Hace ya tres años Ludovicus había estudiado una de las notas características de Bergoglio: el “canibalismo institucional”, que consistía en “alimentarse de la mala fama de la institución a la que se pertenece, aceptando las versiones peyorativas, los prejuicios y las calumnias, oponiéndose a ellos y en consecuencia salvar la cara en forma personal. Cuando lo ejerce la persona que ostenta la representación suprema de la institución, puede alcanzar el rango de traición”. El Santo Padre ha dado ya, al menos en lo que respecta a la Iglesia en Argentina, un paso más: la autofagia. Es este un proceso natural que consiste en la nutrición que determinados organismos vivos realizan a expensas de sus órganos menos útiles como medio de supervivencia ante un ayuno prolongado. Francisco es un autófago perverso, pues el proceso de canibalismo al que ha sometido a la Iglesia y al episcopado sobre el que se fundan las mismas raíces de nuestra religión, no se origina por una situación de ayuno extremo sino por su simple perversión, o traición.
Durante los años del comunismo en países católicos como Ucrania -años de ayuno-, se justificaba que la jerarquía superviviente confiriera la consagración episcopal clandestinamente a hombres que no tenía la preparación suficiente, al menos en el plano intelectual. En concreto, no sabían teología. Eran, quizás, buenos operarios o buenos ingenieros, católicos piadosos y con vida espiritual, y eso bastaba para conservar la Misa y el sacerdocio en circunstancias tan duras. Pero, cuando esas condiciones pasaron, la Iglesia nuevamente miró a la élite espiritual e intelectual para elegir a sus obispos. Como el organismo que, pasada la temporada de ayuno, deja de comerse a sí mismo para gozar de un buen banquete. Bergoglio, en cambio, se ha decidido por una fagocitosis perversa, o invertida. Si este proceso consiste en que ciertas células y organismos unicelulares capturan y digieren partículas nocivas, el Papa da muestra de querer encumbrar a este tipo de partículas venenosas y, en cambio, capturar y destruir a las mejores que posee su organismo que es la Iglesia.
Ya habíamos hablando en más de una ocasión de La Cámpora de Francisco o la chusma episcopal que estaba siendo “empoderada” por el actual Pontífice. Pero pareciera que esta tendencia ha llegado ya a extremos que no solamente producen bronca y fastidio, sino también asco. La Oficina de Prensa de la Santa Sede informaba ayer: “El Santo Padre ha nombrado al reverendo Oscar Eduardo Miñarro como obispo auxiliar de la diócesis de Merlo-Moreno”.
¿Quién es la nueva Excelencia Reverendísima? Lo tienen ustedes en la fotografía que inicia este blog; en la de la izquierda lo pueden ver con sus congéneres, el clero de la diócesis de Merlo-Moreno y, un poco más abajo, asistiendo a un recital de Roger Waters, uno de los fundadores de Pink Floyd. Las tres imágenes nos llevan rápidamente a una primera, y apresurada, constatación: Mons. Miñarro es un eximio representante más de la chusma episcopal bergogliana o, más brevemente, un lumpen.
Ya sabemos que es ese el tipo de gente con la que el Santo Padre se siente a gusto. No son los pobres de Cristo ni los necesitados. Él se siente a sus anchas con el lumpenaje, los bajos fondos, lo chabacano y lo grosero. Por eso, sus amigos son, por ejemplo, Gustavo Vera y Guillermo Moreno. Por eso -porque en el fondo de su alma anida un profundo resentimiento- desprecia y se burla de los buenos modales y así, goza dejando plantada una orquesta, vistiendo una sotana transparente y adoptando gestos vulgares. Y porque es justamente esa la calaña que más le simpatiza, nos la está imponiendo a todos los argentinos como obispos.
Desde estas páginas hemos criticado con fuerza y con frecuencia a muchos prelados argentinos, por ejemplo, a Mons. Eduardo Taussig. Debemos reconocer, sin embargo, que al menos cuenta en su haber ser una persona educada -se formó en el que es hoy todavía uno de los mejores colegios de Buenos Aires, el San Pablo-, estudió varios años teología en Roma y conserva modales humanos. El cardenal Poli podrá ser todo los desleído y amargo que queramos, pero es una persona que sabe en serio historia de la Iglesia; Mons. Martín de Elizalde podrá ser culpable de muchas agachadas, pero conoce como pocos en Argentina a los Padres de la Iglesia. La nueva camada episcopal bergogliana sabe, con suerte, usar cuchillo y tenedor para comer.
