Beria en el Vaticano


Laurenti Beria fue uno de los personajes más temibles y crueles del régimen estalinista. Miembro de la cheka, luego de la NKVD (antecedente de la KGV), se erigió en mano derecha de Stalin para establecer una enorme red de espionaje y ejecutar las purgas contra “los enemigos del pueblo”, es decir, los enemigos del líder soviético.
Las noticias de lo que está ocurriendo en el Vaticano en los últimos días llevan a pensar que un hijo de Beria se ha instalado en los poderes más elevados de la Iglesia católica, con su propia red de espionaje y las purgas consecuentes.
Nos referimos, por cierto, al Papa Francisco que, jesuita al fin, es bien ducho en la promoción del espionaje y la delación. Relata Sebastián Randle en el capítulo 51 del segundo tomo de su biografía de Leonardo Castellani (que aparecerá publicada en Vórtice en abril próximo), que visitó semanalmente durante dos años, autorizado expresamente por el Provincial, el archivo secretos de la Compañía de Jesús en Argentina que se conserva en el colegio Máximo. Descubrió allí que la Compañía posee lo que denominan “Régimen de Consultas” y que consiste en lo siguiente: en cada casa religiosa hay un “consultor” designado secretamente por el Provincial que tiene por incumbencia informarle anualmente sobre cada uno de sus cófrades en aquella casa. El resultado son incontables cartas-informes (algunas considerablemente extensas, otras, breves) en que el “consultor” se despacha a gusto y piacere criticando a los que conviven con él. El provincial, con esa información clasificada, sabe qué hacer con sus súbditos. Éstos, por su parte, sabiendo que tienen un topo entre ellos, y que no pueden hacer nada al respecto, viven cuidándose continuamente sobre lo que dicen, hacen y ofenden, no vaya a ser que aquél en quien confían o el que moja el pan en su mismo plato, sea el que pasa información al superior que será, en última instancia, quién decidirá sobre su futuro.
Este régimen establecido por los bondadosos hijos de San Ignacio, fue abundantemente utilizado por el P. Jorge Bergoglio mientras era provincial (1973-1980), como bien pueden atestiguar los sacerdotes que lo padecieron en ese periodo (pregunten, por ejemplo, a quien fue su socius). Y exportó el mismo régimen de espionaje cuando se hizo cargo del arzobispado de Buenos Aires. Los que conocen los intríngulis curiales, relatan que el entonces cardenal Bergoglio había fichado sacerdotes en cada diócesis y congregación religiosa del país para que le enviara información confidencial (omitiré en este caso relatar los fines para el cual la usaba). Sería este uno de los motivos por los que sus pares obispos argentinos jamás lo quisieron. 
No resulta demasiado difícil descubrir quiénes eran los topos de Bergoglio: la mayoría de ellos han sido nombrados obispos. Ponemos el caso de Mons. Jorge Torres Carbonell, que era el encargado de reportar, entre otras cosas, los movimientos financieros de los obispos argentinos. O bien, del frustrado monseñor Carlos Novoa, fraile capuchino y espía de Bergoglio en esa orden, que fue nombrado obispo auxiliar de Lomas de Zamora y, pocos días antes de la consagración renunció, según se dice “apretado” por la revelación de algún secreto inconveniente. 
Esta misma red de espionaje y sospecha ha sido instalada por Francisco en la Curia Vaticana, y está dando sus frutos. Beria ha comenzado la purga. Hagamos un repaso de lo ocurrido en los últimos meses.
1. Hace algunas semanas el sitio Life Site News dedicó un artículo a describir el ambiente de miedo y angustia que se respira en el Sacro Palacio donde todos los oficiales vaticano miran a los cuatro costados antes de decir una palabra por temor a los micrófonos ocultos o a los oídos traidores.
2. A fines de octubre, pocos meses después que el cardenal Sarah invitara a los sacerdotes católicos a volver a celebrar la Santa Misa ad orientem, el Papa Francisco le vació literalmente la Congregación para el Culto Divino de la cual es prefecto, llenándosela con cardenales y obispos conocidos por su ideas progresistas, entre ellos, el deletéreo Piero Marini, discípulo de Mons. Bugnini y esperpéntico maestro de ceremonias de Juan Pablo II.
3. Hace un par de años degradó al cardenal Burke de su puesto en la Signatura Apóstólica y lo ubicó como patronus de la Orden de Malta. Pero, liderando el prelado americano a los cardenales de las dubia, pretendió vaciarle la Orden, o intervenirla, lo cual fue impedido como ya dimos a conocer hace pocos días. 
4. A mediados de noviembre, Bergoglio decidió abolir los estatutos de la Pontificia Academia para la Vida, que había sido creada por Juan Pablo II y estaba estrechamente relacionada con el cardenal Carlo Caffarra, otro de los firmantes de las dubia, y establecer nuevas reglamentaciones que permitirán remover a todos sus miembros y nombrar otros nuevos, esta vez sin ningún tipo de discriminación religiosa. Como presidente fue encumbrado Mons. Paglia, conocido defensor de las parejas homosexuales y de la nueva moral de las periferias.
5. Una fuente inobjetable relató que todos los sacerdotes y laicos que trabajan en la Santa Sede viven temerosos de hablar con quien sea puesto que saben que una palabra de más les puede costar el puesto. Fue el caso de dos sacerdotes que trabajaban en la Congregación para la Doctrina de la Fe y que en alguna reunión fueron un poco críticos del Papa Francisco. Pocos días después, fueron expulsados del dicasterio y devueltos a sus diócesis. Los pobres curas comentaba que consideraban que ellos serían sólo los primeros de una purga mucho mayor.

