"El Trono de la Sabiduría", de Louis Bouyer

La fe católica va unida siempre a la devoción a la Santísima Virgen. Y, como sabemos, no se trata de una devoción más como las muy venerables devociones a San Benito o a Santa Rita. Hay algo más, casi misterioso, en la unión íntima y profunda de la fe católica con María la Virgen.

Prueba de ello es la extensión de esta devoción en todo el orbe católico, es decir, universal en el tiempo y en el espacio. La primera representación pictórica de Nuestra Señora se encuentra en las catacumbas de Santa Priscila, ubicada en la vía Salaria de Roma, y data del siglo III. La primera oración conocida dedicada a María es el Sub tuum presidium, rezada tanto por orientales como por occidentales. El primer testimonio escrito de esta oración se encuentra en uno de los papiros de Oxirrinco (Egipto), escrito en griego, por lo que podemos afirmar que los cristianos del año 250 ya rezaban esta plegaria. 
En la primera mitad del siglo IV, un monje sirio, San Efrén de Nisibis, Padre y Doctor de la Iglesia, elevó los primeros y más bellos himnos a María Santísima; entre ellos, aquél que proclama todos los títulos con los que los cristianos de su época la invocaban: 
Señora Nuestra Santísima, Madre de Dios, llena de gracia: Tú eres la gloria de nuestra naturaleza humana, por donde nos llegan los regalos de Dios. Eres el ser más poderoso que existe, después de la Santísima Trinidad; la Mediadora de todos nosotros ante el mediador que es Cristo; Tú eres el puente misterioso que une la tierra con el cielo, eres la llave que nos abre las puertas del Paraíso; nuestra Abogada, nuestra Intercesora. Tú eres la Madre de Aquel que es el ser más misericordioso y más bueno. Haz que nuestra alma llegue a ser digna de estar un día a la derecha de tu Único Hijo, Jesucristo. Amén. 
Y poco después, en el año 431, el tercer concilio ecuménico reunido en Éfeso, proclamó a la Santísima Virgen como Theotokos, Deipara o Dei Genitrix, es decir, Madre de Dios.
Y así como los  occidentales nos dirigimos a nuestra madre con el rezo del Santo Rosario y las Letanías Lauretanas, los orientales lo hacen con el Akáthistos, himno compuesto en el siglo VII. Y así como nosotros no hemos dejado de elevar las más bellas canciones en su honor, otro tanto han hecho los orientales. ¿Quién no puede conmoverse ante la música y la letra del Agni parthene? (Aquí puede ver y letra y aquí escuchar su melodía).
Podríamos, entonces, afirmar una proposición complementaria a que establecimos al comienzo: La devoción a la Santísima Virgen es signo de fe católica. Y es por eso que los conversos a nuestra fe -al menos aquellos que se han convertido plenamente-, adoptan como rasgo distintivo esa devoción. Hace algunos meses hacíamos referencia al caso de Chesterton; los escritos del cardenal Newman revelan un amor profundo a Nuestra Señora, tal como él gustaba llamarla, y en términos similares se expresaban Mons. Ronald Knox y Mons. Robert Benson.

Pero en esta ocasión quiero referirme al caso de Louis Bouyer, a raíz de que Cerf ha reeditado su libro Le trône de la Sagesse. Essai sur la signification du culte marial, publicado originalmente en 1957. Se trata de un breve (300 páginas) tratado de mariología capaz de revelarnos, desde diversas perspectivas, la enorme riqueza que tenemos los católicos al contar con una Abogada como la Santísima Virgen y la centralidad que su culto ocupa en la vida de la Iglesia. Escribe en la Introducción: 
La historia muestra, en efecto, que un cristianismo que no quiere rendirle a María el culto que la Iglesia le tributa es un cristianismo mutilado. Podría parecer al principio que se guardaría lo esencial con el culto a Cristo. Pero sería una apariencia ilusoria. Una vez que se ha rechazado aquello que su Madre tiene de único, el Cristo que se creyera poseer sería un Cristo desfigurado: Dios y la humanidad no se unirían nunca en Él. 
De esta manera, entonces, y de un modo clarísimo le dice a los protestantes que el suyo, el Cristo a quien ellos adoran, es un Cristo falso y desfigurado.
Y, refiriéndose a la Virgen, escribe: 
La Mariología, la doctrina de María, es en la teología auténtica un jardín cerrado. Ella es el “Paraíso racional” , siguiendo la expresión de los Padres, el vallado primordial donde la flor más bella de la nueva creación es el signo de la surgente divina. Allí se esconde y se encuentra la fuente secreta de la que el mismo Logos ha querido brotar, en el corazón de la criatura humana. Y así, se puede estudiar a María esperando descubrir como Dios ha elevado a la humanidad hasta Él abajándose hasta Ella. 
Bouyer divide su libro en once capítulos: 1. Los temas bíblicos de teología mariana: el Hombre y la Mujer; la Esposa del Señor; 2. Los temas bíblicos de la teología mariana: la Sabiduría divina; 3. María en el Nuevo Testamento; 4. La Virgen-Madre; 5. Matrimonio y Virginidad a la luz de la maternidad virginal; 6. La maternidad virginal, fecundidad del Agape en la crucifixión del Eros; 7. La Inmaculada Concepción y la Antigua Alianza; 8. La Encarnación y María Madre de Dios; 9. María y la obra de la Redención; 10. María y el Espíritu Santo; 11. La Asunción de María y la Sabiduría.
Uno de los aspectos destacables que tiene el libro, es que el autor, en varios de sus capítulos, traza paralelamente a la mariología una teología del matrimonio cristiano, acentuando el enorme valor y riqueza que tiene este sacramento. Un tema que, por cierto, en los actuales momentos en los que festejamos los amores de Leticia, adquiere un significado y una importancia particular.
En definitiva, esta maravillosa obra de Louis Bouyer muestra a María la Virgen, que se encuentra salvada y exaltada por el mismo Dios; muestra su nobleza como mujer en relación al Hijo Eterno que se comporta para con ella como el perfecto caballero.

Ojalá podamos contar pronto con una traducción al español.