La tentación de Bilbo

- ¡Entonces las profecías de las viejas canciones se han cumplido de alguna manera! - dijo Bilbo.-
- ¡Claro! - dijo Gandalf - ¿Y por qué no tendrían que cumplirse?¿No dejarás de creer en las profecías sólo porque ayudaste a que se cumplieran? No supondrás, ¿verdad?, que todas tus aventuras y escapadas fueron producto de la mera suerte, para tu beneficio exclusivo. Te considero una gran persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero en última instancia ¡eres sólo un simple individuo en un mundo enorme!
¡Gracias al cielo! -dijo Bilbo riendo, y le pasó el pote de tabaco.

De este modo termina Tolkien El Hobbit, y me parece que la historia, con el pote de tabaco incluido, es una buena clave de interpretación de nuestros días, por ejemplo, del triste caso del carmelo de Nogoyá o de los soponcios semanales a las que nos somete el Saruman de Santa Marta. 
Estamos todos envueltos en una gran aventura, y en estos años nos toca atravesar un bosque oscuro y tenebroso, lleno de peligros y de temores, como el Bosque Viejo que tuvo que atravesar la Compañía del Anillo (Oh wanderers in the shadowed land...). No es fácil; muchos quedan atrapados en las raíces de los árboles; otros se pierden en los senderos y otros se desesperan en la oscuridad. Nos hemos quedado sin guía: nuestro Aragorn es Macri y nuestro Gandalf es Bergoglio... Desconfiamos de todos y no tenemos reposo en nadie. Cuando durante estos últimos días nos hemos animado a ver algún programa televisivo, nos invade una profunda tristeza al ver como la ignorancia absoluta de los periodistas denigra a las pobres carmelitas; ellos que, como topos, son incapaces de ver la luz, convencen al mundo que la luz no existe. Y cuando se les ocurre pedir la opinión de algún hombre de Iglesia, éste apenas ensaya una tímida defensa plagada de lugares comunes de corrección política. Más tristeza aún, fría como una puñalada: ni siquiera nos defienden quienes deberían hacerlo. Como dice Aragorn: “Un hombre perseguido se cansa a veces de desconfiar y desea tener amigos”. Y en esta hora oscura, a veces ni siquiera los amigos nos son dados.
Pero recordemos que somos habitantes de la Tierra Media, hobbits si quieren, que hemos sido invitados a una aventura, ¡y ya habrían querido los hombres de la tranquila Edad Media tener aventuras como las que nos han tocado en suerte! Hay que atravesar el Bosque Viejo, y no sabemos qué encontraremos más allá. Quizás Isengard y un mago blanco en su torre alistando un ejército de orcos destructores de árboles, dogmas y belleza. Quizás las puertas mismas Mordor con el ojo de Sauron posado sobre nuestros rostros. O quizás -quién lo sabe- los bosques de Rivendel y a Galadriel brillando en medio de ellos. Es esta la condición de toda aventura: no saber qué ocurrirá mañana.
Si volvemos al texto de El Hobbit con el que inicié el artículo, vale la pena detenerse en las palabras de Gandalf. Tenemos tendencia a pensar que, estando ya sumidos en esta aventura, todo depende de nosotros. El mundo está lleno de voluntad. De los malos, y de los buenos. Creemos que nuestra voluntad y nuestros actos nos salvarán de perecer de hambre en medio del Bosque Viejo... y salvarán también a las carmelitas de las garras del fiscal Uriburu y del periodista Tennenbaum. La realidad es que no somos tan importantes. Esa es la tentación de Bilbo. No somos más que simples hombres en un mundo mucho más ancho.
Claro que aquí hay un detalle que no debemos olvidar: es un mundo muy ancho porque en él se mueve la Providencia. Si estamos inmersos en esta fascinante aventura, es porque Dios así lo ha querido: nos ha elegido para ser humildes actores de reparto de las profecías narradas en las antiguas canciones, y esas profecías se cumplirán, más allá de nosotros, y de Bergoglio. O, mejor aún, a pesar de nosotros y de Bergoglio, porque el Anillo fue arrojado al fuego destructor a pesar de la última debilidad de Frodo, y a pesar de la compasión de Sam que no quiso matar a Gollum. Las profecías se cumplen. Siempre. 
Lo que Gandalf nos enseña es que formamos parte de un orden así dispuesto por la Providencia. Estamos atravesando la foresta tenebrosa en medio de una gran aventura, pero eso no significa que seamos los únicos actores de nuestra vida. Y lo que nos beneficia no nos beneficia a nosotros solos, lo mismo que lo que nos lastima no nos lastima a nosotros solos. 
La respuesta de Bilbo, que ha roto su tentación, a las palabras de Gandalf es la respuesta cristiana: “¡Gracias al cielo!” Sí, gracias, porque la carga del mundo no recae completamente sobre nuestros hombros, aunque nos veamos inmersos en la agonía y el drama del mundo en su lucha entre el bien y el mal.
La tentación de Bilbo no es sólo creer que él es el único protagonista de sus aventuras, sino creer que en ellas está solo. No lo está. Frodo tiene a Sam, que lo carga en sus hombros cuando el peso del Anillo se hace insoportable.