6. Y pareciera que ese es el caso. Marco Tossati, incuestionable conocedor de los pasillos vaticanos, comenta lo ocurrido la semana pasada en la Congregación para la Doctrina de la Fe. El cardenal Müller recibió una nota del Santo Padre ordenándole que despidiera y enviara a casa a tres buenos y fieles sacerdotes que habían trabajado allí durante años: un americano, un francés y un mexicano, sin dar ninguna explicación. La nota decía: “Le pido que por favor despida a ...”. El prefecto de la Congregación quedó perplejo y, antes de cumplir la orden, pidió en varias ocasiones una entrevista con el Papa la cual era siempre postergada. Finalmente, recibido por el Pontífice, le dijo: “Santidad, he recibido esta carta, pero no sé que hacer porque estas personas están entre las mejores de mi dicasterio. ¿Qué hicieron?” La respuesta fue la siguiente: “Y yo soy el Papa, y no tengo necesidad de dar razones de ninguna de mis decisiones. Yo decidí que estos tres se tienen que ir, y se tienen que ir”. Se levantó y estrechó la mano del cardenal Müller dando a entender que la entrevista había terminado. El 31 de diciembre, los sacerdotes dejaron su puesto en Roma, luego de largos años de servicio. Según parece, uno de ellos había sido un poco crítico con algunas decisiones deFrancisco. La crítica fue escuchada por algún espía y el chisme pronto llegó a los misericordiosos oídos pontificios. 
7. En diversas ocasiones hemos hecho referencia a la periferia sacerdotal a la que recurre el Santo Padre para escoger los obispos argentinos. Nadie puede olvidar al danzarín Mons. Pedro Torres o al lumpen Chino Mañarro. Sin embargo, el criterio de selección no rige solamente para nuestro país. Comenta también Tossati el siguiente caso: Se necesitaba nombra un obispo en cierto país. El nuncio había preparado la terna. El cardenal prefecto del dicasterio, Marc Ouellet, durante la asamblea ordinaria, tomó la palabra diciendo: “El primer candidato propuesto es óptimo, y el segundo es bueno. Pero quisiera advertir sobre el tercero, al que conozco bien desde que era seminarista, y que presenta problemas tanto en el plano de la doctrina como de la moral”. Pero resulta ser que este tercero era amigo de alguien importante, por lo que, otro purpurado muy cercano al poder pontificio (¿Baldisseri?) que asistía a la asamblea increpó al cardenal prefecto por su opinión. En esa reunión no se decidió nada pero al día siguiente, el secretario personal del Pontífice se presentó en la Congregación diciendo que el elegido había sido el tercero. 

En fin, si estos son los casos que se filtran, podemos imaginar lo que está ocurriendo dentro de la Curia, y de lo cual no nos enteramos. Lamento que mi corresponsal Dall’Ombra der Cuppolone se haya llamado a silencio, aunque puede entenderse su decisión.

