Tarde piaste

[Ciertamente, no tiene sentido hacer comentario alguno acerca del bochornoso encuentro del viernes último entre el papa Francisco y Hebe de Bonafini. Todo lo que desde aquí podíamos decir, y lo que no podíamos también, fue dicho por los lectores de Clarín, Infobae, Perfil -La Nación debió cerrar los comentarios de la nota- y cualquier otro medio de prensa nacional. Miles de argentinos no tuvieron reparos en apostrofar al pontífice de todos los modos posibles. Lo del Bergoglio es un “autosuicidio”, se ha hecho odiar por la mayor parte de sus compatriotas, incluidos obispos y sacerdotes, y se está convirtiendo en el mejor aliado de Macri].

Vayamos a lo serio, o más o menos. La semana pasada, Mons. Georg Gänswein expresó en una conferencia en la Universidad Gregoriana de Roma que la renuncia de Benedicto XVI debe entenderse como enmarcada en un “ministerio petrino expandido”, con un miembro activo (Francisco) y otro contemplativo (Benedicto). Estas palabras encendieron las luces de alerta de tradis y líneas 3/4 que empezaron a razonar que, entonces, la cosa no está tan mal: Benedicto sigue siendo el papa, de un modo particular, pero sigue siendo papa. Otros, con una imaginación más calenturienta, encontraron en visiones, revelaciones y locuciones sobrenaturales que esta bicefalía estaba profetizada. 
A mí, me parece un disparate. Hay “un solo rebaño y un solo pastor”, y ese pastor, mal que nos pese, es Jorge Mario Bergoglio. Si Benedicto quiere tocar el piano a cuatro manos con su hermano, puede hacerlo, pero la Iglesia no se gobierna a cuatro manos. En esta ocasión estoy de acuerdo con De Mattei cuando dice: "Es posible que Benedicto XVI comparta esta posición, expuesta por Violi y Gigliotti en sus ensayos, pero la eventualidad de que él se haya apropiado de la tesis de la sacramentalidad del papado no significa que sea verdadera. Un papado espiritual diferente del papado jurídico no existe o lo hace sólo en la fantasía de algún teólogo”. 
Y los esperanzados arguyen: "El que lo dijo fue el Prefecto de la Casa Pontificia", como si ese cargo poseyera cierta solidez doctrinal o de autoridad. Gänswein, más allá de que nos caiga simpático, es el mayordomo del papa. Un empleado que usa algunas cintas más en la librea, pero es nada más que un doméstico. 
Fantasías, puras fantasías o, más bien, manotazos de ahogado. Yo me huelo que Benedicto, y su secretario y consejero  Gänswein, está en una profunda crisis de conciencia: se sabe en buena medida responsable de la catástrofe que provocó al renunciar al papado, y hace lo que lo que le viene en mano. En este caso, la única circunstancias que realmente cambiaría las cosas es que se comprobara que el papa Ratzinger fue obligado a renunciar pero, hasta el momento, no hay pruebas al respecto, y el que podría darlas -que es el mismo Ratzinger- sigue entretenido alimentando pecesitos de colores en los estanques vaticanos. 
¡Tarde piaste! Benedicto XVI debería haber pensando seriamente lo que hacía. Si su única opción era la renuncia al papado, por los motivos que fuera, debería haber tenido un poco más de sagacidad política, la que es una virtud propia del hombre de gobierno, para neutralizar a quienes se quedaron efectivamente con el papado: le bastaba esperar un par de meses para que Kasper quedara fuera del cónclave; le bastaba reemplazar a Bergoglio, que ya hacía un buen rato había cumplido los 75 años, en la sede porteña, y lo mismo podría haber hecho con Daneels. Bien podría haber enviado a Gänswein a negociar con Sodano, que aún tenía mucho poder, para fabricar un candidato de compromiso, o bien, con el cardenal Dolan, que manejaba a buena parte de los americanos y ratzingerianos. En cambio, renunció a tontas y a locas, y nos dejó a todos los fieles y a la Iglesia misma en manos de un truhán.
Si estuviera en mi poder, le aconsejaría al papa Benedicto y a su secretario que, si tienen algo que decir, que lo digan claramente y a viva voz, y si no, mejor que se queden calladitos, no sea que a Bergoglio se le ocurra aplicar el método del clavo: Celestino V era un piadoso monjecito que fue elegido papa a los 85 años en 1294 porque lo cardenales habían pasado más de dos años sin ponerse de acuerdo. Como era previsible, su pontificado de meses fue un desastre con ribetes casi bergogliescos. Pero estaba allí para asesorarlo en materia canónica el cardenal Benedicto Caetani que, a poco a poco, lo convenció de que podía renunciar, y así lo hizo. Y, ¡oh sorpresa!, el cónclave siguiente duró un solo día y el elegido fue el mismísmo Caetani que tomó el nombre de Bonifacio VIII. Por supuesto, lo primero que hizo fue tomar prisionero a Celestino, que dejó de llevar ese nombre y pasó a ser nuevamente el monje Pietro di Murrone. Como berreaba con que quería volver a la cueva en la que vivía, el nuevo pontífice le hizo construir dentro de una muy custodiada iglesia una cueva, y allí se fue a vivir, aunque seguía con sus hablando y rodeado de un un grupo de seguidores. Murió a los pocos meses. Se dice que, cuando años más tarde exhumaron el cuerpo, tenía un clavo incrustado en el cráneo. En la Edad Media las cosas se resolvían de modo más expeditivo. Bergoglio todavía guarda ciertas formas: permite a los "papas eméritos" entretenerse con pasatiempos  piscícolas. 


Reflexión al margen: Después de ver el obsceno espectáculo de Bergoglio abrazando a la Bonafini, y con la memoria aún fresca de Tucho Fernández como teólogo pontificio, recordaba que, cuando era adolescente e ingenuo, creía a pie juntillas lo que me habían enseñado mis maestros nacionalistas: “Argentina es un país que ha sido bendecido especialmente por la Santísima Virgen y posee un misión irreemplazable que cumplir en el mundo”. Ahora, que soy viejo y escéptico, me he dado cuenta que la primera parte de la sentencia es falsa porque nadie ha podido comprobarla más que en el discurso, y estoy descubriendo cuál es la misión irreemplazable que Argentina y lo argentinos.