Santa Margarita Clitherow

Hace algunos meses estuve en York, apenas el tiempo suficiente para conocer su catedral y, aunque la majestad y belleza del edificio bien valen la visita, resulta desagradable ver en su entrada la enorme foto del actual obispo anglicano de la antigua Eboracum: un primate mediático y políticamente correcto, muy al estilo de ya sabemos quién.
Para llegar a las puertas del minster, es necesario atravesar la parte vieja de la ciudad, por callecitas angostas, llamadas en conjunto The Shambles, flanqueadas de comercios que aún no han perdido su estilo victoriano, donde se puede comprar desde ropa hasta chocolates. Y por allí estaba, caminando la empinada callejuela cuando, a mi izquierda, vi una puerta en cuyo dintel se anunciaba que esa había sido la casa de Margarita Clitherow. Pasé de largo, para mi pesar, sin saber ni querer enterarme quién era esa mujer. Y vengo a descubrirlo ahora, al leer el último libro de Joseph Pierce.
Ya que hace algunos días se animó a comentar en el blog una tal Madame Forgeron y que, de vez en cuando, aparece una tal Juana, les dejo aquí la historia de esta mujer que me conmovió, y que bien podría tomarse como protectora de todas las esposas y madres que, con valentía y decisión, se mantienen, a pesar de todo, fieles al Evangelio.
Nacida en 1556, Santa Margarita fue criada como protestante y se casó, en 1571, con un próspero carnicero llamado John Clitherow. Tres años más tarde, se convirtió a la Iglesia Católica y muy pronto comenzó a ser conocida como una activa y decidida defensora de la fe. Ya que se negaba a asistir a los oficios anglicanos en su parroquia local, fue encarcelada durante dos años. Cuando recuperó la libertad, organizó una pequeña escuela en su propio hogar para los niños católicos del barrio, incluidos los suyos. Si bien lo vemos, fue una pionera del homeschooling en un medio hostil, y a ella podrán encomendarse las madres que siguen este tipo de educación para sus hijos. 
Además, albergaba sacerdotes católicos en su casa, escondiéndolos en los llamados priest hole, espacios reducidos construidos en las viviendas de los católicos, con acceso secreto, a fin de ocultar a los sacerdotes cuando la policía realizaba alguna redada.
Fue eso lo que sucedió en 1568. Sin embargo, ni el sacerdote, ni los ornamentos y vasos sagrados fueron encontrado. Se interrogó a los niños de la familia pero tampoco dieron información. Finalmente, uno de los alumnos de la escuela, un niño flamenco, fue engatusado por los policías y terminó revelando el escondite.
Santa Margarita fue arrestada, encarcelada y acusada de albergar a sacerdotes católicos y asistir a Misa. Ella se negó categóricamente a pedir clemencia, diciendo: “Si no cometí ninguna ofensa , no necesito ser juzgada”. La pena por esta negativa consistía en ser aplastada hasta morir. Fue ejecutada en Tollboothe, York, el 25 de marzo de 1586, en la fiesta de la Anunciación. Se dice que estaba embarazada.
Quienes la conocieron, afirman que Santa Margarita Clitherow era bella, ingeniosa y alegre, llena del gozo misterioso que la Iglesia celebra el día en que fue martirizada. “Todos la querían y corrían a ella cuando estaban necesitados de ayuda”, escribía un contemporáneo. Seguramente, también hoy podemos recurrir en busca de su protección. 
Fácilmente podría haber evitado su primer encarcelamiento: “sólo” era cuestión de asistir a los oficios anglicanos, y fácilmente podría haber evitado su martirio: sólo necesitaba reconocer su delito y pedir clemencia. Pero su fe fue más fuerte. 
En estos días de confusión y desaliento, cuando pareciera que da lo mismo no ya ser católico o no serlo, sino ser cristiano, ser musulmán o ser un buen ateo, el ejemplo de Santa Margarita Clitherow nos interpela. Dejó incluso de lado cualquier tipo de prudencia humana (“Hazlo por tus hijos, a quienes dejarás huérfanos”) para ser fiel a Dios y a lo que creía. 
A ella me encomiendo.