Charlas de café de Orugario y Escrutopo

El pasado 13 de mayo el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, pronunció en la capilla de la Universidad Católica de Valencia una homilía que le está causando ciertos problemas. La homilía, cuyo tema central era el valor de la familia, no hubiera merecido en realidad comentario alguno. Si acaso, hubiera podido llamarse la atención sobre los patéticos y desesperados intentos que en ella se hacen de afirmar la continuidad de la «enseñanza» contenida en amoris letitiae, y en general la continuidad del pensamiento de Francisco, con la doctrina tradicional de la Iglesia:
«Por ello, atendiendo a las necesidades más urgentes y apremiantes del momento actual, el Papa Francisco con su Exhortación Apostólica Amoris laetitia nos confirma en la urgencia de apostar y trabajar en favor del matrimonio y de la familia...»
«La Exhortación Apostólica del Papa Francisco, en total continuidad con las enseñanzas de los anteriores Papas, por ello, es una puerta abierta a la esperanza».
Etc... (En fin: Triste papel el de los pastores de nuestro tiempo...)
Pero no. En la España de comienzos del siglo XXI ―es decir, en una nación especialmente acomplejada y avergonzada de sí misma y de su historia, y, por tanto, presta a dejarse enloquecer por cualquier moda cultural proveniente de «los países avanzados»―, había que destilar para la industria del escándalo, de entre toda aquella sarta de lugares comunes que fue la homilía, la que posiblemente era la única frase gallarda:
«Ahí tenemos legislaciones contrarias a la familia, la acción de fuerzas políticas y sociales, a la que se suman movimientos y acciones del imperio gay, de ideologías como el feminismo radical o la más insidiosa de todas, la ideología de género».
¡Pardiez! ¡Qué frase más rara en labios de un obispo hispano de esta época! Y, sobre todo, ¡qué gran ocasión para volver a montar el enésimo numerito esperpéntico de afirmación de fe en la tolerancia, y en los derechos de las oprimidas minorías sexuales, frente a la intolerancia patriarcal de la Iglesia Católica! ¡Gracias, Cañizares!
Ocasión aprovechada, por supuesto. De manera que los acontecimientos hasta ahora han ido siguiendo su curso ritual: Propuesta de reprobación en las Cortes Valencianas, apertura de diligencias de la fiscalía contra el cardenal por un presunto delito de yo qué se qué. Y en fin, todo el aparato pirotécnico al que nos vamos acostumbrando de un par de gobiernos a esta parte.
Sin embargo, ante tales muestras de hostilidad, no han faltado buenos amigos católicos ―buenos amigos, y buenos católicos― que me han escrito expresándome su indignación, y sugiriendo que iniciáramos tales o cuales acciones de solidaridad con el cardenal Cañizares. Aunque sólo fuera por la amenaza contra la libertad de expresión que supone una anécdota así.
Y tienen razón en que lo que ocurre supone una amenaza general, y en que puede que no falte ya tanto para que en España acabe en la cárcel cualquiera que se atreva a sostener la doctrina católica de siempre sobre la sexualidad y la familia. O simplemente cualquiera que se atreva a sostener una tesis que choque contra la corriente de opinión dominante en el momento. Pero, a pesar de todo, no he podido ocultar un cierto escepticismo, que me ha llevado a sugerirles que, antes de iniciar nada, esperen a ver cómo reaccionan los obispos españoles, es decir, cómo defienden al cardenal Cañizares sus hermanos.
Y bueno, alguno reaccionará, claro. Supongo. Quiero suponer. Pero el silencio de la gran mayoría está siendo hasta ahora la ejemplar y más elocuente de las lecciones. ¿A qué podría deberse? Tal vez a lo que explicaba el pasado sábado el arzobispo de Barcelona, Omella, contestando a una pregunta que le dirigieron en la asamblea general de e-cristians. La cita que sigue no es literal, sino que responde a la memoria de uno de los asistentes a aquel acto, que tiene buena memoria, por lo demás, y que me la ha relatado (por escrito) en estos términos:
«A menudo me preguntan sobre la comunión en la Conferencia Episcopal y yo siempre respondo que, aunque somos hombres y cada uno tiene sus gustos y manías, somos hermanos en el episcopado y, por supuesto, hay comunión entre todos nosotros. Yo estoy en comunión con los otros obispos. ¿Con Cañizares también? También. Eso no quiere decir que yo esté de acuerdo con todo lo que dice. A veces a uno se le calienta la boca y dice cosas que no debería haber dicho. Ojo, que a mí también me pasa. Miren, a mí no me gustan los extremismos [usó esta palabra], yo prefiero tomarme un tiempo para hablar, pensar bien las cosas, con sosiego. Eso no quiere decir que siempre acierte, me puedo equivocar, ¿eh?»
Me cuentan que el arzobispo de Barcelona viaja cada dos semanas a Roma, y pasa allí un par de días departiendo con Francisco sobre los más diversos asuntos eclesiales. De manera que, en fin, ya ven. En otros tiempos, Orugario y Escrutopo departían epistolarmente sobre los más diversos asuntos también, en el pulcro estilo de la cordialidad burocrática. Pero los avances de la civilización han acortado grandemente las distancias. De manera que ahora ya pueden reunirse en torno a un café, o un mate, para pensar bien las cosas con sosiego, calcular, evitar extremismos, y dejar a los pies de los caballos a cualquiera que realice en la Iglesia el más mínimo intento de oposición a la ideología de género.
Como para animarse uno a dar la cara por gente de este gremio...
Francisco José Soler Gil