Noticiario

La noticia más impactante de los últimos días es que un fiscal imputó a la superiora del monasterio de carmelitas descalzas de Nogoyá por privación ilegítima de la libertad de sus monjas, sumado a los cargos de torturas y reducción a la servidumbre. Deberán andar con cuidado a partir de ahora, no solamente las superioras de conventos de clausura que mantienen tras las rejas a sus hermanas, sino también cualquier superior religioso que mando a uno de sus novicios a pelar papas: reducción a la servidumbre. Un disparate. 
Es probable que los periodistas que hicieron la denuncia se nutran de información por parte del mismo clero católico. La semana pasada, uno de ellos, Ricardo Leguizamón, conferenciaba amigablemente con el padre José Doumolin en la calle peatonal de Paraná, tal como puede verse en la fotografía acercada por uno de los paparazzi wanderianos.
No conozco a las carmelitas entrerrianas más que por el video que publicaron recientemente para defenderse. Es verdad, por otro lado, que la vida religiosa femenina es bastante complicada y hemos tenido casos en el país de prioras desequilibradas que desequilibraron a todo su monasterio. Desconozco si será eso lo que ocurre en Nogoyá y, aún cuando algo de eso hubiera, los encargados naturales de solucionar la situación serían el obispo, los frailes carmelitas y Roma en última instancia. 
Lo que llama la atención es que, frente a semejante atropello, la Iglesia se haya quedado callada, más allá de las declaraciones del arzobispo Puiggari. ¿No tiene nada que decir Mons. Arancedo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina? ¿La blanca palomita que anida en Santa Marta se quedó sin rosarios para enviarle a las monjas y su teléfono se descompuso? ¿No podrá, siquiera, mandar un mail privado a alguno de sus voceros oficiosos para que ellos lo divulguen -treta a la que recurre habitualmente- defendiendo a sus monjas? Es que sus colaboradores estuvieron entretenidos participando en la Marcha Federal contra el presidente Macri el viernes pasado y las monjas no son más que solteronas con cara de pepinillos en vinagre. Rinde más aplausos ocuparse de alguna magrebí musulmana y patasucia a quien lavarle los pies y comer pizza con los pobres en la plaza de San Pedro, asegurándose por cierto, una buena cantidad de fotógrafos que contribuyan a alcanzar su próxima meta: el premio Nobel de la paz.
2. Nos enteramos también que quien sucederá al actual arzobispo de San Juan será Mons. Jorge Lozano, pichonzuelo del papa Francisco desde sus épocas de cardenal porteño. Por supuesto, Lozano no es más que un personaje gris y mediocre, cuyos méritos más destacados son los de haber alentado la construcción del santuario de Cromañón, dedicado a los mártires del rock y de haber sido declarado personalidad destacada en los Derechos Humanos por la legislatura porteña. Un obispo francisquista.
El espanto que unió al clero sanjuanino y, humildemente, estas páginas impidieron una vez más que Mons. Eduardo Taussig rapiñara el palio archiepiscopal, para desgracia de los curas y la grey sanrafaelina.
3. También en los últimos días alcanzó notoriedad nacional el caso del ahijado presidencial. Tal como lo establece la legislación argentina, el séptimo hijo varón de un matrimonio puede solicitar el padrinazgo presidencial, lo que conlleva varios beneficios. Los padres del pequeño solicitaron el bautismo en tres parroquias sanrafaelinas y todas ellas se lo negaron porque, explicaban, el presidente es divorciado y convive sin matrimonio eclesiástico, razón por la cual no puede ser padrino. Desde el obispado salieron a aclarar rápidamente que eso es lo que disponen las reglas de la Iglesia por lo que, definitivamente, el presidente Mauricio Macri no puede ser padrino de bautismo.
¡Alleluia!, gritaron muchos. Finalmente los obispos argentinos se están despabilando. Tal como hizo Mons. Aguer hace algunos días, ahora Mons. Eduardo Taussig ha reaccionado y, como otro Juan Bautista, señala con valentía el adulterio presidencial. Aún cuando hace un tiempo su vecino y amigo, el arzobispo Ñañez, permitió que en la mismísima catedral cordobesa un travesti fuese padrino de bautismo, el obispo Taussig no cede una iota de los mandatos de la Iglesia. 
Otros, en cambio, más escépticos, opinan que la cuestión no fue más que una mise-en-scène para, una vez más, quedar bien con el papa Francisco que detesta al actual presidente y, según se dice, planea voltearlo hacia fin de año. El señalamiento público del pecado presidencial, no sería más que otra manzana (la primera fue la cabeza del Prof. Antonio Caponnetto) que el obispo sanrafaelino le ofrece al pontífice en espera de una promoción que, por lo que parece, nunca llegará.. 
4. Finalmente, una noticia que reconforta. Mons. Alfredo Zecca, arzobispo de Tucumán, estuvo de visita en Buenos Aires donde se hospedó en el Own Recoleta, un hotel de precios convenientes para esa elegante zona. Por lo menos, un prelado que conserva cierta dignidad y le importa un bledo la falsa pobreza pontificia. 