La semana pasada el papa Francisco advertía que “el mundo está cansado de los obispos de moda”. Por supuesto, él rechaza a los obispos que están de moda en ciertos ámbitos, pero no tiene reparos en elegir para el episcopado a sacerdotes que están de moda en otros. Mons. Chino Miñarro es, de hecho, un cura de moda, El 14 de diciembre pasado, firmaba una carta de despedida a Cristina Kirchner en la que, entre otras cosas, decía: “Pronto todos comenzaremos una nueva etapa. Etapa que muchos vislumbramos dura y triste. Y no quisiéramos que la comiences sin nuestro abrazo”. Y en 2014 se lo nombró vecino destacado de la municipalidad de Merlo.
Pero vayamos a lo importante. Su Excelencia Reverendísima será, de ahora más, un maestro en la fe de nuestros padres para todos los argentinos. ¿Cuál es la fe del Chino Miñarro? En 2012 concedió una entrevista a un grupo de estudiantes de, nada menos, la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Es allí donde aparece en toda su extensión su opera omnia y la profundidad de su pensamiento filosófico y teológico además, claro está, de las condiciones necesarias para apacentar y conservar a su rebaño en la fe. Nos dice que “Para mi no existen las certezas. Yo voy haciendo camino”. Afortunadamente, un poco más abajo, aclara que sí tiene certeza que Dios existe, y afortunadamente también a la entrevistadora no se le ocurrió preguntarle si creía en la Eucaristía o en la virginidad de Nuestra Señora.
Sus conocimientos de bioética son asombrosos: “Con el tema de los embriones, estás en un teme filosófico, no meramente científico. Yo creo que si nos planteamos la pregunta de cuándo un embrión tiene vida, estás en un tema filosófico. Lo que podemos plantear es que en filosofía no existe una verdad absoluta. Que lo que existe son preguntas que generan distintas respuestas y que todas pueden ser aceptables en la medida que la justifiques. Pero ¿quién puede decir si el embrión tiene vida o no? Yo creo que ni el religioso ni el científico, queda en una cosa muy compleja”.
Por supuesto, su compromiso con las minorías sexuales es inobjetable: “Sí, estoy a favor [del matrimonio homosexual]. Además, si yo digo que no se promulgue el matrimonio igualitario, ¿va a dejar de existir por eso? No, va a existir igual. Entonces, si existe la situación, ¿no tengo que favorecer que esa situación sea de dignidad para las personas que la están viviendo? ¿Que favorezcan una inserción mayor en toda la sociedad? Y yo, como Iglesia, ¿no puedo hacer sentir también que Dios acompaña esa situación?
Hace algún tiempo, dirigió una carta a la Conferencia Episcopal Argentina en la que, entre otras cosas, pedía:
“Revisión de los modos de vida que separan a los presbíteros del pueblo, incluyendo trabajo, vestimenta, celibato obligatorio, casa, pobreza...
Revisión de la liturgia a fin de alcanzar la inculturación creativa que permita que el pueblo, y particularmente los pobres, la experimenten como lenguaje propio para acercarse a Dios;
Revisión de lo que se pide principalmente a los presbíteros, recordando que la centralidad debe estar puesta en el reino y la evangelización antes que en el culto;
Revisión de toda espiritualidad que no sea una evasión platónica sino un verdadero caminar según el Espíritu y lleve a poner un oído en el Evangelio y un oído en el corazón del pueblo”.
Resumiendo: Mons. Miñarro considera que los curas deben trabajar, casarse y no distinguirse por una vestimenta en particular; que la liturgia debe ser creativa; que el culto no debe ser el centro de sus vidas y que la espiritualidad no debe consistir en evasiones platónicas -es decir, rezar, meditar, contemplar- sino escuchar a los pobres.
Bergoglio clamaba por “obispos con olor a oveja”. Ahora nos está llenando de “obispos con tufo a oveja”. Como dice un cura amigo, “lo peor de Bergoglio no es Berglglio sino el postberglolismo: esas mil bombas activadas que nos va a dejar al irse”.
Yo soy un bautizado y, como tal, miembro del pueblo elegido de Dios y heredero de las promesas por virtud de la sangre de Nuestro Señor, que es la Iglesia. Y, como tal, participo del sensus fidelium y por eso digo: Mons. Oscar Miñorro no tiene fe católica. Y la prueba está en lo que ha dicho y escrito. Quien consagre a esta persona en el episcopado comete un acto de traición a la fe de la Iglesia como lo ha cometido quien lo eligió para el episcopado.