Y al final de camino, nada

Como San Juan de la Cruz que, cuando alcanzó la cima del Monte Carmelo se encontró con NADA, así también nosotros después de terminar al largo “camino sinodal”, como le gusta decir al papa Francisco, nos encontramos como nada.
Ayer leí la exhortación apostólica Amoris letitia, de cabo a rabo y la verdad es que, tal como varias veces dijimos en este blog, es más de los mismo, dicho en lenguaje bergogliano que, debemos reconocer, es el único que entiende el hombre contemporáneo, aunque ese hombre no vaya a leer jamás semejante mamotreto.
Se trata de un larguísimo documento, escrito a varias manos. Esto es más que evidente. En el capítulo IV se hace un interesante análisis del famoso himno paulino del amor, con abundantes recursos al texto griego y correspondencias con el Antiguo Testamento. Eso, por cierto, no pertenece al pontífice argentino que escasamente domina el cocoliche porteño. Las múltiples intervenciones de su pluma son fácilmente reconocibles. Por ejemplo, el alto contenido teológico que aparece en esta expresión: “[el cónyuge] Es el compañero en el camino de la vida con quien se pueden enfrentar las dificultades y disfrutar las cosas lindas”. (163). O en esta otra: “Sabemos que a veces estos recursos alejan en lugar de acercar, como cuando en la hora de la comida cada uno está concentrado en su teléfono móvil, o como cuando uno de los cónyuges se queda dormido esperando al otro, que pasa horas entretenido con algún dispositivo electrónico” (278).
La vena poética del pontífice que se manifiesta en la inclusión de un poema de Benedetti: «Tus manos son mi caricia / mis acordes cotidianos / te quiero porque tus manos / trabajan por la justicia. / Si te quiero es porque sos / mi amor mi cómplice y todo / y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos». (181). Para los argentinos, esta poesía nos resuena como la canción ícono del destape homosexual de los ’80, interpretada por Sandra Miahanovich, lesbiana pública.  Y Tulio quedaría deslumbrado ante este construcción retórica: “El problema es que el deslumbramiento inicial lleva a tratar de ocultar o de relativizar muchas cosas, se evita discrepar, y así sólo se patean las dificultades para adelante” (209).
Si vamos al fondo de la cuestión y nos escapamos de la trampa de los titulares periodísticos, el documento pontificio tiene varios aspectos positivos que, más allá de mis críticas a su autor, es importante destacar.
1. Es muy claro acerca de algunos temas a los que podría haber evitado o hacerse el distraído. Vemos algunos casos. Refiriéndose a la a la teoría del género y la pretensión de imponerla en todos los ámbitos, dice: “Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes (56).
O bien, tal como han proclamado los medios de difusión, se pronuncia a favor de la educación sexual de los niños, pero lo hace muy bien: “282. Una educación sexual que cuide un sano pudor tiene un valor inmenso, aunque hoy algunos consideren que es una cuestión de otras épocas. Es una defensa natural de la persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto. Sin el pudor, podemos reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos concentran sólo en la genitalidad, en morbosidades que desfiuran nuestra capacidad de amar y en diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo inhumano o a dañar a otros. 283. […] Es irresponsable toda invitación a los adolescentes a que jueguen con sus cuerpos y deseos, como si tuvieran la madurez, los valores, el compromiso mutuo y los objetivos propios del matrimonio”.
Y es muy claro acerca del famoso “matrimonio homosexual”: “Debemos reconocer la gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar cierta estabilidad, pero las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo, por ejemplo, no pueden equipararse sin más al matrimonio”. (52)
2. En varias partes del documento insiste sobre un aspecto que considero muy valioso y que es olvidado por todos, tanto tradis como progres. Dice: “Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional (72)”. Muchos dirán: “Ya sabíamos que el matrimonio es una vocación”. Sí, pero lo entendíamos siempre como opción a la vocación a la vida consagrada. Lo que el Papa dice aquí es que, porque el matrimonio es una vocación, es un camino de vida propia de los cristianos, y de los cristianos comprometidos. “132. Optar por el matrimonio de esta manera, expresa la decisión real y efectiva de convertir dos caminos en un único camino, pase lo que pase y a pesar de cualquier desafío. Por la seriedad que tiene este compromiso público de amor, no puede ser una decisión apresurada, pero por esa misma razón tampoco se la puede postergar indefinidamente”. “Tenemos que reconocer como un gran valor que se comprenda que el matrimonio es una cuestión de amor, que sólo pueden casarse los que se eligen libremente y se aman” (217). ¿Qué es lo que yo entiendo de estas afirmaciones? Que si alguien no toma al matrimonio en estos términos y está dispuesto a aceptar todos los compromisos que supone, mejor que no se cases. Que se vaya a vivir con tu novia, y después verá.
“¡Pero cómo, dirán algunos, van a vivir en pecado!” Sí, van a vivir en pecado de fornicación, y seguramente falten también al tercer mandamiento porque no irán a misa los domingos, y al noveno, y a varios más. No será el único pecado con el que vivirán. Pero si se casan, sin haber aceptado libremente la vocación cristiana al matrimonio, lo más probable es que en tres años comiencen a vivir en adulterio y comiencen a sumar fracaso tras fracaso, y pecado tras pecado.
Dicho en otros términos: los sacerdotes deberían ser mucho más restrictivos a la hora de admitir a una pareja al matrimonio. Convengamos que la mayoría de los matrimonios que se celebran actualmente son matrimonios nulos, y esto lo puede decir cualquier canonista serio.
3. Lo que todos esperaban es que el papa admitiera públicamente a los divorciados y recasados al sacramento de la eucaristía. Por supuesto, eso no ocurrió. Y se expresa con claridad acerca del divorcio. “Pero otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia”. (298). O bien: “Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad”. (297).
Hace un guiño al mundo, jugando con el término “excomulgar”, que la mayoría entiende erróneamente como separados de la comunión eucarística, cuando repite que “A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están excomulgadas » y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial”. (243) Eso ya lo sabemos, y no aporta nada nuevo.
He encontrado solamente tres párrafos que habilitarán, seguramente, la manga ancha de muchos curas y obispos en el tratamiento de los recasados:
1. “Hay una cuestión que debe ser tenida en cuenta siempre, de manera que nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio. La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular » viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”. (301). El principio es correcto. Hay muchos casos que objetivamente son irregulares pero que, subjetivamente, la persona, acompañada y aconsejada por un buen y sabio sacerdote, puede tener la certeza moral de estar en gracia de Dios. Como dice el Papa, esta es doctrina de la Iglesia y ha sido suficientemente estudiada y fundamentada por los teólogos. Lo que no me suena bien es ese “ya”, como si antes sí se podría haber hecho esa afirmación y ahora, fruto de alguna desconocida evolución en el dogma, ya no.
2. Dice el documento: “Ruego encarecidamente que recordemos siempre algo que enseña santo Tomás de Aquino (Summa theologiae I-II, 94, 4), y que aprendamos a incorporarlo en el discernimiento pastoral: «Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay […] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos […] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación ». (305)
El Aquinate habla en ese artículo de las posibilidades de conocimiento que tiene tanto la razón especulativa como la razón práctica de la ley natural. El problema es que no sé (y pido si algún lector sabe verdaderamente, lo aclare) si el principio tomista puede ser aplicado al caso. Al estar hablando de la ley natural, es claro que un indígena de la Polinesia, aunque pueda atisbar que la norma general indica la monogamia, su acto particular sea indeterminado, y tenga tres mujeres. Pero no me parece que eso pueda aplicarse a un bautizado que debe conocer muy bien su catecismo y la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio cuando se casa. No me parece que haya aquí posibilidades de “indeterminación” del acto particular, sino más bien de “imperfección” la que, en lenguaje católico, se llama “pecado”, y en este caso concreto “adulterio”, y los adúlteros no pueden comulgar. Me suena entonces, y los especialistas deberán aclararlo, que la referencia a Santo Tomás es tramposa.
3. “El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios”. (305). Una vez más, no está mal lo que dice, pero es darle una navaja a un mono, o a un cura, que suele ser lo mismo. Porque el Evangelio nos dice claramente que todo es blanco o negro: “El que no junta conmigo, desparrama; el que no está conmigo, está contra mí”. No se puede juntar un poquito y desparramar otro poco: o se junta, o se desparrama. Y si, en algún momento se desparramó, hay que confesarse y prometer no volver a desparramar. Esta es la doctrina evangélica y la doctrina de la Iglesia.