La perversidad de Evelyn Waugh


- ¿No pensó alguna vez que puede llegar un momento en que no haya ningún alumno en la especialidad clásica?
- ¡Oh, sí! A menudo.
- Lo que quería sugerirle esta esto: si no le parecería mal hacerse cargo de alguna otra materia, además de las lenguas clásicas. Historia, por ejemplo; preferentemente historia económica.
- Sí, señor rector, me parecería mal.
- Pero usted sabe que el porvenir puede depararnos una crisis.
- Sí, señor rector.
- Y entonces, ¿qué piensa hacer?
- Si me permite, señor rector, seguiré dando mi materia como hasta ahora, mientras hay un solo alumno que quiera estudiar lenguas clásicas. Me parece que sería realmente una perversidad hacer algo para preparar un muchacho para el mundo moderno.
- Es un punto de vista un poco estrecho, Scott-King.
- En ese sentido, señor rector, con el respeto que usted me merece, disiento profundamente. Me parece que es el punto de vista más amplio que puede pedirse.

Evelyn Waugh, La nueva Neutralia, Criterio, Buenos Aires, 1953, pp. 128-29.

El cansancio de Benny

Cuando el 11 de febrero de 2013 nos enteramos con estupor que Benedicto XVI renunciaba al papado, retirándose a una vida alejada del mundo y de las miradas extrañas, para dedicarse a la contemplación y a la oración por la Iglesia, todos sufrimos bastante: ya no veríamos más a ese ancianito que tanto nos había reconfortado con sus palabras y sus liturgias. ¡Qué pena! ¡Qué tristeza!
Sin embargo, poco a poco el espíritu nos volvió al cuerpo. Lo empezamos a ver con cierta frecuencia alimentando a los pececitos de colores en los estanques pontificios o entretenido en largos discurso con los gatos petrinos. Lo vimos, incluso, compartir un enorme chopp con un grupo de bávaros.
Y también comenzó a hablar. Una cartita aquí; una pequeña entrevista allá; un saludo acullá. Parecía un poco raro. Hasta decepcionante. Pensábamos que todas esas cosas podría haberlas dicho desde la sede de San Pedro y de ese modo nos habríamos librado de los disparates que escuchábamos desde la sede de Santa Marta. 
Casi pierdo la paciencia en febrero de 2014 cuando, en una carta a Andrea Tornielli, le explicó que seguía usando sotana blanca “porque en el momento de mi dimisión no había otra ropa”. Es decir, se trataba de un problema de sastrería.  “Este hombre piensa que somos ingenuos”, me dije. ¿Quién va a creer semejante bobada? Solamente los neocones, que no se caracterizan por su inteligencia y perspicacia.
Pero hace pocos días cayó la gota que rebalsó el vaso. En la próxima biografía del Papa Ratzinger que saldrá publicada en breve, el mismo pontífice explica las razones de su renuncia con estas palabras: “Después de la experiencia del viaje a México y a Cuba, ya no me sentía capaz de realizar un viaje tan comprometido [a las JMJ de Río de Janeiro]. Además, con la impronta marcada por Juan Pablo II en estas jornadas, la presencia física del Papa era indispensable. No se podía pensar en una participación televisiva o en otras formas facilitadas por la tecnología. Ésta asimismo era una circunstancia por la cual la renuncia era para mí un deber”. En pocas palabras, el papa Ratzinger renunció al papado porque no podía viajar a Brasil.  
Teológicamente hablando, según Benedicto XVI, el ejercicio del ministerio petrino tiene como finalidad, desde Juan Pablo II, confirmar en la fe de Jesucristo a los cristianos y asistir a las Jornadas Mundial de la Juventud. Quien no pueda ejercitar esas dos actividades, no puede ser papa. 
“Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas y asiste a las JMJ”, será la nueva versión benedictina del evangelio de San Juan. 
Nobleza obliga, hay que decir que este mayúsculo disparate es perfectamente comparable a los mayúsculos disparates con que nos desayuna diariamente Bergoglio. O peor, porque viene de la boca de un teólogo.

