Ocurrencias pontificias

Ayer domingo, de modo extrañamente casual, y mientras se rumoreaba que por la noche el periodista Jorge Lanata emitiría un informe comprometedor sobre la fundación pontificia Scholas Occurrentes (que pueden ver aquí), el también periodista Joaquín Morales Solá publicaba una entrevista al Sumo Pontífice en del diario La Nación, en la que Bergoglio trataba de poner paños fríos a su ríspida relación con el presidente Macri. Es que sabe que lo están sitiando y pueden comenzar a aparecer todos los chanchullos que tiene en su haber y que el gobierno conoce, y estimo que yo que el gobierno también posee las múltiples grabaciones de conversaciones telefónicas del entonces cardenal Arzobispo de Buenos Aires con las que negocia el espía Stiuso.
Pero allá ellos. Lo que a mí me impresiona y atemoriza es el nivel de cinismo e incluso, de apostasía del que hace gala el Romano Pontífice sin que nadie ya se asombre. En síntesis, me preocupa que perdamos la capacidad de asombro y, consecuentemente, de reacción frente al proceso acelerado de de descomposición de la Iglesia que estamos viviendo.
Ya sé yo que hay temas que, en absoluto, son más importantes para tratar en el blog, y sé también que desde el mismísimo 13 de marzo de 2013, desde aquí estamos advirtiendo acerca de la extrema peligrosidad de Bergoglio. Pareciera que no podemos aún desprendernos de esta misión. 
En cuanto a los sucesos de ayer, hay dos aspectos sobre los que quiero reflexionar. En primer término, la disparatada ocurrencia pontificia de las Scholas Occurrentes que, por lo que se ve, no es más que un curro del que usufructúan sus amigotes Del Corral y Palmeyro, dos facinerosos cuya mediocridad condice con la propia del pontífice. Esta fundación pretende tender puentes entre alumnos de escuelas de todo el mundo a través de encuentros y otras iniciativas igualmente ingenuas y estúpidas.. Quisiera saber yo qué puede salir de esos encuentros más que algunos cantitos insulsos, unas cuantas fornicaciones adolescentes y, en el mejor de los casos, un par de conversiones emocionales. Como bien analiza Sandro Magister, Francisco ha cambiado el concepto de educación católica con su divertida ocurrencia. Pero lo que resulta francamente inadmisible es que la Ocurrencia pontificia haya organizado a fines del año pasado un encuentro con alumnos de escuelas católicas y evangélicas en Roma, que finalizó con un encuentro musical en el Aula Pablo VI, financiado por el gobierno kirchnerista con casi un millón de dólares, y del que participaron emblemáticas figuras de la fe cristiana, como Juan Carlos Baglietto, Hilda Lizarazu y Lito Vitale.
Tratemos de recuperar el asombro. ¿Qué beneficio reportó tal encuentro a la fe y salvación eterna de esos alumnos? ¿No se alienta, acaso, con iniciativas de este tipo la confusión entre la verdad y el error, o es que ahora da lo mismo ser católico que ser evangélico, y seguir a Baglietto o a San Luis Gonzaga? Si veinte años atrás algún párroco hubiese hecho algo semejante, creo que habría causado un escándalo diocesano. Hoy, quien promueve el error, es el mismísimo Sucesor de Pedro llamado a confirmar en la fe a todos sus hermanos. El mismo personaje grosero que en los inicios mismos de su pontificado dejó plantada a una orquesta sinfónica en el Aula Paulo VI aduciendo que él no era un príncipe renacentista, organiza ahora un festival de rock y música popular en ese mismo sitio vaticano, confirmando su carácter de matón villero.
El segundo aspecto tiene que ver con el reportaje de Morales Solá, que terminó con la pregunta más previsible: cuál es la relación que tiene el Papa con los ultraconservadores. Es importante señalar que los tales son los obispos, sacerdotes, laicos y redes sociales simplemente católicas, es decir, todos aquellos que son tan exagerados como para afirmar todos y cada uno de los artículos de la fe y pretender cumplir los diez mandamientos del decálogo, afirmando que el no cumplimiento de alguno de ellos es pecado. Y el Papa Francisco, que en la misma entrevista se había mostrado tierno y misericordioso con especímenes de la calaña moral de Hebe de Bonafini, en este caso no se inmutó en afirmar que con esos personajes -nosotros, los ultraconservadores- , lo que hay que hacer, es esperar a que se jubilen y dejarlos de lado. En otras palabras, son personajes que no tienen remedio, que no son dignos ni siquiera de la omnímoda misericordia pontificia, y que lo mejor que pueden hacer es morirse cuanto antes. Sólo falta que la próxima vez sugiera que se haría un servicio a la Iglesia si alguien los ayuda a morir cuanto antes. 
Convengamos que se trata de definiciones terminantes: Francisco está marcando dos iglesias: la suya, a la que él mismo define como abierta y acogedora, dedicada a la promoción del hombre y al olvido de Dios -ver el artículo de Magister citado-, y la Iglesia de Cristo, fiel a la Verdad que Él mismo nos enseñó y que nos fue explicada por la Tradición y los Santos Padres y Doctores.
Frente a esta gravísima situación, nosotros, como laicos, no podemos hacer otra cosa más que estar alertas y advertir que el Lobo Blanco está rondando cada vez más cerca lo que queda del rebaño. Pero quienes tienen la función más delicada y absolutamente indelegable, son los cardenales y obispos puesto que, por algo, la nuestra es una Iglesia apostólica y jerárquica. Ellos debe detener los crímenes del Felón pontificio, y deben hacerlo cuanto antes. Y no basta para hacerlo decir tímidamente alguna cosita aquí y allá, celebrar de vez en cuando la misa tradicional o enrollarse en la cauda púrpura. En algún momento, más pronto que tarde, deberemos comenzar a exigir de algún modo realmente efectivo su reacción, o Bergoglio nos lleva puesto.