Conclusiones:
1. Cuando el cardenal Daneels admitió hace poco más de un año la existencia de un club o mafia de cardenales, apodada de Saint Gallen que, desde 1996, confabularon para que Ratzinger no se convirtiera en el sucesor de Juan Pablo II y, cuando esto sucedió, para forzarlo a renunciar, no estaba relatando una novedad. Malachi Martin, en 1978, había escrito su libro El último cónclave (que pueden leer aquí en portugués), en cuya parte de no-ficción (la primera), explica una trama análoga liderada por el cardenal Villot y autorizada por el mismísimo Pablo VI. Y lo más plausible es que estos cardenales no solamente hayan elegido un sucesor de Benedicto sino que le hayan trazado también las líneas programáticas de su pontificado: modernizar la Iglesia adaptándola a los cambios producidos en el mundo en las últimas décadas. Es este el espectáculo al que estamos asistiendo: el cambio de la religión.
La impresión que dan los pocos hechos que he relatado en este post, es que Bergoglio y lo suyos están tratando de vaciar el contenido de la fe, a fin de reemplazarlo por otro, pero conservando las estructuras. De ese modo, serán pocos los que, efectivamente, se darán cuenta que lo que en verdad se cambió fue la religión. Es lo que hicieron los arrianos en su momento. En su época de mayor esplendor (s. IV) la mayor parte de las sedes episcopales estaban ocupadas por obispos arrianos, y los obispos ortodoxos debían celebrar en alguna casa de familia rodeados de los pocos fieles que los seguían. Y algo similar ocurrió en Alemania con Lutero: en las primeras décadas de la Reforma, poca gente se dio cuenta que, efectivamente, se había cambiado la religión puesto que los cambios que veían les parecían secundarios. 
Creo que es eso lo que está haciendo Bergoglio. Ha comenzado a vaciar las estructuras de la Curia romana para poder llenarla luego con quienes le son fieles. Mantendrá las estructuras, pero cambiará la fe.

b. El vaciamiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe no es un hecho menor. En la actual estructura de la Iglesia es el único organismo que tiene cierta autoridad para ponerle límites al Papa. De hecho, todos los documentos que éste escribe deben pasar por la Congregación que le señala errores, ambigüedades, etc. y le sugiere cambios (que Bergoglio nunca acepta). El cardenal prefecto tiene autoridad para frenarlo o, al menos, para expresar públicamente la enseñanza de la verdadera fe para que pueda ser contrastada con las falsedades que nos quiere imponer Francisco. Si ese dicasterio se vacía y se puebla de seguidores del actual pontífice, ya nadie podrá cumplir esa misión con autoridad. Serán, en todo caso, opiniones de "cardenales ultracatólicos" o de "cardenales rebeldes", pero no más que eso. 
Insisto, entonces, en la enorme gravedad que implica lo que está ocurriendo en la Curia Romana. En una organización tan profundamente centralizada como es la Iglesia católica, los cambios en el centro del poder repercutirán rápidamente en todo el mundo, sobre todo si tenemos en cuenta la cobardía y doblez de los obispos. 

Esto me lleva a plantear dos escolios:
1. Frente a todo esto, nada puede hacerse. El papado, tal como se fue construyendo en la iglesia latina a partir del segundo milenio, terminó por crear un monstruo inmanejable: Francisco. Ya hemos insistido en numerosas ocasiones en este hecho, pero las consecuencias son cada vez más claras y cada vez las padecemos más. Frente al poder omnímodo y absoluto de Bergoglio nada puede hacerse. Nadie puede oponerse. Lo único que cabe esperar es el día en que el Señor se acuerde de él, o bien, que alguna bondadosa monjita le acerque una tisana fortificada, como en los buenos tiempos de los Borgias.
2. Cuidémonos de ser demasiado ingenuos con respecto a la red de espionaje montada por Bergoglio. Hay un antecedente cercano: el Sodalitium pianum, una sociedad secreta fundada en 1906 y dedicada a espiar a sacerdotes, obispos y cardenales para descubrir a los modernistas que se alojaban dentro de la Iglesia. Esta organización fue aprobada y financiada por el papa San Pío X (de allí su nombre) y disuelta por Benedicto XV. Ningún tipo de sodalitium es aceptable, ni el pianum ni el franciscanum. El fin no justifica los medios