A vueltas con Mauricio

Tarde o temprano habrá que hacer el balance. Seguramente con más tiempo. Pero todo argentino no enrolado en las huestes de los Orcos tiene que enfrentarse con la figura de Macri y del actual gobierno y tomar algún partido, aunque sea el de no tomarlo.
Conocemos la sempiterna estrategia de la izquierda, resumida en la máxima “no hacerle el juego a la derecha”. Bajo este amparo, se toleraban o silenciaban los peores crímenes. Las mismas víctimas asumían la consigna; la mayoría de los condenados a muerte en los juicios de Moscú no sólo confesaban sus crímenes sino que también expresaban sus temores de “no hacerle el juego a los enemigos del Estado soviético”, por lo que luego de la condena seguían protestando su adhesión al gran camarada Stalin. Sin dudas drogas y torturas tenían su parte en tales confesiones, pero también anidaba en los condenados –todos bolcheviques, todos extremistas, todos estupefactos ante la locura y la tiranía de Stalin- la exhortación de Nietzche, “no mates tu más alta esperanza”.  Idéntica actitud siguió la izquierda comunista cuando el pacto con Hitler, cuando la cortina de Hierro y sus esporádicas rebeliones, cuando las sevicias de Castro y del Che Guevara. No había que hacerle el juego a la derecha, había que ignorar atrocidades que, cometidas por la derecha, eran instantáneamente expuestas.
El kirchnerismo, huelga decirlo, heredó tal tradición, dentro de un marco un tanto más prosaico. No había que hacerle el juego a la derecha silenciando ejecuciones– alguna eventualmente habría- y tiranías, sino simplemente bóvedas llenas de billetes, doce años de latrocinios y la mentira sistemática empleada como instrumento de gobierno. El mantra era muy eficaz para acallar los escrúpulos de los intelectuales, sacerdotes modernos del progresismo. Sabemos que el “intelectual” no es hombre de fe, que no podía sencillamente creer en la honradez de Néstor, en la honestidad intelectual de Cristina o en la inocencia de Milani. Pero callaba, “para no hacerle el juego a la derecha”. Seguramente los juristas garantistas conocían, como valientemente lo expresó Carmen Argibay, que muchos de los procesos a los militares eran nulos, pero disimulaban por idéntico motivo. Los periodistas con más de cincuenta años saben perfectamente que los terroristas eran asesinos, pero no abundan en el tema, no sea cosa que se le haga el juego a la dictadura. Si hasta el candidato a juez de la Corte, el hamletiano Rosenkrantz manifestó sus reparos para penalizar la pornografía infantil, para no hacerle el juego a la censura.
Está claro que mientras Macri no tenga una oposición consistente, es decir, un peronismo purgado de kirchnerismo, la crítica destructiva a su gobierno es hacerle el juego a la izquierda. Ahora bien, ¿es simétrico el razonamiento para quienes nos consideramos, en un sentido que me cansa explicar ahora, de derecha? El cruel lector que me acusa de macrista hace varios posts estará esperando que responda en forma afirmativa. Naturalmente no lo haré, aunque más no sea para no darle el gusto. Quienes somos de la derecha tradicional no tenemos moral de facciones, ni traficamos con la verdad. Los ladrones son ladrones, tengan bóvedas o  Ph Ds. Los errores y las mentiras no tienen ideología: son errores o son mentiras. Y tampoco callaríamos la injusticia para mantener el orden, ni aceptaríamos la tiranía de derechas para salvar el pescuezo. Nuestra moral es moral, es decir, el fin no justifica jamás los medios ilícitos.
And yet, and yet… Algo tienen que aprender, conforme la frase evangélica, los hijos de la luz de los de las tinieblas. Un alarde de perfeccionismo a menos de un semestre de habernos salvado de quedar rehenes de un hato de ladrones extremistas no parece lo más inteligente. El proceso macrista tiene sus luces y sus sombras, sus innegables fallas y estrepitosas chambonadas, pero ignorar el efecto de arrastre de esos establos de Augías que dejó la Cleptócrata es ser un idiota útil y hacerle, sí, el juego al kirchnerismo. Es irrazonable no apreciar algunos innegables avances en materia de libertades, de recuperación del Estado de Derecho, hasta de humanitarismo (los militares convictos han vuelto a ser atendidos en su Hospital; se ha llegado, después del trato de campo de concentración, al nivel del trato dispensado en  Nüremberg, at last). En materia económica, casi no había opciones, porque los Kirchner no sólo quemaron los libros de texto, incineraron los apuntes. No se trata de ortodoxia económica, sino de descubrir la ley de gravedad. Hace muchos años, cuando un siempre ignorante Neustadt le hizo un reportaje a Oliveira de Salazar, éste le enseñó el secreto de su éxito económico: tener superávits gemelos. No era Kirchner, era un dictador de derechas, era 1968. También le regaló un “tip” que el moravo, huero de planteos existenciales, malinterpretó: el problema de los argentinos es que no querían ser mejores, sino estar mejor.
Como he dicho, mientras no haya una alternativa consistente, demoler al actual gobierno y reclamar el helicóptero para Mauricio es, sí, hacerle el juego de la forma más idiota al kirchnerismo. Crítica debe haber, y la necesita como el agua este gobierno inexperto. Los argentinos tenemos que recuperar la capacidad de pensar, esa espantosa autocensura de la corrección política que es la herencia más nefasta del Kirchneriato, ese cepo patotero a la inteligencia, y los gobernantes tendrán que aguantársela.  Libertad para todo y para todos, menos para los malhechores, como decía un presidente de nuestra América, ciertamente no muy democrático.
En este sentido y sólo con todos estos caveats, me niego a hacerle el juego a la izquierda. Ya una vez saltamos de la parrilla de Menem para caer en la sartén de los Kirchner: de la corrupción en escala artesanal y que ahora recordamos con cierta nostalgia conmovedora porque nos dejaba un ámbito de libertad, al megalatrocinio estatal en escala industrial acompañado de consignas castristas. Me niego a ser conducido por los mass media en manos de periodistas resentidos no sólo con sus empresas sino también con la sociedad, que sacan el manual de moral del bolsillo cuando el gobierno no está en manos de resentidos de su misma especie.
En cuanto a Macri, sigo valorando su nonchalance. Quizás si siguiera el ejemplo del  Enrique V de Shakespeare cuando se despojó de su nombre Hal, dejara atrás a Falstaff y mandara colgar un par de ex compañeros, despejaría las incógnitas.  Fundamentalmente, y como decía Borges cuando le preguntaron por qué se había afiliado al partido conservador, “es el único que no fomenta los fanatismos”. Nadie daría la vida por Macri, nadie mataría por Macri. Para mí, a mis años, si además gobierna y me deja tranquilo, es bastante.

Ludovicus