La descomposición del catolicismo

Louis Bouyer fue el mejor teólogo del siglo XX. El podio quizás podría completarse con von Balthasar y Congar, más allá de que me gusten mucho o poco sus teologías. Bouyer, sin embargo, fue capaz de escribir no solamente monumentales tratados teológicos como su trilogía dedicada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, sino también ingresar con la solidez de sus argumentos y de su formación en las fuertes discusiones teológicas que tuvieron lugar durante el siglo pasado. Y lo hizo a través de libros polémicos pero irrefutables. En ellos, además, volcó un cierto don de profecía que no le venía de alguna iluminación particular sino de la agudeza de su inteligencia. Escribía, por ejemplo, en 1968: “Yo no sé si -como se dice- el Concilio nos ha liberado de la tiranía de la Curia romana, pero lo cierto es que nos ha entregado, después de haberse entregado él mismo, a la dictadura de los periodistas, y sobre todo, de los más incompetentes y los más irresponsables”. Nunca más actuales estas palabras cuando elpapa Francisco dirime la cuestiones magisteriales buscando el agrado y la aquiescencia de los medios, y sus voceros más autorizados suelen ser periodistas de la calaña de Elizabetta Piqué o de Alicia Barrios. 
Bouyer fue pastor de la iglesia luterana de Francia y se convirtió al catolicismo poco antes de la Segunda Guerra Mundial, ordenándose sacerdote en el Oratorio francés. Aseguraba que debía su conversión a la liturgia, a la enseñanza de los Santos Padres y del cardenal Newman, de quiene escribió una biografía que, Dios mediante, pronto será traducida al español (“La mejor biografía de Newman”, según algunos conocedores). Enseñó en el Institut Catholique de Paris y en varias universidades americanas. Fue perito e integrante de varias comisiones del Concilio Vaticano II. Renunció a todas porque se daba cuenta que nada podía hacerse, y le resultaba insoportable tener que estar bajo las órdenes de “completas nulidades”. Por ejemplo, sirvió en la comisión preparatoria dirigida por el cardenal Pizzardo. Bouyer observaba que, si la KGB hubiese querido infiltrar la Iglesia, no habría encontrado mejor método para hacerlo que nombrar a Pizzardo prefecto de la Sagrada Congregación de Seminarios, cosa que hizo Pío XII. Y de modo similar se refiere a otros purpurados como Marty o Lercaro.
Es que Bouyer jamás perdió su libertad de decir lo que consideraba que era la verdad. No aceptó fidelidades de partidos, ni de escuelas, ni de congregaciones. Su única fidelidad fue a la Verdad. Tenía como enemigo al error y a la mentira, estuvieran éstos a la derecha o a la izquierda y, como no podía ser de otro modo, fue perseguido por progresistas y tradicionalistas; por jesuitas y dominicos; por curas y obispos. 
Fue el autor de la llamada “Plegaria eucarística II”, que los curitas de línea media llaman “de San Hipólito” pero que, en realidad, debería ser llamada “anáfora al tuco” porque fue redactada a las apuradas en una trattoria del Trastévere luego del pranzo, a fin de acercarle un borrador al temible Bugnini quien, tiempo después, la publicó tal cual la recibió otorgándole el mismo estatus que el Canon Romano. Bouyer relata el caso para mostrar la “seriedad” que con se hizo la reforma litúrgica. Y remata con su clásica sentencia: "Si la liturgia romana era un cadáver antes del Vaticano II -tal como algunos decían-, después del Concilio es el mismo cadáver en estado de putrefacción.
Y se hartó. A fines de los ’60 renunció a la Comisión Teológica Internacional en la que había sido nombrado por Pablo VI. Se retiró a una abadía en ruinas en el norte de Francia y, durante el verano, a una modesta casa que había comprado en Normandía. Fue en este periodo de doce años en el que se desarrolló su mayor producción intelectual. 
Se retiro... “¡Derrotista!”, gritarán algunos. “Escapista”, otros.¿Vale la pena responderles? Sí, con Tolkien, que fue uno de sus más preciados amigos. 
¿Derrotista? Escribía Tolkien en 1956: “Soy, de hecho, cristiano, y católico apostólico romano por lo demás, de modo que no espero que la ‘historia’ sea otra cosa que una ‘larga derrota’, aunque contenga (y en una leyenda puede contener más clara y conmovedoramente) algunas muestras o atisbos de victoria” (The Letters of J.R.R. Tolkien, ed. H. Carpenter, Allen&Unwin, London, 1982, p. 255). 
¿Escapista? “Muchos confunden -dice Tolkien- la evasión del prisionero con la huida del desertor” (“Sobre los cuentos de hadas”, en Árbol y hoja, Barcelona, Minotauro, 1994, p. 70). Y digo yo: ¿para quiénes es el “escapismo” un crimen tan atroz? Para los carceleros, naturalmente, de la clase que sean. 
Toda esta introducción sobre Bouyer, de quien ya hemos hablado abundantemente en este blog, es para presentar la edición española de La descomposición del catolicismo, escrita en 1968, cuando terminó de hartarse de todo lo que que estaba sucediendo en la Iglesia como consecuencia del Concilio Vaticano II. 
Es breve y de lectura imprescindible. Muchas de las cosas que hoy estamos viendo -“estos lodos”- serán comprendidas cuando conozcamos “los polvos” de los cuales surgieron.
El libro fue editado por Iota y lo distribuye Vórtice. Mayor información aquí


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