La persecución de los curas

Muchas veces nos olvidamos de mirar al costado y, yo el primero, criticamos y exigimos a los curas que lleven cargas que a duras penas pueden soportar porque ya sus vidas los ha cargado de otras inesperadas. Y me refiero a esos pobres curas invisibilizados la mayoría de las veces y que soportan una vida heroica o, más concretamente aún, una vida de persecuciones. Y lo más desgarrador del caso es que no son arrojados al anfiteatro para ser devorados por leones sino por bestias mucho más crueles y despiadadas: sus propios obispos.
Como enseña la buena filosofía, la gracia no destruye la naturaleza. Lo natural del cura, que es loa de cualquier humano, sigue permaneciendo tan humana como siempre, y sus afectos, sus emociones y deseos siguen siendo los mismos. Y debe mantener el equilibrio de todo ese complejo bajo las circunstancias adversas que le tocan vivir. “Tienen la gracia”, dirán algunos. “¡Que recé!”, dirán otros. Pero la oración y la gracia no disuelven la naturaleza. Lo humano, y es humanidad caída, sigue estando allí. 
Conozco un cura que, además de la persecución de su obispo, debe atender cada fin de semana cinco capillas y recauda, en concepto de colectas, $170 en total. Es decir, debe vivir con menos de 10 euros por semana, mientras su obispo cobra un salario de juez y está atento a cualquier movimiento de Roma a fin de alinearse correctamente según soplen los vientos.
En las últimas semanas he conocido dos casos indignantes, protagonizados por obispos “buenos”, es decir, de los mejor y más granado de la ortodoxia episcopal argentina. Uno de ellos, que lleva el mismo nombre que el Príncipe de los Apóstoles, encubrió, a pesar de varias denuncias, a un sacerdote que durante años mantenía conductas homosexuales hasta que, finalmente, el escándalo se filtró nada menos que en la redes sociales, con escabrosas fotografías incluidas. La reacción del prelado fue la prevista: trasladarlo a otra diócesis hasta que las aguas se calmen. Pero, al mismo tiempo, no cesó de perseguir a otro sacerdotes por sus posturas demasiado católica en cuanto a la defensa de las verdades de siempre relacionadas con la fe y con la doctrina. En concreto, ese sacerdote fue invitado a retirarse de la diócesis.
Otro prelado, titular de una de las diócesis más conservadoras del país, ha tenido en los últimos años tres sacerdotes con fuertes escándalos mediáticos por escalofriantes casos de pedofilia, -y hay otros cuatro en espera por la misma situación- y, sin embargo, sus preocupaciones de padre y pastor de su clero, pasa por reconvenir fuertemente a aquellos sacerdotes que no permiten que se toque la guitarra en sus misas, o que son reacios a distribuir la comunión en la mano y que suelen ser, como es habitual, denunciados por las propias monjas de la parroquia.
¿Cómo pueden los buenos sacerdotes resistir? ¿Qué pueden hacer, cuando se llega a puntos límites, para salvar su sacerdocio y no desmoronarse? Porque, en medio de todo esto, tengamos en cuenta que el demonio “sicut leo rugiens, circuit quaerens quem devoret”; el diablo está presto a encontrar una presa, y si es carne consagrada mucha mejor, para devorar. La ley canónica de la Iglesia, sabiamente establecida para el bien del clero y para evitar que se colaran en sus filas avivados y vividores, se ha terminado convirtiendo en una trampa para los buenos curas que, necesariamente, deben depender de un obispo que los persigue sin piedad pero que no los deja salir de la jaula de la incardinación. Y, aún cuando los dejara, no sabrían muy bien donde refugiarse, porque no es negocio dejar la jaula del león para caer en la de la pantera o en la del oso.
¿Estaríamos los laicos dispuestos a sostener y proteger a un cura sin licencias? ¿Hasta dónde llegarían nuestros escrúpulos canónicos y nuestra generosidad económica? ¿Qué otra opción les quedará a algunos de ellos tal como se presentan las cosas?
Desviemos la mirada por un minuto, y pongamos atención a un dato. Mientras los seminarios diocesanos se vacían, se cierran o se fusionan y mientras las congregaciones religiosas languidecen y muchas de ellas han entrado en un irreversible proceso de extinción, la FSSPX acaba de inaugurar hace apenas unos días en Estados Unidos un nuevo seminario que, en estructura, no tiene nada que envidarle a las antiguas y monumentales abadías medievales. Y el motivo de la nueva edificación es muy sencillo: el seminario que durante décadas tuvieron en Winona les quedaba chico. Ya no tenían espacio para albergar en él a la cantidad de vocaciones de habla inglesa que solicitaban ingresar. Y traigo a colación el hecho porque desde una mirada completamente extraña a ese mundo, como es la mía, me pregunto si no será posible que, en un futuro cercano, sea justamente la Fraternidad un lugar de refugio para esos buenos curas de los que hemos hablado. 
Nolens volens, Bergoglio va a algo positivo en su pontificado: consagrará la carta de ciudadanía incondicional que tiene la tradición, y lo tradicionalistas, dentro de la Iglesia, ciudadanía que le había sido retirada por Pablo VI y por Juan Pablo II, y que volvió a ser adquirida merced al motu proprio Summorum Pontificum del papa Benedicto XVI. Sin embargo, con la creación de la prelatura personal de la FSSPX, se disipará ya cualquier posibilidad de sospecha o de vituperio por parte de obispos y curas, como es el caso aún hasta el día de hoy. El blog Rorate Coeli publicó hace una semana una entrevista a Mons. Fellay en la que afirma que los arreglos con Roma están “casi listos”, y sólo queda algún detalle de “sintonía fina”.
¿Qué fuerza podría tener una decisión como esta? ¿Qué posibilidad de cambio real? No se sabe, pero no sería de extrañar que fuese mayor al esperado. Recientemente se dio a conocer una serie de estudios y encuestas, realizadas de modo profesional en varios países de Europa, que revelan que más del 60% de los fieles católicos que asisten habitualmente a la misa dominical del rito moderno, asistirían gustosamente a una celebrada en latín según el rito tradicional, y que solamente un 10% de ellos se resistirían a hacerlo. El dato es significativo.
Si el mismo se confirmara, y si otro tanto sucediese en nuestras pampas, quizás los buenos curitas perseguidos por sus obispos, podrían obtener refugio en la nueva prelatura y, luego de un periodo de noviciado o como quieran llamarlo, podrían fundar nuevos prioratos, situación frente a la cual los obispos diocesanos no podrían más que emitir alguna opinión no vinculante.
Si fuera esto posible, corresponderá a nosotros, los laicos, hacerlo posible.