo ser católico que ser musulmán. Lo importante es no ser fundamentalista porque estos monstruos no quieren vivir como hermanos lo que, aparentemente, sería el objetivo principal de cualquier cristiano. Y no estoy suponiendo. En la misa de clausura de las JMJ llamó en dos ocasiones a los jóvenes a construir una “nueva humanidad”. No se trata ya de construir, en todo caso, una nueva cristiandad, sino nueva humanidad. Ni Benson hubiese imaginado algo así: el pontífice romano, dirigiéndose a millones de jóvenes, para invitarlos a crear el reino del hombre. 
Y como la burra de Balaam, quizás también haya profetizado: dijo que no sabe si irá a las próximas JMJ que se realizarán en Panamá pero que, si no va él, irá Pedro. ¿Petrus Romanus?