Conclusiones:
1. Benedicto chochea. Si así fuera, no entiendo por qué quienes lo rodean no lo cuidan e impiden que diga semejantes pavadas.
2. Las razones de su renuncia fueron más graves y oscuras de lo que prevemos y, por eso, está dando manotazos, o bien para señalar elípticamente esa gravedad, o bien para desviar la atención del caso.

En cualquier caso -y con perdón-, nos está tomando por estúpidos.

Las carmelitas de Nogoyá

Estuve dudando. No sabía si escribir un post sobre el caso de las carmelitas de Nogoyá. Preferí poner apenas unas líneas. No tengo mucho que decir más que lo cualquier lector del blog puede pensar.
El caso en sí es un grave disparate pero perfectamente previsible. Si el Secretario de Derechos Humanos de la nación quiere procesar a Mons. Aguer porque habló de "sociedad fornicaria" y criticó el "matrimonio igualitario" porque se trata de expresiones discriminatorias que se alejan del magisterio del Papa Francisco (sic), sólo era cuestión de tiempo para que acusen a las monjas de privación ilegítima de la libertad y torturas. Lo peor de todo ha sido la humillación a la que han sido sometidas las pobre monjas: fueron revisadas por los médicos forenses a fin de constatar las lesiones producidas por las torturadoras.
Con respecto a la reacción de la Iglesia, el portavoz del arzobispado dijo, en pocas palabras, que se trata de un monasterio de derecho pontificio, es decir, depende del Vaticano, es decir, ellos no tienen nada que ver. Demasiado tienen los pobres con el cura Illaraz y sus abusos de seminaristas menores como para meterse ahora en el berenjenal de las monjas.
El arzobispo Puiggari usó el sentido común: derriban la puerta de un monasterio por una simple denuncia, dijo. Es decir, sobreactuación de un fiscal berreta de pueblo que querrá alguna promoción. ¿Podría hacer más? Sí, claro, excomulgar al fiscal por violar la clausura, por ejemplo, pero si no tiene apoyo de arriba, no lo hará. No cabe duda que cualquier medida dura que tomara, sería respondida con una visita fraterna y, en pocos meses, Puiggari correría la suerte de Livieres y Sarlinga.
¿Salir a los medios de comunicación a explicar el sentido cristiano de la penitencia corporal? De ningún modo. No lo entenderían, o lo entenderían mal. Sería peor. La doctrina no hay que darla a quienes no están preparados para recibirla. Como dice el Señor, "no hay que arrojar perlas a los chanchos". 
¿Bergoglio hará algo? Lo dudo. Si los afectados hubiese sido una comunidad de judíos, un grupo de pobres y excluídas "trabajadoras del sexo" o las Madres de Plaza de Mayo, ya las hubiese llamado por teléfono, o habría mandado a su operador Vera a difundir una carta de apoyo. O, incluso, les habría mandado un rosario como le mandó a la impresentable ladrona Milagro Salas. Pero son monjas católicas. No vale la pena. Que se embromen. 
A lo sumo, moverá influencias para que el caso se silencie en los medios. 
Nada que no pudiéramos prever. 

