Odiosas comparaciones



El video exige, como decía un amigo, ser acompañado por una buena dosis de omeprazol. Pero también habilita una reflexión más profunda y perturbadora. Comparar el rito romano con el rito bizantino, absolute, no tendría demasiado sentido. Ambos son ritos católicos, de origen apostólico en términos generales, y con igual dignidad y valía. El problema es que si el primero de ellos, tal como aparece celebrado en este video, puede ser considerado “rito romano” o, sencillamente, si puede ser considerado un rito. 
Si nos preciamos de ser realistas, es decir, de atender y apreciar los datos que nos llegan a través de los sentidos, debemos ser sinceros: en el primer caso, estamos frente a lo que pretende ser una ceremonia y no pasa de ser un encuentro socio-musical de mal gusto destinado a la autoayuda de los asistentes. Es suficiente con ver las caras: por un lado, una suerte de grupete de maricas movedizos y, por el otro, la gravedad de las miradas y los gestos de quienes son conscientes de que se están enfrentando al misterio indecible de un Dios que ha plantado su tienda entre los hombres. 
Pero hay situaciones agravantes que provocan la perturbación de la que hablaba. Lo que vemos con vergüenza como expresión de la liturgia católica, no es ya una misa semicarismática celebrada en una parroquia de barrio. Es una misa -en caso de que lo sea-, celebrada por el Sucesor de Pedro nada menos en la basílica del Santísimo Salvador -San Juan de Letrán-, caput et mater de todas las iglesias del mundo. No podemos dejar de apreciar la gravedad simbólica del hecho: es una liturgia celebrada por el fundamento sobre el que Nuestro Señor quiso edificar su Iglesia, y en el templo que es fundamento de todos los templos de la cristiandad. Resulta difícil no rememorar aquí las frases bíblicas que hablan de la profanación del templo y de la “abominación de la desolación” asediándose en él. 
Y la más perturbadora de todas las preguntas aparece en este momento: ¿podemos, en buena fe, reconocer como católica esa liturgia? O, mejor aún, ¿podemos reconocernos en esa liturgia? Adelanto mi respuesta: yo no puedo. Esa no es mi Iglesia. Y doy un paso más: esa liturgia no es católica; ese no es el culto al Dios vivo y verdadero. Ese es el culto al hombre. 
No significa esto una “promoción” de la Iglesia ortodoxa. Más allá de mi visión positiva hacia ella, no la idealizo en absoluto, pero sería de obcecados no reconocer su gran mérito: mantuvieron la Tradición. Y mantener la tradición no significa guardar trapos viejos. Escribe Pearce en su biografía de Solzhenitsyn, refiriéndose a una tía con la que el escritor ruso pasó una temporada durante su infancia: “Ella le enseñó la verdadera belleza y el significado de los ritos de la Iglesia Ortodoxa Rusa, enfatizando sus antiguas tradiciones y su continuidad. De este modo, lo proveyó de un sentido de tradición, de familia y de raíces que de otro modo, no habría poseído”. 
Nosotros, los latinos, no tuvimos tía. Luego del desastre del Vaticano II y de los pontificados posteriores, perdimos el sentido de tradición, de continuidad y de pertenencia a una familia determinada. Si San Luis o Santa Teresa se levantaran de sus tumbas, o si lo hiciera León XIII, y asistieran a una misa como la celebrada por Bergoglio en el video, saldrían huyendo, convencidos que se trata de un ceremonia protestante o pagana. Se rompió la continuidad. Ya los católicos no nos reconocemos en lo que somos porque, si aceptamos la vigencia del principio de no contradicción y del tercero excluido, debemos decir que o bien los católicos son San Luis, Santa Teresa y León XIII, o bien somos nosotros, los del siglo XXI. No es la misma liturgia; no es la misma fe.