Conclusiones:
1. El documento es de mala línea y completamente prescindible. Redactado en el espumoso lenguaje que maneja el Papa Francisco, pasará sin pena ni gloria a los anales de la Iglesia. Pero tampoco podrá ser considerado un documento progresista. Afirma, a su modo la doctrina de la Iglesia, y las innovaciones, si existen, no son más que acentuaciones de las morigeraciones que siempre existieron.
2. ¿Qué efectos tendrá el documento? Ninguno. Se seguirá haciendo lo que se hace desde hace décadas: admitir a los divorciados y recasados a la eucaristía. Les pido a los lectores del blog que levante la mano el que conozca algún cura que le haya negado la comunión a un fiel que vive en adulterio. Difícilmente encontremos algunos. Y el que lo hiciera, al día siguiente aparecería en todos los diarios y sería reprendido por su obispo. Todo seguirá como estaba, y Bergoglio se llevará la palma del misericordioso e innovador, y los aplausos del mundo.
3. Finalmente, el documento deja a varios pagando y a otros desencantados. Quedaron pagando Elizabetta Piqué y el cardenal Kasper, por ejemplo. La primera, a duras penas puede rescatar algunas frases que llevan agua para su molino. El segundo, no sabrá dónde meterse luego de haber afirmado, hace dos semanas, que la exhortación apostólica cambiaría 1700 años de historia de la Iglesia. Sucedió exactamente lo contrario.
Y deja también a varios desencantados. Por ejemplo, a las decenas de comentaristas de este blog que se frotaban las manos esperando un documento hereje y rupturista que provocara un cisma y muchos descalabros más. Nada de eso.

Es teología barata, con un poco de Bucay, otro de Pilar Sordo y adiciones de libros de autoayuda que le sopló el Tucho. Nada más que eso. Es Bergoglio en estado puro.