Elogio de la corbata

por Ludovicus
La corbata amenaza con desaparecer, al abrigo de cierta demagogia prima de los sans culottes de la Revolución y de los descamisados de Perón. Cada vez menos situaciones la exigen: un casamiento muy formal, un Te Deum,  o una entrevista para un trabajo en el que no se usará corbata. Es una pena. Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo, escribió el conservador Borges. Y ocurre que un cambio de hábito es un cambio de hábitos. Siempre me llamó la atención que Aristóteles colocara algo tan accesorio como la ropa en la categoría de accidente metafísico, nada menos que aquello que modifica a la sustancia, contrariando el trillado refrán de que el hábito no hace al monje. Decididamente, sólo entendemos a Aristóteles a la tarde. La lechuza de Minerva. 
No he sido siempre un apologista de la corbata. De chico, era sinónimo de colegio, de nudos complicados, de falta de libertad. De joven, disfrutaba con sacármela cuando llegaba del trabajo, y no comprendía a las generaciones anteriores, a veces con bata y corbata en su propia casa. En realidad, muchas veces la corbata marcaba los lindes de lo público, de la obligación, del actuar político (de la polis). Ya habían caído los sombreros como si fueran coronas, pero la corbata permanecía, como reliquia de la fusión entre la corte de Luis XIV y los feroces mercenarios croatas que la llevaron.
Ya no. 
El primer elogio que se me ocurre de la corbata es su inutilidad: es la única prenda gratuita del vestuario masculino (hasta los gemelos tienen su función, al reemplazar los botones). Es un lujo, como el amor, la filosofía o el vino, algo tan superfluo como los colores de la cola del pavo real macho. Podrá usarse a veces para reflejar el estado de ánimo, pero muchas veces se elige por azar y gustos, fabricada con géneros preciosos (alguien debería explicar por qué la seda sólo aparece también en los bolsillos y forros). Desde Brummel en adelante el vestuario masculino se ha funcionalizado y acromatizado: la corbata es una reliquia de antiguos esplendores, de una virilidad menos gris y más autoafirmativa (¿para cuándo el desfile del orgullo varonil?), como ocurre en la naturaleza. 
Algunos no obstante computan a favor de la corbata un beneficio colateral: no exige camisas impecablemente planchadas, en particular en el reborde donde se abotonan (uno de estos días le preguntaré a mi mujer como se llama). Muchos, en especial los actores y políticos –perdón por el pleonasmo- que no usan corbata “por simplicidad” cambian sus camisas durante el día, un lujo inasequible al vulgo. 
La frivolidad y la mala conciencia de los que no son progres o mejor dicho, lo son pero de tránsito lento, ha llevado a adoptar esta moda, negativa si las hay, porque produce la sensación de “informalidad”, “sencillez”, quizás juventud. La clase media urbana ha encontrado su descamisamiento, y nuestros políticos de centro ya logran parecerse a los funcionarios iraníes o chinos, verdaderos precursores de la descorbatez. Triste conquista que comparten con los anteriores bolcheviques de salón, cleptócratas de vocación. 
En cualquier caso, sentimos que algo muy hondo se pierde con la corbata. Quizás el cuello es una zona más noble de lo que pensamos para dejarlo desnudo, quizás los croatas tuvieran razón y la corbata es un amuleto que defiende al corazón de las agresiones y de la vulgaridad, del mal de ojo y de la ignorancia 
Pero quizás el argumento más dramático a favor de la corbata es que priva de lo que llamaremos el estado-de-estar-sin-corbata de nuestras épocas juveniles. Ese sentimiento de frescura y de libertad, de informalidad y franqueza que transmite el descorbatamiento desaparece si se elimina definitivamente la corbata. Es como si se hicieran todos los días feriado: desaparecerían los feriados. Las cosas se valoran, ay, cuando se van perdiendo, y al perder el sentido de las formalidades se destruye el de la informalidad. Las reacciones negativas son eso: acciones que valen contra algo.  Como el protestantismo sin Papa, como el libertinaje sin victorianismo, como el ateísmo sin Dios, una vez que aquello contra lo que se reacciona desaparece nos quedamos vacíos. Con la camisa abierta y el cuello, el pecho, desguarnecidos.