Espejos inminentes

por Ludovicus
La crítica ha comparado los episodios de Black Mirror con la vieja serie clásica Dimensión Desconocida. Ciertamente hay analogías, pero hay que reconocer una calidad eminente en el rigor de esta ciencia ficción distópica y sobre todo, la eliminación de la fantasía pura, reemplazada por una proyección relativamente realista. La técnica es sencilla; a partir de uno de las tres puntos de partida asimovianos de la ciencia ficción (¨como que esto siga así...¨), se extreman los actuales avances tecnológicos y se extraen las consecuencias en la vida humana. Uno ve los resultados, y calcula mentalmente a cuánto estamos de estos o similares escenarios de deconstrucción de la naturaleza humana (15 años,  20, el año que viene).
Lo más evidente del impacto de estas aproximaciones tecnológicas es el cambio de la futura vida cotidiana, en definitiva de la naturaleza social del hombre. En uno de los mejores episodios, dos cónyuges discuten apelando no a su memoria sino a los registros exactos de cada momento que quedan grabados en un artefacto (recurrente en la serie) que llevan insertos todas las personas. No hay más memoria, sino reproducción del pasado al estilo del Funes borgiano, pero perfectamente grabado.Esta reproducción del pasado gravita permanentemente sobre el presente, como una suerte de penosa eternidad desquiciada, (spoiler) en que el matrimonio se deshace enfrentando  los registros.
En otro capítulo, un premier británico es forzado por las encuestas (spoiler) a realizar un acto nefando de bestialismo , públicamente transmitido. En este caso, prácticamente no hay ciencia ficción sino quizás sátira y una ligera hipérbole. Quien se haya asomado a los abismos del marketing político o de la forma en que inciden las encuestas sobre las posiciones de los políticos (en la última elección, Trump usó en forma muy exitosa para lograr ganancias marginales en los Estados una empresa de manejo de big data que le permitía apuntar exactamente a cada grupo específico en cada Estado) apenas nota la exageración un tanto burda y humorística, en realidad una parábola de la netpolitics.
En otros casos, no hay tanto distopía cuanto proyección de alguna de las más caras fantasías de la posmodernidad. Aquí realmente la serie funciona como espejo de los deseos. En uno de los episodios (spoiler) una pareja (homosexual, si tiene algún sentido eso en la virtualidad) vive y sobrevive a la muerte en una existencia virtual, que al final del capítulo se revela como una vasta matrix de subsistencias virtuales que reemplaza a los prosaicos nichos. Se ha logrado la vida eterna, aunque -aclara uno de los personajes- esta existencia virtual, prácticamente idéntica a la real, no es aceptada por la ¨gente muy religiosa¨. Aquí la ficción se resuelve en un deseo tan antiguo como el del cantar de Gilgamesh traducido por la tecnología, y resulta casi irresistible comparar el pasaje del Génesis donde la pareja primigenia es apartada del Paraíso, para evitar que luego de comer del Árbol del Bien y del Mal lo haga del Árbol de la Inmortalidad terrena, ruina definitiva de la especie humana. Algunos pensamos que esa fue la primera bendición de Yaveh.
La omnipresente tecnología comienza a alterar, no sin grave daño, la naturaleza humana, para los que todavía creemos en su existencia. Las posibilidades, como nos muestra la serie, son pavorosas e ilimitadas; desde el sexo y hasta un erzatz del amor con los androides, pasando por la dependencia absoluta de las redes virtuales, hasta una cadena perpetua a un criminal subjetivamente eterna, un sueño de los partidarios de la mano dura y ante la cual la pena de muerte se revela como un don piadoso.
Asomarse a los espejos de Black Mirror, en suma, conlleva la posibilidad y la maldición de encontrar o bien una imagen del hombre distorsionada al extremo o bien ninguna, una vez más, como en la vieja leyenda del hombre sin reflejo, que es quizás la mejor síntesis que encierran estos escenarios inminentes. Los espejos pueden cambiar, los mitos jamás.